Atom Egoyan. Cine mental.

nogales

Miembro habitual
Mensajes
24.135
Reacciones
4.988
Ubicación
Valladolid
Egoyan, uno de los directores más enigmáticos y opacos que existen, a pesar de no contar historias con exceso de complejidad en sus tramas, aunque sí en sus personajes, callados, misteriosos, ausentes.


Exótica lo lanza a la fama con una historia sórdida, pero que se revela al final como una de las más puras y sinceras historias de amor, sólo que en la dirección opuesta a la intuida.

Aunque la crítica y el público se fijaron más en el talento de su creador para el erotismo, personificado aquí en la figura de MIa Kirshner, auténtica musa que eleva la pantalla a la incandescencia. El impresionante escenario del club que da nombre al film demuestra las dotes de Egoyan para retratar el espacio en su cine.

El dulce porvenir es un relato durísimo, que parte de una tragedia, y poco a poco se adentra con delicadeza infinita en un tema aún más espinoso: el aprovechamiento del dolor ajeno.

Una lección magistral de pulso dramático y crescendo, a manos de un duelo antológico entre Ian Holm y Sarah Polley. :palmas


El viaje de Felicia es un thriller dramático con toques de suspense e incluso terror. Aquí todo el peso recae en Bob Hoskins, y Egoyan baja el listón, tal vez por desarrollar buena parte de la historia en un habitat desconocido para él ( Irlanda )

Ararat es su proyecto más ambicioso, hablando del genocidio armenio a manos de los turcos. Pero huyendo de una simplista recreación histórica, Egoyan traslada el conflicto a nuestros días y multiplica los puntos de vista, haciendo uso hasta de la parodia. Irregular pero fascinante a ratos.


No he visto mas de este buen señor, ya que Where the truth lies no se llegó a estrenar aquí, a pesar de tener a Kevin Bacon y Colin Firth de protas, y sus anteriores films El liquidador, speaking parts no se han editado en dvd y no he podido verlas.


En fin, impresiones sobre este tío? :hola
 
Pues de este buen señor, sólo he visto Exótica, que a ratos me fascinó, a ratos me aburrió.
Y el Dulce porvenir, que me pareció impresionante. Minucioso relato de un accidente que parece perpretado por Herodes. Asombrosa la multiplicidad de puntos de vista, las cantidades de información que se manejan, las investigaciones del accidente desde todos los ángulos...un trabajo de ingeniería cinematográfica en toda regla.
Le tengo ganas al Viaje de Felicia y Ararat. A ver si se animan los opinionistas y cuentan...
 
Exótica es excepcional. Ararat es la madre putativa de las pelis sobre genocidios, tan de moda en el Círculo. Con una diferencia: esta es buena.
 
¿Tiene sentido recuperar este hilo de hace casi una década? Teniendo en cuenta que es muy posible que no tarde en hundirse de nuevo en las profundidades del foro, poco importa.


La vida en vídeo

La genérica historia de una familia desestructurada sirve a Egoyan para realizar un ensayo visual en toda regla sobre la imagen y sus múltiples implicaciones; por un lado, el poder alienante y la capacidad de suplantación de lo real que tienen las imágenes grabadas... por otro lado, el papel que pueden desempeñar como conservadoras de la memoria, de la identidad, del alma, en definitiva. La presencia de cámaras de vídeo, sistemas de vigilancia y aparatos de televisión es constante, hasta el punto de superponerse la imagen “fílmica” y la imagen “filmada”, cual muñecas rusas. Una cosa muy loca, con unos personajes disfuncionales en sus relaciones, marcados por la soledad y la pérdida, y que conscientemente juega con las convenciones de los culebrones y las sitcoms, demasiado confusa narrativamente, culminando de una manera que recuerda incluso a un thriller.

