JAUJA - Lisandro Alonso dirige a Viggo Mortensen

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Sinopsis:

En la antigüedad, se creía que Jauja era una tierra mitológica de abundancia y felicidad. Se emprendieron muchas expediciones para tratar de encontrar el lugar y comprobarlo. Con el tiempo, la leyenda creció desproporcionadamente. Indiscutiblemente, la gente exageraba, como de costumbre. Lo único que se sabe con seguridad es que todos aquellos que intentaron encontrar este paraíso terrenal se perdieron.


 
FA:

 


Eureka, la nueva propuesta de este argentino, es radical en cuanto a concepto: tres historias separadas pero unidas por débiles puentes, cuyo nexo definitivo nunca termina de ser evidente ni lógico. Pero también en lo que respecta a ritmo, personajes y narrativa, muy alejados de lo convencional. De ahí que me haya parecido una película difícil de ver, que gana después, y no tanto durante un visionado en el que te encuentras perdido y sin hacer pie, a merced de las imágenes a veces poderosamente hipnóticas, a veces ininteligibles sin más de Alonso. Cine semejante a una exploración lejos de territorio conocido, abierto a la sensibilidad de quien esté dispuesto a adentrarse en él, o tal vez de un espectador-creyente que, en todo caso, parece obligado a hacer tabula rasa, mirar con otros ojos y aceptar lo que le ofrecen... o bien a renegar de ello.

Puede decirse que esto va sobre el indio en general, las poblaciones indígenas y su proceso de corrupción, su olvido, o bien explotación a manos de quienes ostentan el poder y la fuerza, mostrado todo ello en distintos contextos, a la manera de un conjunto de intuiciones y sin un discurso o denuncia evidente. De hecho habría una crítica a esto en cierta figura occidental y compasiva (Chiara Mastroianni), que se ha quedado tirada en un entorno que no es el suyo.

La primera de las historias es un western en blanco y negro con Viggo Mortensen y funciona a modo de prólogo, cortometraje y cine dentro de cine. Remake en miniatura de “Centauros del desierto” en formato cuadrado, de tono pausado y estático, presenta un far west insólito: frente al indio libre en un entorno natural majestuoso, un averno gótico sin el menor orden y ley, en buena medida representado gracias a un fondo sonoro (gritos, disparos) que pone los pelos de punta, con lo peor a la vuelta de cualquier esquina de semejante pueblo de mala muerte… Ejemplar segmento, logrado con apenas unos trazos.

La segunda constituye el grueso de la cinta y nos traslada a una reserva india de la actualidad, con sus problemas de hundimiento económico y moral de la población nativa americana, drogas, decadencia, juventudes perdidas, débiles intentos de algunos por labrarse un futuro… vista por una resignada mujer policía a lo largo de su frustrante jornada nocturna. Aquí, donde parece que habrá un caso, una investigación o lo que sea, es donde el film colapsa y se adentra en un ¿relato? que se estanca sin rumbo, exasperante, con planos dilatados hasta la extenuación y con una sensación, aparte del tedio, muy presente; la de hallarnos ante una espera sin fin que sólo puede ser previa a la muerte, a la desaparición definitiva de una forma de vida de la cual sólo quedan fantasmas.

Como tercera y última, una especie de fábula amazónica que parece contagiada del espíritu de Apichatpong y que se inicia a partir de una fuga o epifanía visual. Hay un tiempo de los sueños, un paraíso que tal vez nunca ha sido tal, donde se introduce sigilosa la civilización y el consumo (estamos en el Brasil de los años 70 y la crisis del petróleo) pero también irrumpe el pecado original, el del egoísmo, los celos... la posesión, en definitiva, que destierra del edén y arroja al sujeto a un trabajo inhumano. El indígena se ve reducido, una vez más, a una sombra en busca de descanso, el barquero le llevará a la otra orilla a cambio del tesoro. En medio, la enigmática presencia de un ave, el jabirú, cuyo papel es el de un mensajero, el alma de los pueblos o quizá la posibilidad de una resurrección, la continuidad más allá de la violencia y de las duras condiciones del mundo. El “coronel” es otra figura ambigua que, en sus distintas encarnaciones, se encarga de guiar a los protagonistas hacia su destino, mejor o peor.

Western, thriller policial, “slow cinema” o todo a la vez. El nivel de la representación fílmica, el de la pura y triste realidad y el del mito. El tiempo, como nos dicen, es una ficción, es invención humana, como las visiones que dan sentido a cada cultura, como la propia ficción cinematográfica, susceptible de atrapar, transformar y redimir ese tiempo. Y tal vez eso mismo, ese cruce de caminos, ese hallazgo, es “Eureka”.
 
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