A raíz de alguna confesión de algún forero que ha abierto su corazón al resto, he pensado que podría estar bien , como homenaje o recordatorio para nosotros mismos o simplemente para hacernos conocedores a todos, que alrededor nuestro hubo aún gente mejor que se nos fue. Es probable que haya a quien le duela recordar o a quién recordar le suponga un consuelo. En cualquier caso para los demás es un regalo. Contar historias de un muerto es darle un aliento de vida.
Mi abuela
Llevaba unos cuántos años muerta cuando se murió. Se murió cuando murió mi abuelo. Eran vidas siamesas. Cuando mi abuelo dejó de respirar dejó de respirar mi abuela y aguantó lo que aguantó la respiración. Refunfuñaba y renegaba en gallego que daba miedo. Tenía tantas arrugas que parecía una bruja o un compañero de la santa compaña.
La vi deslomarse en el campo, cargar como un toro, enfrentarse a los lobos, matar animales, enseñarme a ordeñar vacas, llamarme tolo a todas horas, caminar de noche sobre un crujiente suelo de madera hacia no sabíamos dónde, a puertas nunca abiertas de niño y que solo abría de noche, beber a escondidas Carlos III para olvidar que ya no recordaba nada, la vi crecer hacia abajo, encogerse, callarse, la vi esperar la muerte. Aún la siento a veces en las cosas de misterio, en lo que me da miedo, protegiéndome de ello, como buena gallega. Creo que el miedo le tiene miedo, como a todos los gallegos.
Hacía un caldo gallego de berzas que era lo primero que queríamos cuando llegábamos. Casi antes que darle un beso. Lo olíamos en león, se hacía la boca agua en Lugo, en el cádavo el ruido del estómago era atronador y llegábamos a punto de desmayo a su casa de la carraceira. Entre cinco y seis platos tomábamos antes de pedir que nos lo volvieran a llenar. Era buena cocinera de cuatro cosas pero eran de esas que las empezabas a comer cuando llegabas y cuando te ibas un mes después aún no te las habías acabado. Recuerdo eso y muchas cosas más de mi abuela. Así dejó una pequeña constancia de quién fue.
Mi abuela
Llevaba unos cuántos años muerta cuando se murió. Se murió cuando murió mi abuelo. Eran vidas siamesas. Cuando mi abuelo dejó de respirar dejó de respirar mi abuela y aguantó lo que aguantó la respiración. Refunfuñaba y renegaba en gallego que daba miedo. Tenía tantas arrugas que parecía una bruja o un compañero de la santa compaña.
La vi deslomarse en el campo, cargar como un toro, enfrentarse a los lobos, matar animales, enseñarme a ordeñar vacas, llamarme tolo a todas horas, caminar de noche sobre un crujiente suelo de madera hacia no sabíamos dónde, a puertas nunca abiertas de niño y que solo abría de noche, beber a escondidas Carlos III para olvidar que ya no recordaba nada, la vi crecer hacia abajo, encogerse, callarse, la vi esperar la muerte. Aún la siento a veces en las cosas de misterio, en lo que me da miedo, protegiéndome de ello, como buena gallega. Creo que el miedo le tiene miedo, como a todos los gallegos.
Hacía un caldo gallego de berzas que era lo primero que queríamos cuando llegábamos. Casi antes que darle un beso. Lo olíamos en león, se hacía la boca agua en Lugo, en el cádavo el ruido del estómago era atronador y llegábamos a punto de desmayo a su casa de la carraceira. Entre cinco y seis platos tomábamos antes de pedir que nos lo volvieran a llenar. Era buena cocinera de cuatro cosas pero eran de esas que las empezabas a comer cuando llegabas y cuando te ibas un mes después aún no te las habías acabado. Recuerdo eso y muchas cosas más de mi abuela. Así dejó una pequeña constancia de quién fue.