Harkness_666
Son cuatro
Los abrazos rotos
Almodóvar en estado puro, con un discurso en torno al cine de lo más sentido y explícito, explorando a un puñado de personajes heridos que deben rendir cuentas con el pasado y afrontarlo, como quien recompone una fotografía hecha pedazos o se pregunta por la identidad de una pareja anónima, inmortalizada en un inmenso paraje costero (muy a lo Blow-up). A medida que saltamos en el tiempo vamos acercándonos y tomando perspectivas nuevas, recuperando de algún modo la visión, como hace Mateo Blanco/Harry Caine. El elemento de ambivalencia sexual está más ausente que otras veces, aunque nunca del todo (aún así es una película sorprendentemente hetero, viniendo de quien viene), pero los personajes siguen atrapados en identidades múltiples, seudónimos elocuentes (como el del tal Ray X), con el fin de huir de la realidad (el paso de cineasta a guionista), o bien de realizar un anhelo que puede ser más real aún (el sueño de ser actriz). Nadie es quien dice ser, todos tienen su faceta de egoísmo personal; pasiones y celos, traiciones y sentimientos de culpa, que no falten, tampoco un destino funesto en forma de accidente... en el eterno combinado de melodrama, noir y metacine que supone casi el ADN del manchego. Pero también cabe la posibilidad de encontrar un lugar en el mundo, de restaurar los lazos perdidos, de completar esta gran película inacabada de la vida.
La Pene es el cine, tal cual, escindida entre la figura del artista (el héroe) y la del productor (el villano), que no entiende lo que más ama en el mundo, más bien lo destruye en su afán posesivo, inspirando tanto desagrado como compasión. Continuos juegos “meta”, siendo el más brillante el que muestra en paralelo la imagen de ella en la pantalla y a ella misma poniéndole voz en la “realidad”… pocas cosas dan mejor a entender la simbiosis de cine y vida, esas imágenes atrapadas para siempre, pero que hasta un ciego puede revivir (porque el cine puede ser tan real, tan instintivo, como para trascender las limitaciones físicas). Pero cuidado, el acto de filmar también puede ser un acto de agresión, de voyeurismo y apropiación de los secretos (o del alma) de quien es filmado (hay referencia -humorística, eso sí- a los vampiros). El montaje, la elección de la toma correcta y la armonía entre ellas, elementos decisivos, capaz de decidir el éxito y el fracaso de un film. El reverso luminoso de tan amargas vivencias lo hallamos en la comedia que prepara el protagonista, indisimulado auto-homenaje y remedo de Mujeres al borde… Este hombre no duda en referenciar a gente como A. Miller, Malle o Rossellini, como recuperando la fe y el amor por su profesión, incluso con referencias pictóricas no tan gratuitas (los dos amantes cubiertos por la sábana, o un nada íntimo simulacro de sexualidad).
Almodóvar en estado puro, con un discurso en torno al cine de lo más sentido y explícito, explorando a un puñado de personajes heridos que deben rendir cuentas con el pasado y afrontarlo, como quien recompone una fotografía hecha pedazos o se pregunta por la identidad de una pareja anónima, inmortalizada en un inmenso paraje costero (muy a lo Blow-up). A medida que saltamos en el tiempo vamos acercándonos y tomando perspectivas nuevas, recuperando de algún modo la visión, como hace Mateo Blanco/Harry Caine. El elemento de ambivalencia sexual está más ausente que otras veces, aunque nunca del todo (aún así es una película sorprendentemente hetero, viniendo de quien viene), pero los personajes siguen atrapados en identidades múltiples, seudónimos elocuentes (como el del tal Ray X), con el fin de huir de la realidad (el paso de cineasta a guionista), o bien de realizar un anhelo que puede ser más real aún (el sueño de ser actriz). Nadie es quien dice ser, todos tienen su faceta de egoísmo personal; pasiones y celos, traiciones y sentimientos de culpa, que no falten, tampoco un destino funesto en forma de accidente... en el eterno combinado de melodrama, noir y metacine que supone casi el ADN del manchego. Pero también cabe la posibilidad de encontrar un lugar en el mundo, de restaurar los lazos perdidos, de completar esta gran película inacabada de la vida.
La Pene es el cine, tal cual, escindida entre la figura del artista (el héroe) y la del productor (el villano), que no entiende lo que más ama en el mundo, más bien lo destruye en su afán posesivo, inspirando tanto desagrado como compasión. Continuos juegos “meta”, siendo el más brillante el que muestra en paralelo la imagen de ella en la pantalla y a ella misma poniéndole voz en la “realidad”… pocas cosas dan mejor a entender la simbiosis de cine y vida, esas imágenes atrapadas para siempre, pero que hasta un ciego puede revivir (porque el cine puede ser tan real, tan instintivo, como para trascender las limitaciones físicas). Pero cuidado, el acto de filmar también puede ser un acto de agresión, de voyeurismo y apropiación de los secretos (o del alma) de quien es filmado (hay referencia -humorística, eso sí- a los vampiros). El montaje, la elección de la toma correcta y la armonía entre ellas, elementos decisivos, capaz de decidir el éxito y el fracaso de un film. El reverso luminoso de tan amargas vivencias lo hallamos en la comedia que prepara el protagonista, indisimulado auto-homenaje y remedo de Mujeres al borde… Este hombre no duda en referenciar a gente como A. Miller, Malle o Rossellini, como recuperando la fe y el amor por su profesión, incluso con referencias pictóricas no tan gratuitas (los dos amantes cubiertos por la sábana, o un nada íntimo simulacro de sexualidad).