Claire Denis

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Zamora
Me atrevo a abrir hilo de esta directora gala, muy bien considerada entre la crítica y que ha estrenado recientemente esa ida de olla espacial que es High life (prepara ahora nueva peli, otra vez con el Pattinson). Continuadora, junto con gente como Assayas, del cine francés más vanguardista de los 60, de lo poco que he visto suyo (Una mujer en África, con la Huppert, por ejemplo) deduzco que tiene un estilo muy propio y particular, no apto para todos los paladares, con predilección por una dramaturgia alejada de lo tradicional, por las narraciones fragmentadas, crípticas incluso, sin una explicación rotunda, también se la define como una cineasta “del cuerpo”, interesada por la realidad más física y elemental del ser humano... otro tema habitual de su obra parece ser el del colonialismo francés en África, que forma parte por cierto de su propia biografía. Y no ha dudado en abordar distintos géneros desde su peculiar punto de vista, como el terror (Trouble every day) y el thriller (Los canallas).

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(No me resisto a poner esta fotaca que he encontrado de la señora, con pinta de ser más chula que un ocho).

El caso es que me he visto Buen trabajo, adaptación libre de la novela Billy Budd, de Herman Melville. Un pelotón de legionarios franceses en Yibuti realiza maniobras bajo la dirección de un taciturno instructor (Denis Lavant), pero la llegada de un joven recluta que cae bien a todos salvo al superior alterará el rígido orden establecido. Semejante a un conjunto de apuntes que nunca llegó a tomar forma de guión propiamente dicho, extraño poema visual en torno a unos soldados sin guerra en que combatir, cuyos conflictos son internos y sólo entendibles gracias a una voz en off, la del prota, que parece más un intento de entenderse a sí mismo que de explicar una trama en la que los diálogos brillan por su ausencia. Las relaciones, roces y tensiones entre estos tipos sólo las podemos intuir a través de una interminable sucesión de ejercicios y de rutinas físicas que cada vez se asemejan más a coreografías de danza contemporánea, realizadas por unos cuerpos masculinos a veces exhaustos, sucios y malheridos, pero siempre disciplinados. Un hombre que no conoce otra cosa salvo la peculiar familia que es la legión se enfrenta a un elemento extraño que desata en él unas pulsiones irracionales, desestabilizadoras (la lectura gayer que puede hacerse es la quizá la más obvia... aunque también puede ser simple envidia y amor-odio).

La cámara de Denis recoge paisajes y entornos bellamente desolados de la naturaleza africana, así como gestos, pequeños detalles que pueden pasar desapercibidos. Se acompaña de una música malrollera y disonante (la correspondiente a la versión operística de la historia, de la mano del compositor Benjamin Britten), generando como una suspensión en la nada, un vacío donde los efectos anteceden a las causas (un accidente aéreo recreado con apenas nada, casi de pasada) y la violencia permanece latente. Exige bastante del espectador un montaje que alterna confusamente tiempos y claves del relato. Sin emitir un juicio claro sobre el cuerpo militar gabacho (reducto de inadaptados, eso por descontado) ni sobre el contexto geográfico-político, ésto no es una sátira (aunque las vidas de estos hombres tienen su punto de absurdo) ni una exaltación… pero puede ser elocuente la mirada, igual de inescrutable, de los locales (quizá soportando estoicamente esa presencia extranjera que invade sus tierras), de unas mujeres danzantes y seductoras, pero indiferentes a los maromos. Antológica secuencia final, por cierto, con Mr. Mierda dándolo todo en la disco (maestro, torero)… represión, liberación, o bien un “bailaré sobre tu tumba” en su más pura expresión, a saberse.


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HIGH LIFE me gustó mucho, en concreto toda esa primera parte con el bebé es acojonante; si hubiese sido hora y media de eso no hubiese dicho ni mú. En lo de después, va y viene dando algún bandazo, por ir fragmentando lo que cuenta; pero me encanta su empeño por lo táctil, por insistir y recrearse en las texturas (la carne de unos y otros, bañada en luces cósmicas; la comunión con el jardincito, el "orgasmatrón", el sexo como un mundo de fluidos). El final es muy hermoso, se la juega con una decisión visual elegantísima.

LOS CANALLAS me dejó más frío; la sordidez está conseguida, y cierto rollo de intriga de secretos bajo una Francia podrida, pero es un tipo de historia que no me va mucho.

A ver si veo las que le protagonizaron Binoche y Huppert.

El caso es que me he visto Buen trabajo, adaptación libre de la novela Billy Budd, de Herman Melville.

Aprovecho para decir que la versión que dirigió Ustinov no está nada mal.
 
Viernes noche

Una mudanza, un atasco de tráfico al final del día, capaz de agotar la paciencia de cualquiera, una vida que queda atrás y otra que comienza para una chica cualquiera… y por último, el encuentro con un desconocido en mitad del caos urbano, seguido de la aventura sexual de una noche.

