Harkness_666
Son cuatro
Uno de los directores más destacados de la denominada “escuela berlinesa”, que sin hacer mucho ruido, ha ido presentado su trabajo en diversos festivales. Aficionado a agrupar su obra en forma de trilogías, comenzó su carrera a principios de los 2000 y es de esos que ofrecen historias contundentes, pero a partir de pocos trazos y desde una frialdad aparente (muy europeo esto)… su musa es la actriz Nina Hoss, presente en casi todas sus películas, de entre las cuales, parece que en las últimas opta por unos contextos más históricos y políticos, con interés sobre el pasado reciente de Alemania (aunque esto ya se intuye en sus inicios).
En Fantasmas, la existencia de dos chicas adolescentes que se conocen fortuitamente, ambas viviendo prácticamente en la marginalidad, se cruza con la de un matrimonio burgués con sus propios problemas. Son auténticos fantasmas de carne y hueso, seres desarraigados y errantes, aquejados de una falta que no pueden suplir, de una ausencia, en busca de unas relaciones afectivas que no existen… fantasmas que persiguen, a su vez, a otros fantasmas, que ven lo que quieren ver y necesitan pertenecer a algo. La trama se asienta en un enigma que continúa latiendo tras el último plano, cuya resolución queda en manos del espectador, como en una intriga (culebronesca, incluso) que jugase al despiste.
Sin adoptarse una óptica explícitamente “social”, por la película circulan tanto auténticos parias como gente de un nivel socioeconómico superior, o de distintas nacionalidades (partiendo de ciertos estereotipos, como el contraste de personalidades del dúo protagonista)… todos igual de perdidos, sin nada que denominar propiamente “suyo” en realidad (ni hogar tienen), en una equivalencia que el montaje alternado pone de manifiesto; musicalmente, de un rollito electro-lounge saltamos a Bach, así a botepronto.
Los personajes se encuentran en permanente movimiento. Sin un futuro concreto, su única realidad palpable es su presente, aunque se aferran desesperadamente al pasado, a fantasías o a sueños. Habitan unos espacios anónimos, aunque terriblemente normales y cotidianos, “no-lugares”, como plazas, parques, elegantes habitaciones de hotel, pisos de acogida, gasolineras. A través de una mentira puede ocultarse una confesión, una parte de realidad. Se busca con ahínco el éxito fácil en cástings para medrar entre el famoseo y la gente cool, imaginamos, pero ellos están igual de podridos… no es una alternativa, desde luego, el amor puro y recién descubierto; tanto un gran engaño como lo único capaz de guiar a quien está tan perdido.
En este sentido, el factor lésbico, aunque no es lo principal, está insertado con mucho tacto y naturalidad y para nada es mero reclamo; en general, la apuesta por la precisión, por la contención de los sentimientos, es muy efectiva y destaca además un componente un poco voyeur… gente que mira, que descubre a los demás desde la distancia (desde una ventana, tras unos arbustos), que percibe así a los inalcanzables objetos de su deseo.
También me he visto Wolfsburg. Aquí quien queda retratada (y no demasiado positivamente) es la clase media-alta con aspiraciones de un pequeño pueblo alemán, vinculado a la pujante industria de la automoción. Un gris vendedor de coches, enredado en una relación sentimental de dependencia enfermiza, atropella sin querer a un niño en bicicleta (en un lejano paralelismo con Muerte de un ciclista, de nuestro Bardem) y esto detonará el derrumbamiento de la gran farsa que es su cómoda vida, sobre todo cuando entabla un contacto cada vez más estrecho con la desconsolada madre del crío… desconocedora de que él es el culpable. En el otro lado de la balanza se encuentra el proletariado industrial, sin cochazos, pero con bici, a él pertenecen los más débiles; por ejemplo, mujeres y madres solteras que son presa fácil. Las relaciones son, en ambos casos, por completo interesadas, las propias de unos seres tristones y solitarios cuyo único vínculo humano y auténtico lo propicia, irónicamente, una desgracia. Surge un romance extraño y bello a su manera, mezcla de culpa (por ambas partes), afán de redención, necesidad afectiva, un poco perverso (inevitable pensarlo), cuyas consecuencias desde luego no se harán esperar…
La peli tiene algo de dilatado ejercicio de suspense (en cuanto a que conocemos un dato fundamental que lo propicia), de thiller con pistas a seguir que acabará por estallar. No todo es tan idílico como parece tras el bucólico paisaje que rodea a estas poblaciones. Entornos asépticos, tonos apagados; vehículos, carreteras, apartamentos de diseño, entornos fabriles... Petzold es un maestro de la planificación al milímetro, confinando a sus criaturas en límites estrechos, también de un sentido del montaje y la narración que prescinde de todo lo superfluo.
