JJLS
Miembro habitual
- Mensajes
- 349
- Reacciones
- 470
Yo superé un tumor germinal con metástasis en el pulmón, un tío de 18 años que no fumaba, no bebía y tenía una vida bastante ordenada en general. Pero esto es una puta lotería. Cumplí 19 en el hospital. Y ya soy más capitán que grumete (cuarentitantísimos muy bien llevados además). Estuve en revisión muchos años, cada tres meses al principio, cada seis un tiempo despues y cada año y medio desde entonces, y me dieron el "alta" hace bastante poco.
En una de esas últimas revisiones, hablando de todo el tiempo que había pasado y de lo bien que estaba, uno de mis oncólogos me comentó que ahora me lo podía decir, que mis perspectivas de mejora y sus expectativas en aquellos días respecto al desarrollo de la enfermedad eran muy malas y que realmente lo mío fue una de esas situaciones inesperadas en las que lo menos plausible acaba por suceder. Nunca se sabe.
Tuve noches muy, muy malas. Recuerdo una en concreto, de tantas otras que no voy a olvidar jamás, en las que ya llevaba bastante avanzado el tratamiento. Era bastante tarde. Me enchufaron la quimio e intentaba dormir pero no había forma. No sé qué coño pasó ahí, pero mi cerebro comenzó a desvariar. Sentía como caía cada gota desde el gotero al catéter y el recorrido de la quimio por mi cuerpo. Era una sensación insoportable, que no había tenido antes y no volví a tener después. Cuanto más intentaba dormir, más sentía que no podía más. Así que me incorporé en la cama e intenté caminar, salir de la habitación, escapar y dejarlo todo atrás. Llegué a mi límite. Mi madre, que estaba dormida en una de esas incómodas butacas en las que pasó toda mi enfermedad, conmigo, se despertó y recuerdo vívidamente lo que le dije. Mamá, para lo bueno o para lo malo, esto se tiene que terminar porque ya no puedo más. Pero sí, pude. Y pasaron más días. Y vinieron más operaciones. Y aquí seguimos. Y seguimos bien.
Por eso, mucha fuerza a los convalecientes, mucho ánimo y paciencia a sus familiares y pensamiento positivo siempre. Siempre hay esperanza.
En una de esas últimas revisiones, hablando de todo el tiempo que había pasado y de lo bien que estaba, uno de mis oncólogos me comentó que ahora me lo podía decir, que mis perspectivas de mejora y sus expectativas en aquellos días respecto al desarrollo de la enfermedad eran muy malas y que realmente lo mío fue una de esas situaciones inesperadas en las que lo menos plausible acaba por suceder. Nunca se sabe.
Tuve noches muy, muy malas. Recuerdo una en concreto, de tantas otras que no voy a olvidar jamás, en las que ya llevaba bastante avanzado el tratamiento. Era bastante tarde. Me enchufaron la quimio e intentaba dormir pero no había forma. No sé qué coño pasó ahí, pero mi cerebro comenzó a desvariar. Sentía como caía cada gota desde el gotero al catéter y el recorrido de la quimio por mi cuerpo. Era una sensación insoportable, que no había tenido antes y no volví a tener después. Cuanto más intentaba dormir, más sentía que no podía más. Así que me incorporé en la cama e intenté caminar, salir de la habitación, escapar y dejarlo todo atrás. Llegué a mi límite. Mi madre, que estaba dormida en una de esas incómodas butacas en las que pasó toda mi enfermedad, conmigo, se despertó y recuerdo vívidamente lo que le dije. Mamá, para lo bueno o para lo malo, esto se tiene que terminar porque ya no puedo más. Pero sí, pude. Y pasaron más días. Y vinieron más operaciones. Y aquí seguimos. Y seguimos bien.
Por eso, mucha fuerza a los convalecientes, mucho ánimo y paciencia a sus familiares y pensamiento positivo siempre. Siempre hay esperanza.