Apenas argumento ni diálogo relevante alguno para una experiencia absolutamente visual, auditiva y sin duda “sensorial”, donde el guion es insignificante, el conflicto apenas existe y hay una renuncia expresa a la construcción psicológica, o a profundizar en el menor contexto de los personajes más allá del puro instante presente en que se desenvuelven. Actuaciones inexpresivas además, que se ven de algún modo equilibradas por la cercanía radical de una cámara que se empeña en escrutar (sobre todo a medida que avanza el metraje), con planos cada vez más próximos a lo filmado, hasta el menor recodo de los cuerpos de los actores. Película sumamente carnal, por lo tanto, pese a parecerse demasiado a un sueño, y que bien podría tratarse de una mera ensoñación febril de la protagonista y apenas cambiaría nada. De ahí que determinadas concesiones a lo abiertamente “mágico”, por suerte puntuales, casi que sobran, pues la atmósfera de pura fantasía está de sobra conseguida a través de los recursos que emplea Denis; fragmentación física y temporal mediante un montaje abrupto, saltándose incluso el raccord, sobreimpresiones, una banda sonora muy presente, que ilustra una dinámica más musical que novelesca o cinematográfica en cuanto a narración… o la pura embriaguez y plasticidad de las imágenes; el crepúsculo sobre las azoteas parisinas, la lluvia y el vapor, los colores y las luces en las calles, los vehículos avanzando con dificultad…

Todo ello conforma una fuga de irrealidad, lo que sólo es posible cuando un incidente (aquí una huelga) altera el discurrir cotidiano, o bien uno atraviesa uno de esos instantes de transición en su vida que pueden llevarle por caminos inesperados; que sirven para darse cuenta, al menos, de qué estamos haciendo con esa vida, y de pronto, vivirla. En este sentido, la película es completamente ingenua, naif e incluso estúpida, pero también poética hasta el extremo. Espontánea y pura como una relación sin expectativas de ningún tipo, efímera y por ello cargada de complicidad, que sería imposible de hecho, sin el desconocimiento mutuo. Rezumante de un erotismo que, menuda ironía, resulta muy pudoroso, entre la distancia que impone el punto de vista fragmentado, más en forma de escorzos, extremidades, espaldas, y la proximidad incluso brutal, la pura sensación y excitación física del amor.

Sólo intuimos lo que rodea a estos individuos, como también lo intuyen ellos mismos el uno del otro, y está bien que sea así. Y lo que se intuye es la soledad urbana del buscavidas que no tiene dónde caerse muerto, los compromisos con las amistades de postín tan habituales de la clase pijoburguesa, las decisiones que uno toma sin estar del todo seguro. En el fondo es una historia más sobre desconocidos que se encuentran, con cruce arrebatador de miradas, entre lugares cutres para el romance furtivo, del calibre de un restaurante italiano o un motel de tercera (con recepcionista tipo Bates, pues la cosa tiene también sus puntos de humor chorra), pero tras estos lugares comunes, sostenidos con mimbres en apariencia insignificantes… el caso es que late un misterio; el de lo disparatado, lo imprevisible del deseo, de los sentimientos.


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Un científico (Vincent Gallo) y su dulce esposa van a París de luna de miel, pero él tiene otros planes en mente, como dar con un antiguo colega cuya esposa padece una peculiar enfermedad…

Trouble every day es el perro verde de aquella ola de horror gore francés y dosmilero, pero en realidad es puro Denis y no se parece a nada salvo a una película de Denis, con sus modos de hacer insobornables, áridos de visionar y como propios de un cine alienígena.

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Como mucho, la base es la de una sci-fi de experimentos médicos al estilo de un Cronenberg primerizo, una de vampiros o licántropos, pero en el fondo se trata de un moroso drama que se despliega de esa manera tan inconexa, pero a la vez meticulosa en cada plano, en cada decisión visual, dejándonos libres para seguir un rastro de imágenes sugerentes y sin apenas diálogo. Seres que deambulan, se siguen los unos a los otros, se intuyen y se retraen, ocultan celosos una realidad violenta, de carne, sangre y sexo.

Son dos tramas que tienen en común la conexión del impulso erótico con un instinto asesino; una vez más, la relación incómoda de eros y tánatos, extremos no tan distantes uno del otro sino íntimamente cohesionados. Son también dos las únicas secuencias sangrientas que encontraremos, que a lo mejor no lo son demasiado, pero sí que destacan por un componente en extremo grotesco y cruel, que harán que no se olviden fácilmente.

Enigmática la imagen inicial de un beso furtivo y anónimo, como la chispa que enciende todo; los créditos iniciales en Comic Sans son, sin embargo, lo más terrorífico del film.

La Denis, cineasta sin reparo alguno en pasear su cámara a escasos centímetros de la piel desnuda de sus actores, con su temblor, su escritura visual abrupta pero nunca distante, ofrece claves, pistas, no renunciando a un melancólico acompañamiento musical. Nos habla de instintos brutales pero también de esa gente que por amor espera, aguanta, cuida, perdona, siendo ellos quienes más aman, quienes más sufren. Almas en pena que nunca se podrán encontrar con su ser amado si no es de la manera más atroz. Un romanticismo extremo, como el de un protagonista bipolar, cada vez más incapaz de controlar sus impulsos.

Misterios del cerebro humano, insertos oníricos, documentales, imágenes de un trazo poético (el pañuelo verde llevado por el viento), un mural artísticamente sangriento, o las llamas, elemento devorador por antonomasia. Pero… ¿Y esa escena explicativa pero confusa a mitad de peli? ¿Y esa Aurore Clement que no pinta un carajo? Cosas que parecen importantes para el argumento son tratadas como de pasada, o con apenas una frase, y aquí está el punto siempre algo frustrante de esta señora.

Por si fuera poco, se insinúa (me ha parecido) una cuestión de clases sociales; la vida cotidiana de la víctima, la clase obrera con sus propios espacios míseros, al menos frente a la opulencia del hotel donde trabaja, víctimas propiciatorias de los extravíos de la clase pudiente, de la bestia finalmente desbocada. El final: nada más que una gota de sangre, la mirada extraviada que tal vez sabe más de lo que reconocería... Como la nuestra.
 
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