Muy digno thriller con espíritu de western moderno. Sobrio, sencillo, con un argumento y unos temas que no dicen nada nuevo pero que vuelven a ser muestra de la maleabilidad del cine negro, de cómo las historias de siempre pueden documentar realidades muy concretas. Aquí le toca a esa América rural, pobre y olvidada, a esa tierra mítica y de frontera. Y a la otra América, la de los bancos, los casinos, la tierra de la libertad y de los sueños de prosperidad, cuyas promesas incumplidas han llevado a la Casa Blanca a quien está ahora mismo en ella.
Los hermanos protagonistas bien pueden ser vistos como representantes de ese estadounidense medio, con el agua al cuello siempre, que no sabe como salir de pobre aunque le vendan lo contrario. Uno debe convertirse en un criminal si lo que quiere es darle a sus hijos la oportunidad de un futuro mejor, mientras que el otro es como un impulso salvaje de la naturaleza. Tenemos también al Nota metido a sheriff de la tercera edad, alguien a medio camino entre un mundo y otro, representante de la ley y el orden, pero racista obstinado y próximo a ese mundo tan primigenio.
El argumento consiste en la típica persecución de policías y ladrones, que tal vez no destaca tanto narrativamente como estéticamente (este señor sabe encuadrar, amén de incorporar música). El final supone una encrucijada moral de difícil resolución; los personajes de Bridges y Pine terminan reconociéndose, de algún modo incluso respetándose entre ellos. Mientras tanto, las simpatías de unos ciudadanos cómplices están del lado de dos atracadores o justicieros, depende.