Harkness_666
Son cuatro
Un pequeño incidente relacionado con robos en un instituto alemán desencadena, a modo de bola de nieve, una confrontación muy tensa entre profesores, alumnos y padres, en cuyo centro está una joven profesora que lleva a cabo un acto irreflexivo cuyas consecuencias se le van totalmente de las manos, poniéndola en una situación límite.
La temática a veces tirando a edulcorada o buenista en torno al sistema educativo se convierte aquí en un thriller que por instantes se aproxima a lo polanskiano (un par de escenas con un teléfono y un ordenador de por medio lograron ponerme de los nervios), fiel al punto de vista subjetivo, acercándonos al calvario mental, dudas y desmoronamiento de una docente idealista cuyas buenas intenciones acaban por sacar a la luz una buena cantidad de mierda que se oculta en un centro, en principio, bastante normal y de nuestros días; no es un colegio de élite necesariamente, ni conflictivo, se ve esa diversidad de alumnos de distintas razas, orientaciones etc. y busca representar, entiendo, una versión a pequeña escala de un conjunto social heterogéneo y en conflicto como es el mundo actual.
Con cierto ramalazo a “Caché” de Haneke y con situaciones incómodas y angustiosas, pero más convencional, más digerible que las propuestas del austríaco, aunque no menos complaciente; los interrogantes que se plantean no llegan a resolverse y corresponde al espectador valorar las acciones (ambiguas, precipitadas, dubitativas...) de unos personajes que son presa de sus contradicciones, así como el propio devenir de una trama un tanto disparatada que, si la acción transcurriera en España, no tengo pruebas de que sería un cortometraje de cinco minutos porque todo se resolvería a hostia limpia y aquí paz y después gloria, pero tampoco dudas de ello.
Sin salir del entorno del colegio y su geografía asfixiante de puertas, pasillos y recovecos, con una realización de colores apagados y una banda sonora de pocas y crispantes notas, el film aborda el poder y sus métodos cuestionables, revestidos de tolerancia, amabilidad y “espacios seguros”, que en la práctica se traducen en interrogatorios chungos que tampoco ayudan a descubrir una verdad escurridiza y digna de un Henry James. El peligro de la difamación y la validez relativa de unas pruebas, en teoría objetivas. El prejuicio racial e idiomático, el derecho a la intimidad confrontado a unas posibilidades tecnológicas que lo vulneran. El chivo expiatorio, y en definitiva, cómo un hecho nimio sirve de cauce a un malestar colectivo y a la expresión de una violencia.
Los niños, no tan inocentes, que entienden las cosas desde su visceralidad, que acaban siendo bastante inteligentes y perversos para lo que quieren… al menos ante unas enseñanzas (el método científico, el razonamiento, el compañerismo y refuerzo de los vínculos) que dudosamente se corresponden con una realidad que se resiste a ser fácilmente descifrada por un simple algoritmo, que es algo más que un cubo de rubik a resolver; el final abierto lo entiendo como un gag, reforzado por la música que entra por fin en clave irónica. La prensa como expresión clara de ese cuarto poder (de coña marinera lo de estos pequeños aprendices de Ferreras) y su manipulación, consecuencia de la falta de comunicación; precisamente el intento por no exponer, por proteger la intimidad de los implicados, es lo que genera una opacidad, un intento de encubrimiento y la ruptura del tenso equilibrio en que se sostiene ese gran instrumento represor que es el colegio.
“La verdad todo lo vence”, ¿no les hemos enseñado eso, al fin y al cabo? lema que también es contradictorio porque la verdad, más en nuestros días, es cada vez más incierta y al final las cosas son ilógicas… o peor aún, las cosas siguen su propia, inevitable y terrible lógica.