Harkness_666
Son cuatro
Me cae bien gente (¿gentuza?) como Bertrand Bonello. Alguien de la estirpe de los que no temen realizar malabarismos al borde del desastre, del exceso, si es a cambio de lograr esos hallazgos poéticos, inquietantes, cercanos a lo onírico y a la pesadilla.
Aquí aporta algo a la genealogía de Hitchcock, De Palma y Lynch, pasando por Resnais. Es decir, a esas historias de amor obsesivo y trágico que resuenan y atraviesan épocas y realidades, de amor más soñado que vivido (si es que hay diferencia alguna), en las que se da la confusión, aparecen el trauma y la idealización, el doble, el recuerdo y la identidad hechos pedazos. La imagen como engaño y manipulación, el relato que se adentra en lo gótico y romántico, con augurios de muerte y de finales desdichados.
Combinación de sci-fi distópica con reencarnaciones y existencias pasadas, drama de época sobre los convencionalismos sociales (que sería lo cercano a la base literaria, el relato de Henry James del que parte esto) y un thriller o giallo ambientado en la “jungla” de L. A. donde se hace más patente que nunca esa idea de un animal acechando a su presa... tiene como preámbulo la pantalla verde, la tecnología actual que materializa cualquier quimera, o la hoja en blanco que sirve de soporte a la escritura visual desatada del gabacho.
La “bestia”, la amenaza desconocida o presentimiento de una catástrofe inminente, son mas bien “las” bestias, que en cada momento y lugar adquieren una forma determinada, son el obstáculo para que ese amor nunca llegue a consumarse. El miedo a seguir el instinto, la mentalidad puritana de principios del siglo XX, o bien la superficialidad actual de preservar la juventud a toda costa, cirugía estética mediante, el simulacro de vida glamourosa pero transitoria y la terrorífica deriva del pensamiento “incel”, más alienados que nunca, hasta llegar a la encarnación última y definitiva; la IA, o una necesidad cada vez mayor de eliminar las emociones, las últimas y molestas trazas de una humanidad que se puede extirpar con facilidad. La distopía hace tiempo que dejó de ser el futuro para ser el presente o incluso el pasado inmediato; crisis, pandemia, la catástrofe consumada. Librarse del peligro de sentir, abrazar lo cómodo y previsible, frente a esos sentimientos turbios que nos humanizan, pero también nos exponen al peligro, al dolor y la incertidumbre. Aquello que la tecnología desarrolla para aniquilar de una vez por todas a la bestia… no es sino la Bestia misma.
La película se llena de reiteraciones, señales, como la paloma a modo de augurio del mal, de situaciones y diálogos que se repiten cual variaciones. Las muñecas y su evolución, desde la ingenua artesanía industrial de los inicios hasta los simulacros más perfectos de seres humanos. La música, desde Madame Butterfly, Schoenberg, con su expresión no mediante la belleza estética sino mediante la visceralidad, la electrónica brutal de discoteca, los ¿karaokes televisados?… y finalmente, una sociedad incapaz de relacionarse ni de sentir sino es a través de la evocación nostálgica; tal vez lo que más duele e interpela del film.
Cambia el formato y el estilo con cada salto temporal, desde la elegancia clásica, los planos-secuencia de 1910, marcados eso sí por cierta discontinuidad y ruptura del eje, hasta la disolución futurista de los espacios, lo frío e impersonal, pasando por las pantallas partidas, video-grabaciones, cámaras de vigilancia, etc. de 2014. Me quedo con esa secuencia del incendio-inundación que es digna de un James Cameron y en especial con el hackeo del portátil, con unas imágenes surgidas del averno que son homenaje y préstamo, nada menos, de cierto polémico cineasta americano que no me esperaba para nada, sin duda el instante más malrollero. Y se permite algún gag como el del jarrón Ming, pues esto tiene su punto satírico (aunque en mi cine no se reía nadie...).
La película la llevan desde luego ellos dos y les permite, por motivos obvios, bastante lucimiento interpretativo, con diálogos en distintos idiomas y un significado especial, una vez más, ahí donde reside la naturaleza del sentimiento; la mirada, inexpresiva, “de muñeca”, o bien horrorizada, que es la clave de todo, como siempre lo ha sido.