Harkness_666
Son cuatro
Hacía tiempo que quería abrir hilo de este hombre. Director taiwanés, uno de los más destacados del cine asiático reciente, poseedor de un estilo visual mal llamado "lento" y que pone de los nervios a buena parte del público cinéfilo, al tiempo que cautiva a muchos otros (comparaciones con Tarkovski y Antonioni, que no falten)... me da la impresión de que está un tanto demodée el hombre y que últimamente no anda tan inspirado, ni tan en boca de la gente. Poco prolífico, muy suyo, dio la campanada con "El sabor de la sandía", que le dio a conocer a un nivel más popular y alejado de circuitos festivaleros "de culto" (es la que menos nota tiene en filmaffinity, por ejemplo... porque es la que más gente ha visto. Curioso cuanto menos).
¿Qué os parece? Recupero lo que he visto y escrito de él:
El río
Un joven que sufre un intenso dolor en el cuello, un padre que frecuenta saunas gays, una madre que le pone los cuernos. Tercera película del cineasta taiwanés Tsai Ming-Liang, artífice de rarezas como aquella “El sabor de la sandía” y uno de los directores más personales y alabados/odiados del cine asiático reciente. Drama de historias cruzadas, en torno a unos individuos solitarios, presas de la incomunicación, la rutina y el hastío de la vida urbana, que intentan paliar su soledad. Sin embargo, no encuentran lo que buscan, pese a lo cerca que lo tienen en realidad... y es que se encuentran muy próximos unos a otros, pero a la vez muy lejos. El sexo es lo único que les sirve de consuelo, pero no es lo mismo que el amor, y les conducirá a una tragedia edípica de incierto desenlace. Casi sin darnos cuenta, existe un cierto surrealismo y un extraño sentido del humor detrás de todo lo que vemos (el dolor de cuello como leve hilo conductor de la historia, sin ir más lejos).
Un cine muy contemplativo, de planos sostenidos e interminables, prácticamente mudo en su parquedad de diálogos y en su ausencia de cualquier banda sonora. Imágenes de enorme pureza, encuadres simples pero inspirados, donde el entorno físico parece representar estados de ánimo, a la manera de un Antonioni oriental (personajes atrapados en arquitecturas opresivas, sin encanto), mientras que la presencia de agua y de humedad representa la desintegración familiar y el distanciamiento, ya desde ese río contaminado del principio, la lluvia que no cesa y el persistente problema de las goteras (aquí en cambio, a quien recuerda es a Tarkovski). Como protagonista, el etéreo e inexpresivo Lee Kang-Sheng, “muso” particular del director a lo largo de toda su filmografía, con el que la cámara se recrea abiertamente. Final abierto, cómo no, después del cual la vida continúa y no sabemos más.
Viva el amor
Segundo largometraje del afamado realizador taiwanés, cuyo título supongo que es irónico. Un vendedor de urnas funerarias, una agente inmobiliaria y un buscavidas, es decir, tres individuos sin nada que ver entre sí, van a coincidir en un piso vacío y a la venta, donde sin saberlo comparten sus existencias. Cual náufragos urbanos, los tres buscan algo que les haga felices, pero no lo consiguen... persiguen fantasmas, cada uno los suyos, y hay algo que les impide el contacto humano que tanto desean. Forman, pues, un triángulo romántico poco convencional, donde el sexo resulta ser un sustituto pobretón del amor verdadero. Los tres son vendedores, los tres son fumadores empedernidos, los tres encuentran en el apartamento un espacio de autonomía personal que falta en sus vidas monótonas (la de ella), frustradas (la de él), o tratan, sencillamente, de sobrevivir (el otro) en un mundo que en realidad no le gusta a nadie, donde la gente se preocupa de estar junta solamente al estirar la pata.
La sombra de Antonioni es alargada (encuadres muy medidos, narración anecdótica...). Vaya final, a modo de catarsis de todo lo que hemos visto, un plano de cinco minutazos con ella sollozando cual Magdalena. Los diálogos son casi inexistentes, no hay mucho que decir, al menos más allá de inconexas conversaciones telefónicas. El amigo Tsai sabe convertir espacios asépticos, impersonales, sin encanto, en elementos estéticos y atmosféricos, extrae una cualidad poética de lo feo, de lo cutre. A través del agua representa la soledad y el distanciamiento. El suyo es un cine muy físico, hecho con nada, no hay música, no hay nada visualmente apabullante... nada más que una confianza absoluta en sus imágenes, en el eco que dejan, en lo que podemos entrever en ellas, obtiene lo máximo de cada movimiento, de cada sonido (esa escena de seducción del principio, genial). Y mucho ojo, que abundan momentos de un humor muy absurdo; por ejemplo, los peculiares usos de un melón.
