EN SU BALANCE sobre el año que hoy acaba, Zapatero tuvo el gesto tan insólito como encomiable en un político de reconocer que se había equivocado cuando no fue capaz de predecir el alcance y las dimensiones de la crisis económica. «No estuve muy acertado en aquel debate», dijo. Poco después de ese acto de contrición, el presidente del Gobierno afirmó que era imposible llegar a un gran pacto económico y social con el PP, debido a «las claras diferencias ideológicas» que les separan.
Zapatero manifestó que esas diferencias forman parte de la «esencia del pluralismo democrático» sin darse cuenta de que, cuando se firmaron los Pactos de La Moncloa en 1978, las divergencias entre los partidos eran mucho mayores, pero todos transigieron en parte para llegar al consenso. Estas reflexiones retratan a un Zapatero que siempre ha gestionado la economía desde una óptica ideológica y partidista, asumiendo unas recetas que no han servido para luchar contra la crisis. Ahora estamos pagando la factura de un doctrinarismo que ayer quedó en evidencia cuando volvió a insistir en que no va tocar el gasto social ni a revisar su política económica, estableciendo fronteras insalvables entre PSOE y PP.
Cayendo probablemente de nuevo en ese optimismo infundado de hace dos años que ayer asumió como error y corriendo el riesgo de volverse a equivocar, Zapatero aseguró que la economía va a mejorar a lo largo del ejercicio que viene, con creación de empleo en el último trimestre. «La economía española se encuentra en un momento de tránsito de una recesión a la recuperación», dijo.
Rajoy, que no esperó a que Zapatero acabara su balance para contestarle como hubiera sido preceptivo, le acusó de «hacer una política suicida» y de «mentir», recordando que los Presupuestos del Estado prevén un crecimiento negativo de la economía en 2010, con una pérdida de 300.000 puestos de trabajo. «Su obligación no es formular pronósticos sino gobernar», afirmó el líder del PP, que criticó a Zapatero por «hacer todos los días un anuncio y su contrario».
Rajoy puso el dedo en la llaga cuando recordó que el Estado está gastando un 73% más de lo que ingresa, lo que se va a plasmar en un déficit presupuestario de unos 100.000 millones de euros en este ejercicio, el mayor de la historia. Frente a esta realidad, Zapatero se comprometió a presentar en enero un plan de austeridad del Estado, cuyas medidas no concretó.
Lo que sí hizo el presidente del Gobierno es fijar un calendario de iniciativas entre las que destacó una propuesta de reforma laboral, medidas contra el fraude fiscal y la revisión de las condiciones de jubilación.
«El Gobierno tiene la voluntad de recuperar la confianza como país porque hay motivos para ello», subrayó el presidente tras expresar su fe en que estos planes permitirán crear empleo y ayudarán a reactivar la economía. Hay bastantes razones para dudarlo, ya que hasta el momento Zapatero ha eludido cualquier tipo de reformas que supusieran una confrontación con los sindicatos o con los dogmas de la izquierda. Ahora insiste en que va a flexibilizar el mercado de trabajo, pero matiza a continuación que no está dispuesto a abaratar el despido.
No se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos y eso es lo que pretende Zapatero. Su dicurso de ayer fue inconsistente porque sigue empeñado en quimeras como «la economía sostenible», en lugar de adoptar iniciativas de sentido común como un profundo recorte del gasto público o la introducción de nuevos contratos con un despido más barato, respetando los derechos de los ya empleados. Da la impresión de que Zapatero lo fía todo a un fuerte repunte de la economía internacional con unos efectos benéficos sobre España, de lo cual no existe hoy ningún signo.