Help me Eros, de Lee Kang-Sheng (2007)
Dirigida y protagonizada por el actor principal de prácticamente todas las películas de Tsai Ming-Liang, aquí en labores de producción y dirección artística, está claro que este tipo es su pupilo y desarrolla una propuesta muy deudora, incluso excesivamente, del peculiar y marciano universo fílmico su maestro, tanto en temas como en estilo.
Historia, o algo parecido, en torno a unos individuos solitarios y faltos de cariño en la gran ciudad repleta de luces de neón, que se buscan y se anhelan sin encontrarse, comenzando por un prota que, arruinado por sus desafortunadas decisiones en la bolsa, sobrevive como puede en su lujoso apartamento embargado, fumando maría y cuidando con esmero de sus plantas, a las que incluso recita ¿pasajes bíblicos? Las llamadas a un teléfono de ayuda a los desesperanzados y el conocimiento, carnal y quizá algo más, que traba con la empleada de una especie de quiosco erótico quizá le devuelvan las ganas de vivir. Quizá venga Eros a salvarle de la muerte, aunque sea en forma de alucinaciones con fondo musical y sensuales coreografías de cuerpos desnudos en plena ejecución de posturas amatorias inverosímiles...
Más convencional, pese a todo, que las obras del director de “El sabor de la sandía”, utiliza en concreto algo más de diálogo, que normaliza en buena medida la interacción humana. Planos de larga duración, aunque sin llegar al extremo, y una estética pese a todo cuidada; mucha contemplación, argumento tenue y a la deriva, como la gente retratada, que encajamos poco a poco. Cierto equívoco derivado de la distancia entre unos y otros, de los medios de (in)comunicación y los prejuicios; el romance ideal frente a otras formas de amor más tangibles y el desengaño posterior, el de hombres y mujeres cuya tristeza se repite. ¿Quién consuela a los desconsolados? Pues tras el mutismo de estos seres lánguidos late oculto un mundo de angustia y soledad que nada ni nadie puede entender ni satisfacer. Televisores y pantallas proyectan imágenes, emiten palabras, que dan una idea negativa de Taiwán, o bien un programa de cocina donde se muestra el modo de cocinar un pescado aún vivo cuando se sirve; tremendo concepto que expresa bien lo que vive nuestro amigo Lee; atrapado en una existencia abúlica, depresiva y sin aparente salida.
Esto es una fábula en torno a la dependencia excesiva de lo material, del dinero, del sexo y una belleza femenina estereotipada, o eso me ha parecido al menos, con mucho de fantasía masculina autocompasiva, los puros restos del naufragio de quien antes fuera el puto amo, con el protagonista luciendo palmito cada dos por tres y desde luego muy, pero que muy bien acompañado. Hay algo de seguimiento hitchcockiano por una ciudad antonioniesca de la mujer soñada, y no falta incluso cierto rollo raro con el agua, muy del Ming-Liang, su necesidad y su ausencia. Da bastante coraje alguna escena con animales, en especial la de una mujer metida en una bañera y rodeada de anguilas por todas partes… Actos así, entre la desesperación y la completa indiferencia, entre lo humano, lo vegetal y lo animal, acompañan la cadencia profundamente melancólica de imágenes y sonidos, con el humo de la droga conformando una atmósfera de contornos imprecisos entre lo real y lo ensoñado que por instantes se contagia con acierto, más que narrar nada, hasta concluir en un incierto desenlace que roza lo fantástico y de algún modo transforma la vida cotidiana.