Bastante inquietante todo, desde el tratamiento aséptico del drama hasta la música utilizada, electrónica y martilleante hasta rozar el rollo industrial... en realidad, una película ciertamente autobiográfica con la que Egoyan busca sus propias raíces armenias (muy obvio el nombre de un personaje, Armen), como respuesta a un mundo que no entiende (secundarios de la residencia, el hotel, el detective... de lo más siniestros). O eso he interpretado yo. En conjunto, diría que ésto es un ejercicio deliciosamente trasnochado de un cineasta petulantemente amateur, que fue moderno un día, pero hoy muy superado por los avances tecnológicos (lo cual no resta necesariamente vigencia a la reflexión). Lo más criticable, si acaso, es la sensación de artificiosidad “autoral” que transmite, cosa que (por otra parte) hace de la experiencia algo parecido a un pasote de ácido.

Una declaración de intenciones de un tipo perverso y singular, y como tal, bastante sugestiva.


Guiones cambiados

El cine de Egoyan, cerebral y sentimental, objetivo y subjetivo, es paradójico. En él caben unas interpretaciones contenidas, hieráticas, algo ajenas a la dramaturgia convencional, pero también una narrativa bastante menos lógica que emocional, que demanda del espectador una completa implicación. Todo sea con tal de entender la profunda herida interior que aflije a unos personajes solitarios y errabundos, confrontados a su vez con imagenes de sí mismos, incansablemente emitidas en pantallas y monitores... nuevamente, más una indagación experimental que otra cosa, pero Atom sabe lo que quiere y realiza una búsqueda personal, paralela a la de sus criaturas. Y lo hace con distancia, jugando con el montaje, introduciendo rupturas (de manera prácticamente surrealista, onírica, al final), confundiendo “sus” imágenes con las de dentro de la ficción, cargadas (cómo no) de todo tipo de significados, que pueden llegar a ser opuestos entre sí.

Existe por lo tanto una dialéctica de imagenes, una pugna entre memoria (el hermano fallecido, el deseado figurante del fondo del plano) y olvido (la “supresión” literal de un guión, y consecuentemente, de la autora de ese guión), la comunicación (las entrevistas del dueño del videoclub) y la incomunicación (las videconferencias de la parejita, la razón autoritaria del productor). Y un peligroso asomarse al interior, el del personaje de Arsinée Khanjian, que finalmente llevará... ¿a la única relación humana auténtica de la película? Sin olvidar la referencia a la muerte, en forma de cementerio, de ancianas que buscan compañía joven... incluso un inquietante rollo incestuoso (inquietante parecido entre el andrógino protagonista y el susodicho hermano). Estéticamente, eso sí, la cosa no ha podido envejecer peor; estilismos y música suponen una sobredosis de ochenterismo directa a la vena.

Me he sentido más confuso que otra cosa durante el visionado... pero la huella que deja a posteriori desde luego no tiene precio.
 
El liquidador

Egoyan abandona sus ensayos para elaborar un poema cruel en celuloide. Sus obsesiones cristalizan, estallan, en un film surrealista y desasosegador, donde la tan machacona metáfora de la imagen de vídeo, tan presente antes y abundante en significados, queda en segundo plano; ahora no solamente esas imágenes son ficción, la vida entera es una representación que nos esforzamos por hacer auténtica, por llenarla de sentido, aunque quizá no lo tenga, pero lo necesitamos. Un hogar puede ser un páramo desolado, igual que un hotel cutre puede resultar acogedor y humano. El valor de las cosas es el que queramos que tengan, ya sean películas porno, ya sean posesiones materiales perdidas fatalmente, ya sean una familia, un matrimonio... así las categorizamos y tasamos, como hace nuestro protagonista (Elias Koteas), aferrado a un trabajo de “ángel de la guarda” para soportar la farsa de su cotidianeidad. Mientras tanto, ella (Arsinée Khanjian) “roba” material visual horrendo, pero dándole un sentido emocional, completamente opuesto al que supuestamente tiene.

