Sirât (Oliver Laxe)

nogales

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Nadie comenta, ya no la película, sino la curiosa sorpresa que ha sido su éxito en taquilla?? Un fenómeno un poco inesperado, no tanto si tenemos en cuenta que Movistar + se ha volcado en la promoción, aunque ver a un Laxe segundo en taquilla ni tan mal. Ojo que tambien ha debido haber unas cuantas deserciones de gente en salas viendo por donde iba en realidad la propuesta, pero vamos, que se constata que la gente hoy en día, como sujeto espectador, tiene la piel mas fina que nunca.


Digamos que empieza un poco a lo Laxe mas puro de O que arde con una presentación de ambiente y sensitividad detallada , recreandose en los cuerpos y materiales de las raves, ... y sorprendentemente gira hacia terrenos mucho mas asequibles y de puro cine de género survival , aunque claro, con el trasfondo que tanto gusta en Cannes: sordidez y conciencia social que no falten. Eso si, Laxe se pone juguetón en plan cabrón, Hanekizandose para entendernos , lo que seguro que "encantará" a @Ropit y cia. :diablillo


Sorcerer + Footlose + La vaquilla

Sergi López justito, cumple sin mas. El resto del casting es perfecto y cojonudo.

La han subtitulado como Trance en el desierto....

Aventuraveros del Sahara la hubiera llamado yo...
 
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Carga maldita, si :)

la película tiene una virtud: se pasa volando.

y eso que me temía lo peor cuando Laxe se pone a rodar cuerpos bailando, creía que nos iba a meter secuencias de esas cada 2 x 3 ... y no.
 
No la he visto aún, pero el tráiler me recuerda mucho a Mimosas (que me parece excelente y yo creo que a Ropit también le gustaría): aventuras en el desierto; el rollo metafísico; el detallismo de ciertas secuencias (la descarga y montaje de los altavoces y el equipo de sonido frente al ritual de la colocación y puesta en marcha del motor del coche)...



Por cierto, esta noche Laxe estará en Versión española (en la2 de tve); emiten O que arde.
 
La película se abre con unas manos anónimas que colocan torres de altavoces, como si fueran sillares de algún templo pagano que buscara rivalizar con las montañas, los enormes muros de piedra que, mudos e indiferentes, devuelven el eco de una música electrónica a cuyo ritmo lúgubre, repetitivo, danzan los raveros; peregrinos en busca de un baile sin fin, de rendir su voluntad a algo mucho más grande, moviéndose como un único cuerpo tras una libertad inalcanzable que tiene el desierto como horizonte y como única realidad tangible.

La película, que empieza así de bressoniana, es de esas que emergen de una pura materialidad, del polvo, el calor, la tierra, el lodo... pero que apuntan más allá; el plano que se adentra en uno de esos altavoces, con una forma semejante a una cruz, la peregrinación a la Meca, trazan un paralelo de la subcultura rave con las religiones, con el Islam en particular, el significado de la palabra que no es otro que “sumisión”. La primera sorpresa es que esto no parece tanto un cine contemplativo o hierático, sino una aventura clásica y un western moderno, con un hombre desubicado en un ambiente que no es el suyo, a la manera de “Hardcore” de Schrader, tras la pista de unos neo-hippies que tal vez le lleven a su hija desaparecida. Seres como mágicos y de fábula ante la mirada fascinada del niño que descubre el mundo, aunque no es el único con su propio camino iniciático. Y así, tenemos una historia entrañable de lazos humanos imposibles y una road movie en un territorio hostil por sus condiciones climáticas y geográficas extremas. Pero algo extraño se abre paso: una guerra, el apocalipsis inminente, un panorama indeterminado de crisis que podría ser hoy mismo.

La propuesta se quiebra radicalmente (segunda sorpresa) y nos adentramos en un paraje de crueldad y desolación, con unos personajes absolutamente perdidos, sin rumbo, atrapados en una experiencia extrema de dolor humano y pérdida cruel del sentido, de la orientación. La irrupción de la muerte es hasta cómica, de tan brutal. Y parece en este punto una de Herzog, con gente de la vida real interpretándose a sí misma, locos en el fin del mundo sin redención posible en su locura quijotesca, que incluso en lo peor se aferran a su devoción por la música y el baile.

Sirat, el estrecho puente que conecta el cielo y el infierno, el sendero por el que transitar a modo de prueba de fe, sin pensar en nada, sin importar nada, tras perderlo todo. Se puede ver como la crónica de una utopía perdida, un sueño imposible que todos buscan (incluso la niña perdida), pero que ni en el último rincón del desierto se obtendrá. Pero al final, la película no es sino un “trance” perpetuo. Un instante decisivo de suspensión de todo, de vida o muerte, donde se hace patente nuestra fragilidad, esa línea difusa en la que, no sin correr riesgos, se mueve Laxe.
 
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