DRIVE MY CAR y las pelis de Ryusuke Hamaguchi

Me ha gustado bastante la peli, muy acertado el ritmo pausado y contemplativo, y una fotografía magnífica. Ojalá poder conducir yo también mi coche vintage en ese mood relajante contemplando el paisaje pero la Colau no me deja porque dice que contamina mucho :mosqueo
 
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La ruleta de la fortuna y la fantasía son tres relatos en torno a encuentros con desconocidos que no lo son tanto, con la presencia del azar y las casualidades flotando en unas historias mínimas que giran en torno a las pruebas del amor, las conexiones fugaces e inesperadas, pero significativas, que surgen entre las personas… y que se resuelven en forma de epifanía, o de revelación propiciada por el destino, que tan a menudo descabala las cosas y nos lleva por caminos ajenos a nuestra voluntad. Tres historias que componen un mecanismo engañosamente simple, pues lo de este director puede recordar al cine de Rohmer, o a lo que hacen otros compatriotas suyos, sin dejar de conformar una estética propia y muy depurada.

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Conversaciones y planos interminables que no disimulan la influencia del teatro, personajes sumamente grises y corrientes cuyos desvelos no interesan demasiado a priori… se trata, creo yo, de dejarse arrastrar por la cadencia de las imágenes, de las palabras, ya que ambas van prácticamente a la par, pues como veremos, de todo esto va precisamente la película. De la erótica del lenguaje, en conversaciones y momentos íntimos (no en el sentido sexual, necesariamente), cual hechizo del que es difícil sustraerse y que remueve algo olvidado en uno mismo. El paso de los años deja su huella sobre la gente, pero a veces bastan unos fragmentos de tiempo real para que todo se transforme. Las ficciones internas, sean parte de un texto literario leído en voz alta, un recuerdo evocado, una anécdota... hacen que la realidad cotidiana adquiera contornos fantásticos, sin haber nada abiertamente irreal o maravilloso de por medio, sino más bien lo contrario.

Oficinas, viviendas, medios de transporte, sin nada de particular, pero que Hamaguchi los observa y selecciona cuidadosamente como “escenario”. Un paisaje urbano en construcción, unas escaleras mecánicas, una puerta de despacho siempre abierta… objetos y elementos rutinarios se cargan de un misterio que está en lo ordinario, en nosotros mismos. “Extraños países y personas” de Schumann, tampoco es casual. Para estos individuos un tanto desubicados y extraviados, cuya vida no les pertenece, la comunicación es la posibilidad de entenderse a sí mismos y llegar al meollo, al alma de las cosas; metieron la pata, les ha tocado perder, podría decirse, pero algo han salido ganando por el camino.

“Magia (o algo menos concreto)”, o un triángulo amoroso, un reencuentro que da pie a un tenso duelo interpretativo al estilo matrimoniada, con cenizas que aún no se han extinguido, toxicidades muy contemporáneas… y el zoom como mecanismo de ruptura, entre lo real y lo imaginario o “fantástico”. “La puerta abierta”, una historia de venganza y seducción en ambiente universitario, de cazador cazado, que trata abiertamente de la estructura interna de las ficciones y cómo estas cobran vida, al margen de las intenciones del autor, en una meta-referencia a la propia película. “Una vez más” bien podría ser el episodio más sencillo y a la vez denso y profundo, el que más lejos lleva ese componente de ficción y farsa real, de encuentro azaroso y representación, mezclando de manera entrañable el recuerdo, la confusión de identidades,.. recreando una especie de “Vértigo” con las vecinas del tercero izquierda que es de ver para creer.
 
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En principio, El mal no existe es una película ecologista sobre un pueblo de montaña cuyos vecinos viven en contacto directo con la naturaleza y cubren sus escasas necesidades ayudándose mutuamente, hasta que llega una empresa con un proyecto de turismo neo-rural urbanita que constituye, lo saben, una seria amenaza para el ecosistema. Algo capaz de corromper esa naturaleza virgen y de alterar el equilibrio en favor del puro beneficio económico; aquel que no repercute de modo alguno en los locales, sino en los bolsillos de unos pocos, de esos que no tienen rostro ni dan la cara, ni saben nada de cómo funciona ese mundo rural que aspiran a convertir en un negocio a su medida. Hasta ahí todo bien, expuesto de manera simple y sin muchos matices. Pero esta premisa es solo la superficie de una película misteriosa que hará retorcerse de dolor a los puristas de la narrativa y de los talleres de guion, en la que, como espectadores, nunca llegaremos a hacer pie del todo.

Durante sus primeros compases, un plano nadir avanza sinuoso por el bosque mientras, a cuentagotas, emergen los títulos de crédito, seguido de las rutinas de un señor partiendo troncos, apilándolos tranquilamente y echándose un piti, en riguroso plano sin cortes. Un cine que diríamos contemplativo, muy sugestivo y que evoca a "Stalker" en su inmersión en una atmósfera como encantada.

Más adelante, esto se parece más a lo que es Hamaguchi; un cine de la palabra, otro relato que abunda en rupturas y elipsis, digresiones, onirismo, repeticiones que desconciertan. Una conversación en un coche, sin relación aparente con lo principal, o un viaje que transforma, que de repente humaniza a quienes parecían unos simples cantamañanas desempeñando un papel (de nuevo lo actoral, en cierto modo) y encontrándose el uno al otro... puro placer de filmar a gente hablando y abriéndose sin más, o al menos eso es lo que parece.

Los opuestos (campo y ciudad, día y noche, animales y humanos…), sin resolución aparente, de algún modo vertebran una propuesta falsamente sencilla, reveladora de una pureza y también de unas zonas de sombra que nadie sospecha que existen. Y sin que falte en el empeño un sentido del humor muy sanote (el descojonante concepto que, en sí mismo, supone eso del “glamping”), la querencia por lo cotidiano de un Ozu, tampoco sus encuadres frontales… pero en simbiosis con otro cine quebrado, discontinuo y que rehúye lo fácil; como lo hace una banda sonora que ocupa un lugar predominante y que incluso se corta con brusquedad, de aliento lírico y al mismo tiempo inclinada a lo atonal.

El tercio final parece un Hanging Rock en Japón, conforme cae la noche, tiene lugar el enigma de una desaparición y una atmósfera entre mágica y turbadora, cargada de premoniciones, se apodera de las imágenes. Se nos pone cara a cara con lo que, a primera vista, parece incomprensible y sin lógica, aunque no por ello menos atroz. El mal no existe, o mejor dicho, sí que existe, pero más bien como consecuencia que sigue a unas causas, a modo de efecto mariposa (aquí ciervo malherido); lo apacible, inescrutable del bosque, de pronto puede revelar la lógica precisa, irracional, de sus contornos más crueles y despiadados.
 
Me gustó el tempo de la película y sus personajes, pero al final cae demasiado en el simbolismo con lo de los ciervos, por ejemplo. Happy Hour sigue siendo su mejor película de lejos, pero siempre es interesante.
 
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