Me quedo con la definición de Paesa como figura arquetípica y solitaria, un meticuloso profesional de lo suyo que va siempre un paso por delante y que sobrevive en un mundo absolutamente despiadado, por encima del bien y del mal, donde un movimiento en falso puede ser letal y no puedes ir con nadie... el precio a pagar es la imposibilidad de vivir una vida normal, claro está. El ambiente gris y burocrático de los espías de Le Carré parece encontrarse aquí con la estética “moderna” y artificiosa de Michael Mann... pero esto último creo que es más intención de marcar paquete por parte de Alberto Rodríguez, un señor que ha decidido que lo suyo es el thriller y que con cada nuevo título amplía ambiciones estéticas, narrativas, etc. por un lado, y políticas y sociales por el otro, valiéndose de moldes foráneos para documentar nuestras miserias nacionales.
Me convence todo bastante, aunque no sea nada nunca visto antes... por lo demás, es cierto que a la mitad hay un pequeño bache ante tanta acumulación de información, vueltas de tuerca, cambios de localización (es un lío de mil pares de cojones todo)... por otra parte, no nos dan tregua y cuesta despegar la mirada de la pantalla la mayor parte del tiempo. La voz en off y el propio personaje de Coronado, cual trasunto del espectador, ayudan a destripar tan novelesca historia, no exenta de golpes de humor. Roldán aparece retratado como un tipo más bien mediocre, gañán español de manual que hace “lo que hacen todos”, lo que tiene de emocional, de impulsivo, contrasta con lo cerebral de Paesa. No me olvido de un muy puntual, pero de lo más inquietante Emilio Gutiérrez Caba, quien parece una especie de hado fatal de nuestro hombre.