Sentencia Mortal: Parte 1 me parece que aún aguanta el tipo como una más, tal vez no la mejor, pero tampoco la peor. Se nota que va tomando nota de cosillas; el tiroteo en el desierto de Arabia, con reminiscencias visuales a “Dune”, o su propia Harley Quinn a modo de secuaz impasible del villano y que es probablemente lo mejor de todo esto.
A nivel emocional y de personajes, el interés es cero patatero (cierta muerte que, todo sea dicho, no puede importarme menos), pero nos quedan las secuencias, tan elaboradas y vistosas como siempre; la primera del submarino, sin Tom y como muy clásica de guerra-espionaje, el aeropuerto, con constantes engaños, mascaradas (digitales y de reconocimiento facial), la ladrona de guante blanco, la dinámica “te traiciono, me traicionas”, la maleta peligrosa con explosivo...
Persecución automovilística por las calles de Roma, alguna que otra postal turística para lucirse, y cómo no, el momento con mayúsculas y la declaración de intenciones de Tom, jugándosela y tirándose por un precipicio en moto-paracaídas. Las dos llavecitas como puro motor de la (absurda) trama, distintos grupos de gente dándose caza...
Tour de force final con el tren, más engaños y escaramuzas, redenciones y traiciones de última hora; elementos, en fin, sumamente clásicos y de siempre para una propuesta donde el enemigo principal, convenientemente acompañado de un agente humano muy malvado que viene a ser una especie de profeta anarquista, no es sino un Chatgpt con el poder de distorsionar la realidad misma y hasta las nociones éticas más elementales, anticipándose a los pasos de nuestros amigos a cada momento; una amenaza invisible que se adentra en la ciencia-ficción (la inquietante y hasta cómica revelación en la fiesta veneciana) y con lo que los grandes artistas Cruise y McQuarrie nos hablan de nuestros tiempos presentes, solo que dicha lucha de lo analógico contra lo digital y ultramoderno no está aún tan remarcada como en Sentencia final: ya un delirium tremens de Cruise enamorado de sí mismo y que no puede huir de su condición de ambicioso colofón épico y repaso “fanservice” de la saga, para acaba siendo probablemente la más floja.
Chicle estirado ya hasta lo imposible, incrementando además el componente mesiánico y megalómano hasta el punto de convertirlo en una pura lucha mística del bien contra el mal por la salvación del género humano, que trasciende lo político y de espías sin más; la “entidad” de marras es llamada en un momento dado “señor de las mentiras” y nuestro super-agente es un ser de luz, irradiador de bondad y solidaridad y el único moralmente impoluto, y por tanto capacitado para custodiar semejante poder maligno y evitar que corrompa fatalmente al gobierno de turno. Cruise por encima, literalmente, de todo bien y todo mal, corriendo a su manera única por la sabana africana o por donde se tercie, que por supuesto se salva y nos salva, aún condenándose a sí mismo y a los suyos a morar como fantasmas entre las sombras. Lo da todo, por los suyos, por nosotros, despeñándose por la puta fosa de las Marianas, atravesando pasadizos inundados y abriendo escotillas durante un tramo larguísimo de película sin diálogos, para posteriormente emerger a pulmón y sobrevivir, con dos cojones.
Luego, como unas 200 cuentas atrás y bombas después, un combate aéreo de avionetas y una simpática muerte del malísimo que acaba siendo lo más digno de un conjunto tirando a infumable en su primera mitad, repleta de flashbacks de anteriores entregas (salvo la de Woo, vaya…), unos 400 mcguffins (la píldora, el cacharro ruso ese y hasta la famosa “pata de conejo”) y un secundario mítico que muere porque sí y ni te enteras. Y es que hasta los perjudicados en algún momento por Ethan (el tipo que vive con la esquimal) le tienen que agradecer, cual ángel de la guarda, su providencial intervención en sus vidas, que les trajo la felicidad.
Por último, la cosa vuelve a desplomarse, resucitando los fantasmas nucleares de la guerra fría; algo horrendo de ver, con todo el mundo prácticamente siendo buenísimo y muy noble, 100 micro-dramas por segundo, y claro… la presidenta de los Estados Unidos (Kamala con otro nombre) que es una persona muy responsable, nobilísima en el fondo y con mucha cabeza, empujada por las circunstancias, que no lo firma ni Emmerich harto de grifa. Con un monólogo final que no dista mucho de un discurso del partido demócrata, sobre que todos tienen que estar muy unidos para construir el futuro, o el milésimo blanqueamiento de los que parten el bacalao geopolítico.