No se engañen. Sánchez les sobrevivirá a todos ustedes. Sobrevivirá a las cacerolas de Núñez de Balboa, a los coches de Vox en plaza de la Independencia y a los editoriales
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Dicen que los gritos de
Pedro Sánchez se podían escuchar en Somontes sin necesidad de trompetilla, que los cuchillos no eran los únicos que sobrevolaban en los pasillos de La Moncloa por
el 'totum revolutum' de la última semana, que también estaban las amenazas de dimisión del
equipo económico del Gobierno. Dicen que no se sabe si va o viene, que al único que se le ve con las ideas claras en el Ejecutivo es a
Pablo Iglesias,
con sus mallas moradas y su escudo social, que desde el inicio del covid-19 está grogui, como sobrepasado, que no aguantará.
No se engañen. Sánchez les sobrevivirá a todos ustedes. Sobrevivirá a las cacerolas de Núñez de Balboa, a los coches de Vox en plaza de la Independencia y al editorial de '
El Mundo'. También al editorial de '
El País'. Sobrevivirá incluso a Iglesias. Antes le veremos gobernando con el apoyo de Pablo Casado que fuera de La Moncloa.
El último sondeo de Metroscopia señala que casi la mitad de los votantes del PSOE,
el 48%, se inclina por un gobierno con alianzas de centro, esto es, con Cs de muletilla, y hasta un 10% desearía un gran coalición con el PP, mientras que solo uno de cada tres, un 33%, se decanta por acuerdos orientados hacia la izquierda, con formaciones como
ERC y Bildu.
Hagan juego. Apuesten por el croupier. Con Bildu, ERC, Cs y hasta con el PP.
Aguantar como sea, incluso arrastrándose, hasta finales de 2023, cuando han de celebrarse las próximas elecciones generales y, se supone, habremos salido, o estaremos a punto, de la recesión.
Es evidente que Sánchez
pactará con unos u otros arbitrariamente. Eso es tan evidente como que seguirá gobernando hasta 2023. Lo hará aunque tenga que terminar la legislatura con los Presupuestos de Montoro. Lo logrará porque no hay alternativa en la oposición, porque no hay moción de censura posible para descabalgarle. Lo logrará por su propio carácter. A estas alturas ya hay pocos que desconozcan quién se oculta tras Pedro Sánchez, alguien al que eso de gobernar y
tomar decisiones le aburre, como reconocen sus allegados, que lo único que le gusta es el poder, ostentarlo y ejercerlo, lo cual puede resultar hasta virtuoso.
El intento de arrancar un mes de prórroga de estado de alarma
no obedece a razones estrictamente de salud pública, como ha tratado de aducir este sábado el presidente del Gobierno,
sino a razones de poder, al hecho de poder mantener el mando único otros 30 días, cerrar el Congreso en julio y llegar con la excepcionalidad hasta septiembre.
Entiende
la política como una partida de Monopoly. Ser un día más presidente, salvar la encuesta de hoy, salvar la votación de hoy sacándose de la manga la derogación total de la reforma laboral, la mesa de negociación con Cataluña o los plazos del estado de alarma. Si salían
los 30 días, el Gobierno 'win'; si salían 15, también 'win'.
Sánchez es socialista de carné pero peronista de corazón, lo que le conduce irrefrenablemente hacia el cesarismo. "Si a los argentinos nos dan un tiempito quizá logremos también destruir España: ya hemos conseguido, por lo pronto, filtrar en su gobierno a incontables idólatras de Perón y Evita", escribía el periodista argentino Jorge Fernández Díaz.
Analistas, periodistas y portavoces políticos han agotado las pocas reservas de neuronas que les quedan tras dos meses y medio de confinamiento tratando de interpretar el quilombo parlamentario del Gobierno para
sacar adelante la quinta prórroga. Todos tratan de descifrar no sabemos qué oscuras y audaces estrategias políticas que manejan en
La Moncloa y que al común de los mortales le parece un arcano. Igual que
los mandamases de Washington se quedaban embelesados con los aforismos de Mr. Chance, tratando de buscar profundas reflexiones a lo que no eran sino consejos de jardinería.
No hay explicación lógica. De verdad, no la hay. Lo que ocurre en el Ejecutivo se entiende mejor desde un diván argentino que desde las encuestas de intención de voto, especialmente
si salen del magín de Tezanos. No es lo mismo ganar unas elecciones que gobernar un país. Y menos aún, gobernarlo con una pandemia. El
virus ha dejado desnudado al presidente.
Tampoco parece que le importe.
Pedro Sánchez siempre ha sido así, tan veleta como persistente y
un tanto 'youtuber'. Claro está, antes no había decenas de miles de personas fallecidas, ni una depresión sanitaria, económica y social que planea cual buitre sobre el país y que va a dejar maltrecha a una generación de jóvenes, ni millones de españoles apuntados a los ERTE, ese acrónimo ahora popularizado que no es sino un añagaza para quien se encuentra sin trabajo.
Las artes de prestidigitador de este Ejecutivo pueden servir para el corto plazo, pero no para lo que está por venir, con un gobierno de coalición dividido, la alianza Frankenstein en llamas, el Parlamento abierto en julio y un escenario económico negro, pero que muy negro, como ya se ha encargado de recordar el gobernador del BdE. Algo se tendrá que sacar Sánchez de la chistera si no quiere que se le quede cara de Zapatero. Y se lo tendrá que sacar pronto.