El sexo, por otra parte, es siempre rutinario y disfuncional para Atom, más parece separar a quienes lo hacen, en vez de acercarles. Sirve de excusa para colar un humor muy negro (lo de la hermana y el pajero -nos escandalizamos ante la realidad de algo que toleramos representado-, toda la subtrama del matrimonio de voyeurs -carentes de imágenes, de ficciones propias de vida-). El relato transcurre con el distanciamiento habitual, siendo desarrollado a partir de retazos narrativos y visuales; así, el espectador reconstruye lentamente la historia, al mismo tiempo que los personajes van reconstruyéndose a sí mismos, y participa en el juego de las apariencias (el comienzo, con esos hipotéticos vecinos folladores). En cuanto a sonido y fotografía, crean un ambiente tan físico, palpable, como fantasmal. El desenlace es desolador; ese incendio no es sino el infierno interno, la realidad de la culpa al desnudo (como nos desvela un breve flashback)... ya no hay un Otro, ya no hay imágenes de carne y hueso a las cuales aferrarnos.

Las cosas que perdimos en el fuego, o una lección de anatomía del alma humana. Una pequeña obra maestra.
 
Next of kin

Harto de aguantar a sus padres, un joven decide suplantar la personalidad del hijo de una familia armenia y vivir con ellos por un tiempo. Debut de Egoyan y revelador ensayo de temas a explorar más adelante; familia, comunicación y falta de ella, ambivalencia de las representaciones... así como una incipiente muestra de narrativa concentrada y elíptica, de claves dadas sutilmente al espectador mediante elementos repetidos (la voz en off, o el inquietante y largo travelling del aeropuerto con el que da comienzo la película). Sorprende la anticipación de la idea principal de El liquidador; todo es mentira, y sin embargo, las ficciones son necesarias para vivir, para desnudar nuestra identidad y descubrir el mundo que nos rodea; el protagonista obviamente no puede tener menos pinta de ser hijo de unos armenios... pero a nadie parece importarle.

Aparecen por primera vez imágenes dobles, unas dentro de otras... como doble es la vida de nuestro hombre, y no cuesta ver en él al joven Atom cuestionándolo todo, incluso la vida, incluso el cine. Pretende ser una comedia y por momentos lo logra, mediante un humor tirando a estrafalario (el topicazo extremo del padre -típico villano egoyanesco-, el simulacro de bebé -mirada a cámara incluida, por cierto-), pero es una lástima que no sea explotada más esta faceta. La cuestión de la terapia familiar no sólo constituye un elemento más de la trama, en definitiva, sino que el propio film es en sí una forma de psicoanálisis y de descubrimiento personal, de dar forma a unas inquietudes casi a la manera de un Bergman maduro. Tan recomendable como cualquier otro título de la etapa inicial de este señor... pese a la aparente distancia, cine en carne viva.


Calendar

Una pareja (el propio Atom y Arsinée Khanjian, su esposa y actriz fetiche) viaja a Armenia para fotografiar unas iglesias antiguas y elaborar un calendario con las imágenes, pero la relación presenta síntomas de grave deterioro. Tal vez la película más abiertamente confesional de Egoyan, donde la pareja sirve como resonante metáfora de todo lo demás (la identidad y las raíces culturales, la relación con el otro y con uno mismo, la posición del cineasta como observador distante...). El protagonista no puede huir de un pasado cuyas imágenes le persiguen (nuevamente, grabaciones igual a memoria), quedando en duda si encontrará a alguien a quien amar entre tanta mujer despampanante adicta al teléfono (gag demasiadas veces repetido, no le dan calabazas ni nada al pobre Atom en esta peli).

Narrativamente, una cosa más sencilla que otras veces, con una estructura circular basada en la repetición (el interminable rebaño de ovejas que abre y cierra el asunto) y en el transcurso de un año pautado por el calendario. Aún así, un pequeño caos de tiempos, lugares, músicas, formatos de imágenes (de ficción tradicional y de material amateur incorporado, cómo no), voces en múltiples lenguas (más una barrera para la comunicación que otra cosa)... noto cierto riesgo de agotamiento y ensimismamiento, por lo tanto, sin saber muy bién a dónde conduce todo ésto, aunque tal vez Egoyan tampoco lo sabe. Conclusión; el cine, más que descubrirnos nada nuevo, puede ser un espejo que nos devuelve una imagen ruinosamente bella, enigmática, de nosotros mismos.

