Posibles SPOILERS
Western insidioso, sin pistolas, con la naturaleza circundante, colinas, caballos, etc. mimetizándose con un puñado de personajes que son cualquier cosa menos normales, que ocultan celosamente una maraña de sentimientos reprimidos que irán desmadejándose con cierta parsimonia, en una propuesta visual entre clásica y con un punto de abstracción, superponiéndose (como no es raro que ocurra en el género) el paisaje geográfico y el paisaje interior, y entre medias, el sonoro que aporta un Greenwood en esta ocasión discreto y no tan disonante. El enigma de esa montaña que encubre una figura animal, ese perro cuyo poder debe ser evitado a toda costa… pero se trata de una cuestión de perspectiva, de saber mirar, porque las cosas no son lo aparentan, nadie lo es, salvo quizá ese Plemons (que parece haber quedado como sustituto más juvenil del finado Hoffman) un tanto inocentón, a caballo (tachán) entre un mundo salvaje, al que pertenece su hermano, y otro civilizado y “de sociedad”, incapaz de mitigar su soledad. El único sano de la azotea, y curiosamente, quien desencadena todo el percal. Un poco extraña la estructura de un guion donde unos entran, otros salen, pero que encubre una lógica implacable, desplegada a partir de unos estereotipos tirando a burdos.
Cuerdas que atan, que apresan sin ofrecer salida. Flores de papel, muy bonitas, pero que son flores tóxicas. Relaciones de poder, fuertes que se hacen débiles y viceversa. Se percibe algo enfermizo en estas gentes, empezando por la Dunst y esa hipersensibilidad que tampoco es entendible del todo, quizá más por ser una mujer-florero que por el cuñado infernal, una mujer que en el fondo sabe que ese no es su sitio. Más puñetero ese duelo psicológico y musical que cualquier palabra dura que puedan dirigirse. Figuras ausentes, como un padre suicida, como el tal Bronco Henry, que dejan a estos hombres desamparados. La fachada de una rudeza sostenida contra todo, una actitud de virilidad tradicional en su ocaso ante la llegada de esa Otra manera de “ser hombre”. Que disfraza una tremenda fragilidad de carácter, unos celos casi infantiles y una misoginia bastante elocuente. Una independencia falsa, que es todo lo contrario. Por otra parte, tenemos a un sujeto endeble, inocente, convertido en un retorcido y ambivalente ángel vengador, un cirujano al que no le tiembla la mano y que manipula lo que cada uno tiene dentro. La enfermedad, finalmente, como algo real, la manera en que emerge esa violencia soterrada. El contexto gayer es discreto aunque muy morboso (sin comentarios el numerito del pañuelo). No se machaca ni se demoniza esa hombría, hay bastante respeto y comprensión hacia un tipo tan vulgar, un Cumberbatch que es el corazón de la peli, con un desenlace que le dignifica bastante; la preparación del cuerpo, por fin una purificación, una limpieza de esa mugre física y también del alma.