¿Por qué me gusta 'Alejandro Magno'?
Bueno, pues ahí va un artículo que pensaba publicar mañana en el blog, pero que posteo aquí porque me parece que merece un debate por estos lares.
Ayer volví a ver ‘Alejandro Magno’ de Oliver Stone en su ‘final cut’. Y no puedo dejar de preguntarme ¿por qué me gusta tanto este film, que en realidad es totalmente fallido y arrítmico? Supongo que una de las razones principales es mi predilección por las películas épicas ambientadas en la antigüedad. También supongo que es porque la historia del mítico rey macedonio es innegablemente poderosa, a pesar de los fallos de Stone a la hora de contarla. ¿O puede que sean precisamente esos fallos los que dotan a este film de un aura de extraño misterio, como si la sensación de obra fallida se correspondiese con las sombras de la vida de Alejandro?
Podemos achacarle a la película que está mal escrita, mal interpretada, mal montada, mal ambientada, y en general mal dirigida. Y sin embargo, cada vez que veo la película, me doy cuenta de que el guión es más que coherente con lo que ocurre y con lo que en teoría sienten los personajes. La relación entre Alejandro y Hefestión transcurre según las enseñanzas que Aristóteles les inculca de niños. Al mismo tiempo, Alejandro se siente seducido por Roxana a través de un turbio complejo de Edipo, mientras que también es atormentado por el mito de Medea, ambos inculcados por la turbulenta relación que mantiene con sus progenitores. La obsesión de Alejandro con la traición tiene su origen en los sucesivos actos que ha contemplado hacia su padre o hacia el emperador persa Darío. Al mismo tiempo, Alejandro ansía superar la gloria de Aquiles (inculcada también por su madre), pero realmente no sabe de qué se compone esa gloria, por eso se guía a través de los deseos expansionistas de los griegos, para darse cuenta al final de lo fútil de una búsqueda en la que no existe un objetivo ni real ni realista. Y es precisamente en ese momento, cuando el ímpetu y la fuerza de Alejandro se agotan completamente, que casi literalmente el protagonista se deja morir.
Y bueno, me dejo en el tintero mil y un detalles más que hacen de esta película un intrincado laberinto de pasiones, tormentos, y sueños imposibles, que resulta difícil de digerir en un primer visionado, y que sólo adquiere sentido cuando uno va descubriendo los detalles y las conexiones entre diversos elementos que parecen aparentemente inconexos. Quizá el mayor fallo esté en el casting de la película, y especialmente en su protagonista, puesto que aunque Colin Farrell se esfuerza, no es un actor que posea el carisma y la fuerza suficiente en pantalla como para hacernos creer que él es el tipo que una vez logró reunir un ejército capaz de conquistar todo el Oriente Medio, desde Grecia hasta la India. Angelina Jolie está más que ajustada en su papel de la madre de Alejandro, retratada como ambiciosa mala pécora que incluso llega a mantener una abrumadoramente incestuosa tensión sexual con su propio vástago. Val Kilmer hace lo que puede con sus limitadas habilidades interpretativas a la hora de interpretar al padre del protagonista (el rey Filipo), mientras que Anthony Hopkins aparece por ahí para hacer de narrador del Canal Historia y llenar el cártel de la película con otro nombre popular y ‘prestigioso’. Los numerosos secundarios que tiene el film mantienen el mismo tono que el cuarteto protagonista: ninguno nos resulta simpático.
Y de ahí puede que derive el otro problema de la película: que no podemos empatizar del todo con ninguno de los personajes. Quizás eso sea algo deliberado por parte de Oliver Stone, pues trata de sumergirnos en una época y una mentalidad que resultan ajenas a nuestros valores actuales. Por supuesto, las pasiones que retrata ‘Alejandro Magno’ siguen existiendo hoy día y siempre lo harán, pero el mundo de valores en que se desenvuelven nos es extraño, a pesar de que Stone al mismo tiempo pretende hacer una lectura contemporánea. Quizá por ello debamos acercarnos a esta película con prudencia en vez de tratar de verla como un film épico al uso.
Por otro lado, visualmente la película es Stone puro y duro, pero la fotografía no llega a conseguir estar a la altura de esta historia. Está claro que Rodrigo Prieto se desenvuelve mejor en el mundo contemporáneo que en las recreaciones históricas. Es una pena que Robert Richardson, habitual director de foto de Stone, no participase en este film, porque quizá le habría dado otra textura más acorde con la manera en que el director nos transmite esta historia. En el plano más técnico, los CGI parecen a veces más dignos de una miniserie televisiva que de una superproducción de cine del año 2004.
A la música de Vangelis, por su parte, se la ve tan perdida como al protagonista, puesto que a pesar de contar con pasajes abrumadoramente épicos y hermosos, pasajes exóticos, y otros más oscuros, no llega a fundirse con la imagen y contribuye a abrir aún más la brecha entre la película y el espectador. Vangelis quizá se muestra excesivo cuando le da por la épica, y su música sobrepasa en emoción a lo que está ocurriendo en pantalla, quizá por torpeza de Stone, que no sabe dirigir este tipo de secuencias. Aparte de que el retrato de Alejandro que vemos en la película dista mucho de lo típicamente heroico, lo que produce extrañeza cuando oímos por ejemplo el maravilloso pasaje musical que acompaña a la doma de Bucéfalo, una escena que está rodada como un hito legendario en la vida de Alejandro, pero que dentro del cuerpo de la narración resulta de lo más anodina.
Y sin embargo, a pesar de todo esto, la película me engancha y me fascina lo suficiente como para tragarme los más de 200 minutos del montaje “definitivo” que hizo Oliver Stone de la película en 2007, titulado ‘Alexander Revisited: The Final Cut’ (sólo disponible en DVD y Blu-Ray USA y UK). Hay que recordar que este es el tercer montaje que hizo el director del film tras el cinematográfico y el así llamado ‘director’s cut’, que en realidad era una excusa de volver a vender la película tras su fracaso comercial quitándole sus elementos más polémicos (principalmente las inclinaciones homosexuales de Alejandro Magno), supongo que para no ofender a los canis norteamericanos que pretendían ver otro ‘Gladiator’ o ‘Braveheart’, y que no deseaban ver un drama sobre un atormentado rubio de bote de intrincada personalidad y ambigua moral, y que encima tiene como gran amor de su vida a uno de sus generales.
Este tercer montaje añade más escenas sangrientas de batalla y momentos íntimos extendidos (sexo incluido), pero se diferencia de los típicos montajes extendidos para DVD en que la película ha sido remontada por completo, alterando el orden de las escenas con respecto al montaje ciematográfico. Ahora, tras la narración de Hopkins del comienzo, la acción propiamente dicha empieza en la víspera de la batalla de Gaugamela, y de ahí hacia adelante, alternando con flashbacks sobre la vida de Alejandro. Creo que esta nueva estructura beneficia a la película y le da un poco más de consistencia dramática, aunque por sí sola no es capaz de suplir las carencias del film. Sin embargo, lo mejor del mismo, lo que quizá hace que me enganche, es la manera en que uno descubre que está ante una obra "de autor", ya que se nota el esmero y pasión que ha puesto Oliver Stone en la película a pesar de sus fallos. En realidad, podemos hacer nuestras ciertas palabras del personaje de Ptolomeo (Anthony Hopkins) sobre Alejandro para con la película: ‘puede que sueño fuese fallido, pero Dios mío, ¡menudo fallo!’
Un saludete.