Hola, soy Klopek y soy un MIERDA. No cuento nada nuevo, lo sé.

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Tengo las vestiduras y ropas roídas al lado del Campo Santo en Perú, en donde semen apareció una figura esbéltica, casi diría nórdica, embozada en un manto lloroso y la cara un tanto cetrina. Parecía una anciana espigada con una siniestra sonrisa asceta pero caballerosa. Había una zombificación primaria en sus gestos.
 
Todas esas tradiciones celtas, de las hurdes hispánicas en donde figuras absolutamente cetrinas volaban como dioses de la nordicidad. Sus lamentos, sus susurros sin boca exudaban pavor y temor. Esas gentes vivían al lado del Campo Santo en un época en donde la Garduña enarbolaba el satanismo y en donde la virilidad era ofrecerse al Pazuzu cruel, que lo daba todo, que angustiaba como escarpias en el dintel.
 
Tengo las vestiduras y ropas roídas al lado del Campo Santo en Perú, en donde semen apareció una figura esbéltica, casi diría nórdica, embozada en un manto lloroso y la cara un tanto cetrina. Parecía una anciana espigada con una siniestra sonrisa asceta pero caballerosa. Había una zombificación primaria en sus gestos.
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La figura tenía un rostro espigado, diría que casi picudo, unas orejas cetrinas y una tez mareante. En el Campo Santo había una espiga del mal, con la Garduña y un cuadro demoníaco, de ritual eslávico. Lo explico, esos ritos, esas mujeres embozadas con palos responden a una primigenia que está desde la antigua Mesopotomia, con los chamanes de Siberia o los seguidores de la antigua Babilonia. Queridos amigos, es un sulfuro conocer esos cuadros bien perpetrados, de logia masonería en pleno centro de Albacete si, en una antigua casa de patio, con un gato humanizado al fondo que exudaba gallina de piel.
 
Todas esas tradiciones celtas, de las hurdes hispánicas en donde figuras absolutamente cetrinas volaban como dioses de la nordicidad. Sus lamentos, sus susurros sin boca exudaban pavor y temor. Esas gentes vivían al lado del Campo Santo en un época en donde la Garduña enarbolaba el satanismo y en donde la virilidad era ofrecerse al Pazuzu cruel, que lo daba todo, que angustiaba como escarpias en el dintel.
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