Los actores expresan todo un calvario interior con pocos gestos (estos teutones son duros como la piedra a la hora de revelar emociones, vaya) y el prota es un pedazo de madera con ojos (uno ojos que, por lo demás, lo dicen todo). Nada de lecturas morales, sólo encontraremos consecuencias lógicas, una circularidad implacable de la trama que se abre y se cierra, esta vez, de forma no tan casual, expresando con acierto todo un nudo de contradicciones que, a lo mejor, ni siquiera los héroes de este drama entienden del todo, pero así somos. Crítica social, análisis de un país y sus mierdas, pero de nuevo, sin que se note o chirríe.
En Fantasmas, la existencia de dos chicas adolescentes que se conocen fortuitamente, ambas viviendo prácticamente en la marginalidad, se cruza con la de un matrimonio burgués con sus propios problemas. Son auténticos fantasmas de carne y hueso, seres desarraigados y errantes, aquejados de una falta que no pueden suplir, de una ausencia, en busca de unas relaciones afectivas que no existen… fantasmas que persiguen, a su vez, a otros fantasmas, que ven lo que quieren ver y necesitan pertenecer a algo. La trama se asienta en un enigma que continúa latiendo tras el último plano, cuya resolución queda en manos del espectador, como en una intriga (culebronesca, incluso) que jugase al despiste.
Sin adoptarse una óptica explícitamente “social”, por la película circulan tanto auténticos parias como gente de un nivel socioeconómico superior, o de distintas nacionalidades (partiendo de ciertos estereotipos, como el contraste de personalidades del dúo protagonista)… todos igual de perdidos, sin nada que denominar propiamente “suyo” en realidad (ni hogar tienen), en una equivalencia que el montaje alternado pone de manifiesto; musicalmente, de un rollito electro-lounge saltamos a Bach, así a botepronto.
Los personajes se encuentran en permanente movimiento. Sin un futuro concreto, su única realidad palpable es su presente, aunque se aferran desesperadamente al pasado, a fantasías o a sueños. Habitan unos espacios anónimos, aunque terriblemente normales y cotidianos, “no-lugares”, como plazas, parques, elegantes habitaciones de hotel, pisos de acogida, gasolineras. A través de una mentira puede ocultarse una confesión, una parte de realidad. Se busca con ahínco el éxito fácil en cástings para medrar entre el famoseo y la gente cool, imaginamos, pero ellos están igual de podridos… no es una alternativa, desde luego, el amor puro y recién descubierto; tanto un gran engaño como lo único capaz de guiar a quien está tan perdido.
En este sentido, el factor lésbico, aunque no es lo principal, está insertado con mucho tacto y naturalidad y para nada es mero reclamo; en general, la apuesta por la precisión, por la contención de los sentimientos, es muy efectiva y destaca además un componente un poco voyeur… gente que mira, que descubre a los demás desde la distancia (desde una ventana, tras unos arbustos), que percibe así a los inalcanzables objetos de su deseo.
También me he visto Wolfsburg. Aquí quien queda retratada (y no demasiado positivamente) es la clase media-alta con aspiraciones de un pequeño pueblo alemán, vinculado a la pujante industria de la automoción. Un gris vendedor de coches, enredado en una relación sentimental de dependencia enfermiza, atropella sin querer a un niño en bicicleta (en un lejano paralelismo con Muerte de un ciclista, de nuestro Bardem) y esto detonará el derrumbamiento de la gran farsa que es su cómoda vida, sobre todo cuando entabla un contacto cada vez más estrecho con la desconsolada madre del crío… desconocedora de que él es el culpable. En el otro lado de la balanza se encuentra el proletariado industrial, sin cochazos, pero con bici, a él pertenecen los más débiles; por ejemplo, mujeres y madres solteras que son presa fácil. Las relaciones son, en ambos casos, por completo interesadas, las propias de unos seres tristones y solitarios cuyo único vínculo humano y auténtico lo propicia, irónicamente, una desgracia. Surge un romance extraño y bello a su manera, mezcla de culpa (por ambas partes), afán de redención, necesidad afectiva, un poco perverso (inevitable pensarlo), cuyas consecuencias desde luego no se harán esperar…
La peli tiene algo de dilatado ejercicio de suspense (en cuanto a que conocemos un dato fundamental que lo propicia), de thiller con pistas a seguir que acabará por estallar. No todo es tan idílico como parece tras el bucólico paisaje que rodea a estas poblaciones. Entornos asépticos, tonos apagados; vehículos, carreteras, apartamentos de diseño, entornos fabriles... Petzold es un maestro de la planificación al milímetro, confinando a sus criaturas en límites estrechos, también de un sentido del montaje y la narración que prescinde de todo lo superfluo.
Los actores expresan todo un calvario interior con pocos gestos (estos teutones son duros como la piedra a la hora de revelar emociones, vaya) y el prota es un pedazo de madera con ojos (uno ojos que, por lo demás, lo dicen todo). Nada de lecturas morales, sólo encontraremos consecuencias lógicas, una circularidad implacable de la trama que se abre y se cierra, esta vez, de forma no tan casual, expresando con acierto todo un nudo de contradicciones que, a lo mejor, ni siquiera los héroes de este drama entienden del todo, pero así somos. Crítica social, análisis de un país y sus mierdas, pero de nuevo, sin que se note o chirríe.