Como peli gamberra, picantona, etc. se me queda bastante corta y no creo que, como se suele decir, “dé lo que promete”. Es una comedia romántica normal y corriente, de las de parejita dispar sin nada en común, pero que se conocen mejor y descubren así mucho del otro y también de sí mismos. Madurar, buscar la emancipación, él de sus padres, ella del suyo ausente, cada uno con su dramita. No faltan momentos pochos, un poco pasados de azúcar, pero es justo reconocer que las partes más absurdas y disparatadas (la playa de noche y la Jenny como Nuestro Señor la trajo al mundo) funcionan bien.
Le da un par de vueltas a los tics de comedia ochentera (el nerd, la tía buena, los padres, el coche…) a la luz de estas primeras décadas del siglo XXI; papá y mamá han dejado de ser esa autoridad inflexible, a cuyas espaldas se pueden montar fiestas y meterse en líos, pues ahora te pueden controlar con el móvil y de mil maneras... y de hecho, son ellos quienes asisten a su mequetrefe en todas sus necesidades, incluidas las de tipo sexual, alcohólico y juerguista, cosa tan graciosa como triste y patética. Mientras tanto, lo que fuera la fantasía onanista del empollón típico, la de la tía más buena del mundo apareciendo de la nada y dándote coba (para la cual en el mundo real eres invisible), para estos chavales de ahora sólo es motivo de desconfianza, temor y rechazo. La visita de la prota a una fiestecita pre-universitaria, que parece el infierno de Dante en clave zoomer (“¿¡Es que aquí no folla nadie?!), muestra a las claras la distancia entre quienes ya tienen (tenemos) una cierta edad y los niños bien adictos al smartphone.
Lo mejor, ni que decir tiene que es la Lawrence en un producto hecho a su medida, con un personaje sexualizado, tóxico, de “maneater” que se sirve del sexo como coraza emocional, irresponsable y un poco perdida. Se intuye un tema de clases por el que se pasa de puntillas, incluso se asume con resignación, pero que está ahí... como los pedazo de casoplones, que son más bien putas mansiones y que acostumbramos a ver en estas películas americanas como lo más normal del mundo. Pueblo de mala muerte que vive del turismo y de una economía estacional, trabajadores que son víctimas de una presión fiscal creciente y se ven obligados a largarse de allí. Pero está el valor sentimental de las cosas, el hogar, se busca la fórmula para la continuidad de ese legado familiar (la pareja de amigos), pero compatible con romper las ataduras del pasado.
El imaginario de la universidad, ese lugar al que se va a cualquier cosa excepto a estudiar, porque es marca de estatus y porque lo importante es aprender a “ser un hombre”, el rito de paso para el varón blanco, hetero y forrado, y el instante decisivo que condicionará su vida y relaciones más allá del núcleo familiar, le permitirá abrirse al mundo, hacer contactos entre quienes, como él, forman parte de la élite. No hay, por lo tanto, mayor problema en servirse de una guarrilla cualquiera de baja condición y sin conciencia de clase para que el nene vaya practicando.