Atreyub
En busca y captura
Para mi, con permiso de los grandes, es uno de mis actores favoritos argentinos de la historia que ha deparado el séptimo arte. Su credibilidad y la química con la cámara hace que cada nuevo proyecto suyo lo espere como agua de mayo. Me encanta su transformación donde logra mimetizarse con su rol y acaba deparando verdaderas interpretaciones que son un lujo.
Visto de él muchos títulos (y esperando visionado otros tantos) me considero fan absoluto de títulos como el díptico "Nueve reinas / El aura" (aunque más de la primera que la segunda), "El hijo de la novia", "Luna de Avellaneda" y ahora "Un cuento chino" (que ahora pasaré a relatar). Dirigió "La señal" que adolecía de ritmo pero la recuerdo bastante interesante.
Y si la peli no acaba de funcionar del todo bien como se esperaba a veces es él quien salva la papeleta como me pasó con "Carancho", "Kamchatka" o "El secreto de sus ojos". "Tesis sobre un homcidio" sería el caso más destacado donde él era lo único que funcionaba de ese aburrimiento tedioso.
Me quedan por descubrir de él "Elefante blanco", "Un tipo corriente", "El mismo amor la misma lluvia" y "El baile de la victoria" que son las que más me interesan de él.
(id, Sebastián Borensztein, 2011)
Basada en unos sorprendentes y fantásticos hechos reales la película no puede empezar de forma más espectacular: una pareja de tortolitos enamorados orientales se declaran amor eterno en un lugar idílico. En el interior de una barquita, un río como escenario y el momento cumbre, cuando el novio va a entregarle el anillo de pedida, le cae a ella una vaca del cielo. Surrealismo imprevisto para dar paso a la realidad cruda de la vida solo que con la brocha del tono Capra para lo bueno y lo malo. Y si uno mira más adentro puede incluso vislumbrar cierto enfoque hacia la vida de muchos de nosotros.
Tenemos el rutinario Darin encerrado en una monótona vida sedentaria que realiza sus tareas de forma mecánica sin posibilidad de cambiar ni un ápice ese rumbo: trabaja en la ferretería, colecciona noticias insólitas y a su vez colecciona figuritas de cristal (aquellas míticas figuritas que emulaban animales y que todos hemos tenido en las estanterías del comedor de casa) y se acuesta todas las noches a las 11:00, ni un segundo antes ni después. Incluso una mujer encantadora, que se le declara con señales que hasta el más tonto captaría son evitadas porque su rutina (y su vida) está orquestada y programada para morir en ese costumbrismo sin apenas substancia vital. La pieza clave será un chino que aparecerá de la nada y que invadirá, sin querer, la controlada pero monótona vida de Darin. Hasta aquí todo normal, sin mucho altibajo. Monocorde, hasta uno puede llegar a entender porqué.
Sebastián Borensztein se da a conocer con esta obra minimalista, casi sin armar escándalo pero guardándose todos los ases en la manga y que son expendidos a cuentagotas para formar luego una historia más grande que la vida y que sin ir más lejos recurre a los sentimientos más primarios y la sensiblería que tanto gusta a un servidor para confeccionar un cuento que a su vez es una oda a la vida la cual merece ser vivida a pesar de contener problemas, tristezas, desgracias y desánimos. Sin olvidar pequeñas píldoras fantásticas que pueden llegar incluso a recordar al universo Fesser o si se me permite al de Jeunet (universo que no anda lejos de este cuento oriental).
Porque ver como dos seres totalmente antónimos acaban convirtiéndose en amigos y como dos vidas completamente distintas pueden deparar ser necesarios el uno para con el otro. Porque no hay mayor momento donde algo material como una colección de figuras acabe rota, hecha añicos y atada a un motivo completamente sentimental por un ser que no es nada tuyo acabe siendo trasladado a algo que no era tan necesario y darse cuenta que la vida, en sí, no es sólo lo material cuando tienes a la mujer de tu vida delante.
Visto de él muchos títulos (y esperando visionado otros tantos) me considero fan absoluto de títulos como el díptico "Nueve reinas / El aura" (aunque más de la primera que la segunda), "El hijo de la novia", "Luna de Avellaneda" y ahora "Un cuento chino" (que ahora pasaré a relatar). Dirigió "La señal" que adolecía de ritmo pero la recuerdo bastante interesante.
Y si la peli no acaba de funcionar del todo bien como se esperaba a veces es él quien salva la papeleta como me pasó con "Carancho", "Kamchatka" o "El secreto de sus ojos". "Tesis sobre un homcidio" sería el caso más destacado donde él era lo único que funcionaba de ese aburrimiento tedioso.
Me quedan por descubrir de él "Elefante blanco", "Un tipo corriente", "El mismo amor la misma lluvia" y "El baile de la victoria" que son las que más me interesan de él.

(id, Sebastián Borensztein, 2011)
Basada en unos sorprendentes y fantásticos hechos reales la película no puede empezar de forma más espectacular: una pareja de tortolitos enamorados orientales se declaran amor eterno en un lugar idílico. En el interior de una barquita, un río como escenario y el momento cumbre, cuando el novio va a entregarle el anillo de pedida, le cae a ella una vaca del cielo. Surrealismo imprevisto para dar paso a la realidad cruda de la vida solo que con la brocha del tono Capra para lo bueno y lo malo. Y si uno mira más adentro puede incluso vislumbrar cierto enfoque hacia la vida de muchos de nosotros.
Tenemos el rutinario Darin encerrado en una monótona vida sedentaria que realiza sus tareas de forma mecánica sin posibilidad de cambiar ni un ápice ese rumbo: trabaja en la ferretería, colecciona noticias insólitas y a su vez colecciona figuritas de cristal (aquellas míticas figuritas que emulaban animales y que todos hemos tenido en las estanterías del comedor de casa) y se acuesta todas las noches a las 11:00, ni un segundo antes ni después. Incluso una mujer encantadora, que se le declara con señales que hasta el más tonto captaría son evitadas porque su rutina (y su vida) está orquestada y programada para morir en ese costumbrismo sin apenas substancia vital. La pieza clave será un chino que aparecerá de la nada y que invadirá, sin querer, la controlada pero monótona vida de Darin. Hasta aquí todo normal, sin mucho altibajo. Monocorde, hasta uno puede llegar a entender porqué.

Sebastián Borensztein se da a conocer con esta obra minimalista, casi sin armar escándalo pero guardándose todos los ases en la manga y que son expendidos a cuentagotas para formar luego una historia más grande que la vida y que sin ir más lejos recurre a los sentimientos más primarios y la sensiblería que tanto gusta a un servidor para confeccionar un cuento que a su vez es una oda a la vida la cual merece ser vivida a pesar de contener problemas, tristezas, desgracias y desánimos. Sin olvidar pequeñas píldoras fantásticas que pueden llegar incluso a recordar al universo Fesser o si se me permite al de Jeunet (universo que no anda lejos de este cuento oriental).
Porque ver como dos seres totalmente antónimos acaban convirtiéndose en amigos y como dos vidas completamente distintas pueden deparar ser necesarios el uno para con el otro. Porque no hay mayor momento donde algo material como una colección de figuras acabe rota, hecha añicos y atada a un motivo completamente sentimental por un ser que no es nada tuyo acabe siendo trasladado a algo que no era tan necesario y darse cuenta que la vida, en sí, no es sólo lo material cuando tienes a la mujer de tu vida delante.