Me ha tocado convivir con gitanos gran parte de mi vida. Mentiría si dijese que todas mis experiencias han sido malas, pero si que lo han sido la mayoría de ellas. Y las buenas, podrían resumirse en cierta amistad, que era imposible que llegase a tal cosa porque pronto comprobé que para un gitano, un payo jamás será su amigo. Podrá ser un conocido, un tipo que les cae bien y con el que no se meten, o una cartera con patas. Formar parte de su círculo... jamás.
Por contar una de tantas, de niño vivía en San Carlos, una barriada militar de San Fernando (Cádiz). Eran dos "círculos" de viviendas, cada uno de ellos con un patio circular interno, comunicados por un pasillo. Un recinto cerrado al que se accedía por los portales.
No sé bien como, establecimos una especie de "tradición". Todos los viernes por la tarde/noche, dejábamos abiertos los portales de uno de los patios, y nos atrincherábamos en el otro. Al patio abierto ingresaban entonces todos los gitanillos de La Casería, un barrio chabolista de etnia gitana cercano. Construíamos hasta parapetos y "trincheras", y... daba comienzo la "guerra".
Aclaro que la cosa empezó como un juego. Jugábamos a la guerra. Nuestra munición eran bolsas de pipas, que recolectábamos pacientemente durante la semana, llenas de arena. Era sumamente gratificante ver como esas bolsas impactaban en un "enemigo", desprendiendo una nube de tierra, y este se agarraba la tripa, simulando estar gravemente herido, y se desplomaba al suelo en su agonía. Nos lo pasábamos pipa (nunca mejor dicho).
Pero como todos los conflictos armados, la cosa fue escalando. Un dia, alguien tiró una piedra. Eso ya era artillería pesada. Tras la primera brecha (la primera de muchas), empezamos a robar ladrillos de las obras cercanas para crear proyectiles. Aprendimos como romperlos para que, además de golpear, cortaran. Las piñas verdes parecían granadas, y si te daban en la cocorota, hacían mucho daño. Luego, pasamos de unas sencillas pistolitas de juguete hechas de pinzas de la ropa, con una aguja con contrapesos como proyectil, a auténticas ballestas de madera de mimosa con flechas reales. Y de ahí, a unos fusiles de resorte que vendían por esa época (si, eran los felices ochenta y estábamos asalvajados), convenientemente modificados para que en lugar de las bolitas de plástico amarillo que disparaban, soltasen auténticos obuses con aristas, que hacían un daño considerable. De ahí a las escopetas de balines, solo fue un paso.
En fin, que montábamos auténticas batallas campales en las que raro era el día en que alguien no acabase con un hueso roto, o heridas de cierta entidad.
Pero como os he dicho que los conflictos escalan, y estábamos en plena vorágine "El señor de las moscas", decidimos cobrar prisioneros. Así que un viernes, tras la escabechina habitual, realizamos una expedición de castigo a territorio enemigo y capturamos a un gitano. Bueno, llamarlo gitano quizás es ser demasiado optimista. No tendría más de nueve años. Pero pataleaba y berreaba como un berraco. Y lo que salía por esa boca, dios mio...
Os juro que los epítetos que nos soltó habrían ruborizado a cualquier vecino del Rabal.
Una vez capturado, y trasladado a nuestros cuarteles, atrincherados tras los portales cerrados, no supimos muy bien qué hacer con el.
La verdad es que estábamos acojonados, y nadie quería hacerse responsable de aquel pequeño súcubo que continuaba acordándose de todo nuestro árbol genealógico. Así que alguien decidió amordazarlo (con un calcetín usado de un amable voluntario), y lo trasladamos a un pequeño cuarto que había en uno de los patios, destinado en tiempos a guardar un carrito de chucherías que tenía el portero de la finca (ya difunto). Pero como la puerta no cerraba bien y temíamos que la fiera se escapase y se dedicase a mordernos a todos con furia porcina, lo colgamos de las muñecas de una viga del techo. Si, habéis oido bien. Con dos correas, lo colgamos de una viga.
El gitanillo no hacía más que revolverse y soltar palabrotas que nunca jamás habíamos oído, entre maldición gitana y maldición gitana, con los ojos inyectados en sangre y contando lo que nos iban a hacer a nosotros, a nuestros padres y a nuestras hermanas, ante lo cual, obviamente estábamos todos más que acojonados. Así que cuando la primera madre se asomó a la ventana y gritó
"¡Manuelíiiiiiiinnnn, a casa de una puta veeeeeezzzzz...!!!", Manuelín respiró aliviado y se largó de allí con pies en polvorones musitando
"Me tengo que ir, que mi mama se enfada...".
Ese mismo camino fueron tomando todos, y poco a poco, hicimos mutis por el foro sin que a nadie se le ocurriese bajar al prisionero, ya que hacerlo sería reconocer participación en su "colgaje", y allí, misteriosamente y de repente, nadie había visto nada, y os juro que yo acabo de llegar, y este estaba ya aquí en el techo.
Total, que ese sábado nos despertaron las sirenas de la policía. Se habían encontrado a un gitano, colgado de las muñecas, que había acabado dislocando con sus aspavientos, con una hipotermia de caballo, y murmurando nosequé de
"os vamos a rajar a tós, josdeputa".
La policía, obviamente no hizo nada más allá de un par de preguntas (los gitanos de la Casería eran bien conocidos), y se largaron, tras atender al niño y llevárselo al hospital. Son cosas de críos, sentenciaron. Los gitanos... obviamente no fueron tan "respetuosos".
Durante un par de semanas, vivimos una calma tensa, en la que de repente, todos queríamos que nuestros padres nos llevasen y recogiesen del cole, y en las que, de repente, jugar en la calle dejó de ser atractivo. Como en casa de uno no se está en ningún lao, desde luego...
Pero claro, nos acabamos relajando. Lo habrán entendido, tampoco ha sido para tanto, al Joaqui le abrieron la cabeza también, seguro que ahora se están riendo de lo que ha pasao... etcétera.
Y un dia, Monchi no baja a jugar. La madre nos dice que como que no, que Monchi se bajó hace ya un buen rato. Donde está Monchi, donde está Monchi. Bajan todos los padres y madres presentes, y salimos a buscar a Monchi. Y Monchi aparece. Le habían dado una paliza de muerte, y luego lo habían tirado por un terraplén. Ojo, un terraplén de unos 15 metros, suficiente para haberlo matado. Pero es que, además, al fondo, lo que había era un cauce seco... repleto de chumberas. El que conozca como se las gastan las chumberas aquí en el sur, sabrá de lo que hablo.
. Aún recuerdo los alaridos de Monchi mientras lo "desclavaban". Creo que perdió un ojo, no estoy seguro porque los padres se largaron a Galicia a toda velocidad.
Afortunadamente, me largué de allí al poco tiempo también. Siempre he querido ir a ver como está el barrio, y concretamente, La Casería. Pero por una cosa u otra... nunca más me he acercado.