Irregular (y curiosa, a ratos) radiografía del yo, así como nada pretencioso publirreportaje del arte medieval armenio (eso que te llevas).
 
Última edición:
7121deaff1b27f873b5b36f7318b49d7.gif



Acabo de revisar Exótica después de unos cuantos años y me sigue pareciendo única. Ya desde el soundtrack maravilloso de Mychael Danna te da la sensación que este cuento urbano sobre la perdida y el erotismo es en realidad algo sagrado, antiguo, una exploración de un lugar y tiempo que todavía tiene misterio y asombro. E incluso todo ese imaginario ''softcore'' está evidentemente conectado con la figura de la ''prostituta sagrada''




No puedo dejar de repetir que cada canción es PERFECTA para el entorno de la película, esos sonidos susurrantes, distantes, evoca esta sensación de desplazamiento en una tierra extraña, dejar ir un mundo atrás, relacionado directamente con el conflicto de los personajes.

A pesar de que por aquellos años se creía que se estaba llegando a ''el fin de la historia'', el triunfo del neoliberalismo, los años 90 también fueron la última época de exploración espiritual y de una individualidad legítima. A partir de 9/11 y el resurgimiento del new age sesentero, el hipsterismo, la ironía barata y la apatía de la década de 2000 entraron y se tragaron todos los aspectos de la cultura en una masa homogénea y consumista.
Exótica es el ejemplo perfecto de cómo tratar de conectar con algo trascendente sin taparse los ojos ante la realidad de un mundo inmanente. Como diría Mircea Eliade, Egoyan llega a lo sagrado a través de lo profano.
 
El dulce porvenir

Inusual dramón, atípico no tanto por el tema (durísimo) sino por la manera sosegada de tratarlo, imbuido de una atmósfera que no parece ni de este planeta, con algo bellísimo, mágico y al mismo tiempo muy turbador que late bajo las imágenes. El aparatoso accidente que sufre un autobús escolar, sin apenas supervivientes, tiene la peor de las consecuencias al dejar a un pueblo entero sin niños. Mientras tanto, un abogado (Ian Holm) sufre su propia tragedia, la de una relación de amor-odio con su hija yonki, muerta para él, pero le une a ella un vínculo irrompible. La pérdida de un vástago, sea como trauma colectivo, sea en un plano más individual y menos literal, es lo que une a unos personajes atormentados y derrotados; distintas son las maneras de superarlo, tanto el llevarlo por dentro de unos, el apoyarse en una comunidad cada vez menos unida... como una batalla legal que, más que una forma de hacer justicia, es descargar toda la amargura interior, buscar las causas de algo que no las tiene, o una retribución para lo que no existe retribución posible (hay incluso simple afán material)... en lugar de aceptar lo que no tiene vuelta atrás. A Egoyan ya no hacen falta (apenas) pantallas ni filmaciones para hablar del deseo de conservar lo vivido, de los simulacros en que convertimos nuestras vidas (el túnel de lavado, o un intento frustrado de encontrar la limpieza, la purificación).

Pero es el cuento del flautista de Hamelin la metáfora central y que vertebra la trama, aproximándola a lo atemporal de los cuentos de hadas (un cuento perverso en sí misma). Majestuoso Holm, confesando lo inconfesable a una oyente casual como forma de exorcismo. Los demás no le van a la zaga; están los habituales actores “egoyanescos” y una Sarah Polley como protagonista en la sombra que se reserva un rol clave. Un ser angelical, la única cuerda también, aunque su infancia ha muerto como las demás, cuya mentira oculta una verdad mayor (otra vez relativismos y realidades engañosas)… el dulce porvenir es lo que espera a los niños estén donde estén, o bien una tremebunda ironía. Flautistas, eso sí, hay más de uno, y sin mucho bueno que ocultar (irrumpe incluso una cuestión tan chunga como el incesto y lo hace con absoluta naturalidad). Pues el habitual pueblo nevado y aislado, de gentes sencillas, tiene algún que otro secreto ominoso que guardar.

