Deseo, peligro
Intriga, amor y espionaje en plena ocupación japonesa de China durante la II guerra mundial. Mucho bueno hay aquí, empezando por una influencia directa del más puro clasicismo hollywoodiense, junto con un factor erótico y psicológico ausente, o más bien velado, en aquel cine protagonizado por grandes estrellas. Mezcla, por lo tanto, de lo viejo y lo nuevo, que rehuye la nostalgia facilona pese al homenaje puntual. Muy cuidada ambientación histórica, con esas calles llenas de vida, esa mirada cómplice hacia las mujeres y sus partiditas de mahjong... ni un detalle dejado al azar, aunque el interés realmente está en los personajes, brutalmente bipolares, en la descripción de una relación imposible y torturada. Parece que Lee lo confía todo a unos intérpretes que deben comunicar, con cada pequeño matiz (Tony Leung, o la cara de palo más elocuente imaginable), todo un infierno moral de dudas y sentimientos contradictorios, un amor superior a cualquier militancia política que deriva en pura pasión sadomasoquista.
Destaca también algún momento de suspente hitchcockiano bien traído. El principal problema tal vez no sea un excesivo metraje, sino una pérdida general de ritmo y de estructura, pues por momentos parece quedar la trama fofa y descompensada, con ese segmento tan largo del primer intento juvenil... aunque culminado por una secuencia con dos pelotas de un chapucero asesinato (buena mano tanto para la sutileza elegante como para lo truculento). Me ha confundido incluso la narración, que prescinde de cualquier letrero orientativo de contexto, tiempo y lugar para relegarlo todo a la imagen (si no estás muy enterado del conflicto te puedes perder al principio). Por otra parte, las célebres escenas sexuales tan intensas que directamente rozan el porno te (la) pueden sacar... aunque son necesarias para entender una emoción tan visceral de la cual es imposible huir. El final, peor que morir, una muerte en vida el uno sin el otro, con él convertido en un fantasma y ella recordando su Rosebud particular.
Sumemos la notable labor de Prieto y Desplat y queda una cosa memorable, aún siendo tal vez menos bueno el conjunto que la suma de las partes.