Descubriendo al amigo Frank me he atrevido con
Frankenputa.
Un joven científico que disfruta experimentando con su cerebro-cíclope y taladrándose el cráneo de vez en cuando para aliviar su estrés ve morir trágicamente despedazada a su prometida en un accidente con un cortacésped. Será entonces cuando alumbre la demencial idea de devolverla a la vida, utilizando para ello partes del cuerpo pertenecientes a prostitutas, y ya de paso, proporcionarle así a su amada el físico más ardiente que imaginarse pueda…
Pocos films han oscilado entre la diarrea mental y la obra maestra de todos los tiempos, el bochorno y la creatividad genuina como este; sumamente tronado, incorrecto, tomándose a cachondeo y de la manera más pueril un tema como es el de la prostitución (la drogadicción de las putas concebida como algo festivo y hedonista, que les atrae como a un tonto un caramelo), obteniendo así una excusa para el desmadre erótico-festivo y las tetas. Pero un complejo pensador de nuestro tiempo como Henenlotter se guarda, aparte de esto, algún que otro as bajo la manga para hablarnos de los cuerpos sometidos a la voluntad de quienes quieren cumplir en ellos sus más oscuros deseos.
Puede decirse que va de menos a más, con larguísimas secuencias del protagonista monologando que son peores que ver a Flippy en el Hormiguero, con intentos de humor dudoso. Pero luego tenemos esa orgía de meretrices explosionando, con planos que son de ver para creer, que bien pudiera ser auténtica antología del cine trash. O esa criatura diseñada con efectos de látex al más puro estilo ochentero que es pura fantasía retorcida.
A la crítica en forma de noticiarios sensacionalistas se le suma, central, un discurso desarticulado (nunca mejor dicho) y chorra en torno al cuerpo, concretamente el femenino, los estándares de belleza y perfección inalcanzables para las mujeres. El intento por crear, literalmente, a la chica ideal, se salda con la creación de un engendro defectuoso y despersonalizado, sin identidad. La puta, ese ser abyecto o monstruo apartado de la sociedad, marcado como si fuera ganado y carente de alma, y que sin embargo, despierta la necesidad masculina, obtendrá por fin su venganza. Una venganza que será ejecutada por ese cuerpo multiforme, anónimo, y que tendrá como resultado el peor de los castigos...
En
Brain damage pesan tal vez más lo defectos, se ve a este hombre más contenido, más renqueante. Un muchacho cualquiera se ve un día parasitado por Elmer, una criatura milenaria con aspecto de gusano (por no decir algo peor) que le proporciona una experiencia psicodélica directa al cerebro a cambio de alimento en forma de cerebros humanos, y que viene huyendo de sus anteriores dueños; una pareja de ancianos locos.
No hace falta ser un genio, aunque Henenlotter lo sea, para ver aquí una metáfora de la drogadicción. En una sociedad despersonalizada, sus miembros más vulnerables se refugian en paraísos artificiales y se ven cada día más esclavizados por el subidón momentáneo, autodestruyéndose, aislándose cada vez más y dejando fuera de su vida a sus seres queridos (en este caso, una novia y un hermano) mientras la enfermedad se apodera de uno y se hace imposible de vencer la dependencia.
De nuevo vemos a un director disfrazando de astracanada zetosa, con punciones cerebrales y sustancias azuladas, su preocupación por los problemas de su tiempo, recreándose lo suyo en un bicho tipo marioneta que es impagable y en las cosas que le hace a su huésped para “estimular” sus capacidades sensoriales y abrirle el ojo… de la mente.
Lógicamente esto lleva a situaciones descabelladas, asesinatos delirantes, nuevamente una fiesta con connotaciones sexuales, a medida que Elmer proporciona a nuestro héroe esa confianza que le falta, dejándonos por el camino algún que otro plano de él caminando por la calle que pudiera ser digno de la nouvelle vague. Homenaje puntual a “Basket case” en forma de cameo, aparición de cierto actor fetiche en una escena, en esta ocasión, homoerótica… y lo peor, un doblaje al castellano bastante lamentable, que incluso introduce morcillas inventadas y supuestamente graciosas. Las cosas se salen de madre en un desenlace al que no le falta un punto inquietante; una especie de explosión de la conciencia y un adentrarse, ya sin mirar atrás, en lo que pudiera ser una iluminación trascendente, un éxtasis o una enajenación definitiva y alejada de todo lo humano.