El montaje fragmentado, la narración coral, los maneja el canadiense mejor que nunca; complicada pero transparente la trama de tiempos, reiteraciones, música e imágenes preciosistas, integrándose en un todo que, lejos de parecer artificioso, coincide con una aproximación cautelosa al horror, un intento de asimilarlo mediante rodeos, con la distancia adecuada para entenderlo mejor, casi como si de un film de intriga se tratase.


0119.jpg
 
El viaje de Felicia

La etapa noventera de Egoyan se cierra con esta singular visión del género de los asesinos en serie. Narra el encuentro entre dos individuos tan dispares como el gerente de una empresa de catering, que dirige como quien tiene cinco estrellas Michelín, hombre de vida ordenada pero con fantasmas en el sótano, y una inmigrante irlandesa embarazada que busca a su novio desaparecido.

Tan esquemática como compleja vuelve a ser una trama plagada de flashbacks que fluyen ante nuestros ojos con pausa, en una película hecha en buena medida de sueños y de recuerdos, en torno a las mentiras de unos, de otros. Inquietante cuento sobre la inocencia brutalmente destruida de una adolescente en su “viaje” al encuentro con la vida, con monstruos que parecen ángeles… pero incluso lo peor de la especie es inocente a su manera y todos hemos sido profundamente heridos, vivimos con esa herida. En este caso, relacionada con un pasado, con unas circunstancias familiares difíciles, con el conflicto irlandés envenenando las relaciones humanas con sus odios cruzados, provocando actos desesperados de huida y supervivencia. Seres solitarios y desarraigados, malditos, que llevan dentro de sí tanto la pureza como la maldad, y entra aquí un tema tan delicado como el aborto, tratado de manera que puede ser controvertida… pues nos están diciendo que son dignos de compasión desde los más inocentes como la criatura más inhumana; una vez más, debemos asumir las cosas como vienen, confiar resignados en la superación del horror.

Otra cuestión, la de las “niñas perdidas”, esfumadas, en problemas, carentes de identidad, drama individual y también colectivo. De manera tangencial aparece la religión, con un tratamiento ambivalente; una subtrama un tanto disparatada con testigos de Jehová, con cierto humor malicioso, frente al peso que acaba cobrando hacia el final, relacionada con la culpa y la expiación, que por cierto, comparten ambos personajes. Señor maduro y jovencita adolescente es una combinación morbosa de por sí, pero Atom no necesita cruzar la línea, ofreciendo un conglomerado de imágenes, diálogos, composiciones (desde lo raruno a los sonidos típicos folclóricos), poético pero incómodo, mezclando pantallas con programas antiguos, una película clásica sobre Salomé (brutal juego visual que se marca ahí), filmaciones voyeuristas... voces y ecos superpuestos, en un intento por captar la verdad siempre escurridiza. De nuevo ficción, elaboradas farsas que suplantan una existencia inexistente, valga la paradoja (una esposa ficticia, también madre, para añadir más turbiedad al asunto). ¿Calor humano? Un bledo: espacios industriales y urbanos recorridos por la cámara con gran parsimonia, estructuras de acero, entornos anónimos, inhóspitos, al menos frente a la verde naturaleza del país vecino (dos mundos, dos soledades idénticas, ya sea por las presiones de una comunidad o por encontrarte más solo que la una). Para rematar, dos potentísimas interpretaciones; se habla de Hoskins pero ella no se queda atrás. Y algún homenaje hitchcockiano.


feliciasjourney.jpg
 
Arriba Pie