Los que se quedan es cine “con corazón”, “del que ya no se hace”, en el mejor de los casos, cine “de abuelas” en el peor, en torno a unos personajes entre entrañables y patéticos obligados por las circunstancias a pasar juntos las navidades, en un esquema archiconocido que nos imaginamos cómo acabará y cuyo interés, en todo caso, estaría en el proceso y en cómo se dejan a un lado los prejuicios para acercarse humanamente al otro.
Son la enésima variante de Holden Caufield, adolescente conflictivo y enfadado con el mundo porque sus padres no le quieren, un profesor cascarrabias, solitario por elección, que suscita la mofa de todo el mundo y se aferra a unas normas anticuadas (profe de historia, por supuesto, y con el proyecto de un libro nunca escrito)... y una mujer tras cuya pérdida se alarga la sombra de la picadora de carne que fue Vietnam y de las esperanzas truncadas, y aquí se hace hincapié no tanto en lo racial como en la clase social.
Película bonita pues, amarga pero esperanzadora y de buenos sentimientos, con ciertas concesiones fáciles en forma de secundarios malvados (el padrastro, el compañero cabrón, el jefazo interesado), o de un Giamatti en modo puto amo y cantando cuatro verdades para que digas “sí señor”, que nos devuelve, una vez más, a la dignidad del perdedor, a las derrotas, como las de un cowboy solitario, que son nuevos comienzos y oportunidades.
Está el tema del padre ausente, la búsqueda del referente masculino, la necesidad de pasar página y la familia improvisada al margen de de los lazos de sangre. “Los que se quedan”, más allá de la anécdota argumental, bien pueden ser los subordinados y don nadies que se entregan a fondo para sostener una maquinaria educativa hecha a la medida de las élites y de la falsa meritocracia de quienes nacen con un privilegio. También “se quedan” los inadaptados, llegándose al punto de comparar sutilmente el colegio con el manicomio, o técnicas de opresión para mantener apartado y eliminar fácilmente al sujeto incómodo, al que no sabemos cómo integrar.
La propuesta tiene por lo tanto parte de aquel espíritu contestatario, sugiere algo más hondo conforme estos individuos se desprenden de su cáscara superficial, conocemos más de ellos… pero no deja de ser ese regalo bien empaquetado para gustar a todos los públicos y no incomodar a nadie, algo renqueante de puesta en escena, que confía sobre todo en guion, actores, en una ambientación setentera como de tristón cuento navideño acompañado de canciones folk; tan esmerada como gratuita respecto a esos detalles que imitan texturas, esos créditos que imitan a los de una peli de la época (no hay nada “meta” o de ficción dentro de ficción, o yo al menos no lo he visto).