Una especie de cuento tragicómico, con el sello característico, el peculiar tempo, la capacidad de hermanar lo cotidiano y lo inesperado, lo anodino y lo insólito, de uno de esos cineastas empeñados en arañar el alma humana.
¿Qué os parece? Recupero lo que he visto y escrito de él:
El río
Un joven que sufre un intenso dolor en el cuello, un padre que frecuenta saunas gays, una madre que le pone los cuernos. Tercera película del cineasta taiwanés Tsai Ming-Liang, artífice de rarezas como aquella “El sabor de la sandía” y uno de los directores más personales y alabados/odiados del cine asiático reciente. Drama de historias cruzadas, en torno a unos individuos solitarios, presas de la incomunicación, la rutina y el hastío de la vida urbana, que intentan paliar su soledad. Sin embargo, no encuentran lo que buscan, pese a lo cerca que lo tienen en realidad... y es que se encuentran muy próximos unos a otros, pero a la vez muy lejos. El sexo es lo único que les sirve de consuelo, pero no es lo mismo que el amor, y les conducirá a una tragedia edípica de incierto desenlace. Casi sin darnos cuenta, existe un cierto surrealismo y un extraño sentido del humor detrás de todo lo que vemos (el dolor de cuello como leve hilo conductor de la historia, sin ir más lejos).
Un cine muy contemplativo, de planos sostenidos e interminables, prácticamente mudo en su parquedad de diálogos y en su ausencia de cualquier banda sonora. Imágenes de enorme pureza, encuadres simples pero inspirados, donde el entorno físico parece representar estados de ánimo, a la manera de un Antonioni oriental (personajes atrapados en arquitecturas opresivas, sin encanto), mientras que la presencia de agua y de humedad representa la desintegración familiar y el distanciamiento, ya desde ese río contaminado del principio, la lluvia que no cesa y el persistente problema de las goteras (aquí en cambio, a quien recuerda es a Tarkovski). Como protagonista, el etéreo e inexpresivo Lee Kang-Sheng, “muso” particular del director a lo largo de toda su filmografía, con el que la cámara se recrea abiertamente. Final abierto, cómo no, después del cual la vida continúa y no sabemos más.
Viva el amor
Segundo largometraje del afamado realizador taiwanés, cuyo título supongo que es irónico. Un vendedor de urnas funerarias, una agente inmobiliaria y un buscavidas, es decir, tres individuos sin nada que ver entre sí, van a coincidir en un piso vacío y a la venta, donde sin saberlo comparten sus existencias. Cual náufragos urbanos, los tres buscan algo que les haga felices, pero no lo consiguen... persiguen fantasmas, cada uno los suyos, y hay algo que les impide el contacto humano que tanto desean. Forman, pues, un triángulo romántico poco convencional, donde el sexo resulta ser un sustituto pobretón del amor verdadero. Los tres son vendedores, los tres son fumadores empedernidos, los tres encuentran en el apartamento un espacio de autonomía personal que falta en sus vidas monótonas (la de ella), frustradas (la de él), o tratan, sencillamente, de sobrevivir (el otro) en un mundo que en realidad no le gusta a nadie, donde la gente se preocupa de estar junta solamente al estirar la pata.
La sombra de Antonioni es alargada (encuadres muy medidos, narración anecdótica...). Vaya final, a modo de catarsis de todo lo que hemos visto, un plano de cinco minutazos con ella sollozando cual Magdalena. Los diálogos son casi inexistentes, no hay mucho que decir, al menos más allá de inconexas conversaciones telefónicas. El amigo Tsai sabe convertir espacios asépticos, impersonales, sin encanto, en elementos estéticos y atmosféricos, extrae una cualidad poética de lo feo, de lo cutre. A través del agua representa la soledad y el distanciamiento. El suyo es un cine muy físico, hecho con nada, no hay música, no hay nada visualmente apabullante... nada más que una confianza absoluta en sus imágenes, en el eco que dejan, en lo que podemos entrever en ellas, obtiene lo máximo de cada movimiento, de cada sonido (esa escena de seducción del principio, genial). Y mucho ojo, que abundan momentos de un humor muy absurdo; por ejemplo, los peculiares usos de un melón.
Una especie de cuento tragicómico, con el sello característico, el peculiar tempo, la capacidad de hermanar lo cotidiano y lo inesperado, lo anodino y lo insólito, de uno de esos cineastas empeñados en arañar el alma humana.