Ernst Lubitsch

Atreyub

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Otro que no tiene hilo y no cuesta nada dedicarle uno. Acabo de ver:


- La octava mujer de barba azul (Bluebeard's Eighth Wife, 1938)

Bajo la mano en el guión de Billy Wilder (otro que tal baila al respecto y quien reconoció muchas veces que el estilo de Ernst le había influído muchísimo) y Charles Brackett, Lubitsch vuelve a mostrar la guerra de sexos en su máximo esplendor bajo el duo bien avenido Gary Cooper, intentando adentrarse en un género tan difícil como la comedia y Claudette Colbert, nadando como pez en el agua en un género que no le es extraño como el millonario que colecciona esposas y divorcios y la mujer aristócrata venida a menos que ve en Cooper el filón económico que tanto necesita para seguir manteniendo su estatus vivendi. Nadie se puede sorprender por el final made in Hollywood que tiene la película pero mientras tanto podemos degustar diálogos ingeniosos, situaciones cómicas pero sobre todo mucho glamour.

Lubitsch ironiza sobre la sociedad y a su manera, con la sofisticación por bandera, la critica y la coloca en su sitio bajo la batuta de un buen guión y una ejemplar dirección (pero no tan perfecta como me hubiese gustado o como quizás me creía). Aún y así la película está repleta de situaciones dignas de encomio y sobre todo por la captación del interés desde el primer instante (esa mítica escena de la adquisición de un pijama: impagable ese encargado) o la elección de un secundario de lujo como David Niven que ameniza muchísimo el metraje con todas y cada una sus escenas.

Añadámosle un guión con toques de enredo - la escena del boxeador clandestino es realmente divertida y el giro de acontecimientos es brillante - para dar fuerza al motivo del amor y la posesión marital y estamos ante un título muy destacable en el género de la comedia sofisticada, con las tornas bien marcadas - una crítica a los pros y contras del matrimonio - pero sin impedir sucumbir al punto de vista Hollywoodiense de la época.

(aunque he de ser sincero: le falta/falla algo - no sabría bien bien explicarlo - para considerarla 100% de las mías aún viéndole la maestría en todos y cada uno de sus elementos).

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Lo cierto es que de él sólo tenía visto un título y se convirtió automáticamente en uno de mis favoritos (enlazo mi crítica ya que estoy):

- El bazar de las sorpresas.

Veo que tiene un filmografía bastante extensa. Se le atribuyen grandes méritos en el campo de la comedia sofisticada (las screwball comedy) y como indican en la página "La claqueta":

Ernst Lubitsch fue uno de los mayores estilistas del cine americano. El secreto de su arte radica en el célebre “toque Lubitsch”; es decir, la manera juguetona, irónica e inimitable con que satiriza las debilidades de la sociedad, especialmente el sexo, en la larga serie de comedias frí­volas “europeas” y de musicales que rodó en Hollywood.

El “toque Lubitsch” consistí­a simplemente en una manera muy concreta de elegancia mental; en la forma original que tení­a de abordar una escena, un momento o un giro del diálogo. Creo que su secreto consistí­a en que hací­a participar al público, proporcionándole ciertas claves y afinadas sugerencias que le convertí­an en cómplice suyo Dicho en otras palabras, no decí­a nunca que dos y dos son cuatro, sino que se limitaba a formular uno más tres y dejaba que el público sumase por sí­ mismo, lo que le proporcionaba un gran placer.

¿Qué me contais de él? ¿Mucho admirador de su estilo y filmografía (by FA)?
 
Respuesta: Ernst Lubitsch

Hombre, pues Ser o no ser de cabeza, gran comedia nazi con Jack Benny y la Lombard pa ponerle un piso.
 
Respuesta: Ernst Lubitsch

Me sorprende que no hayas visto Ninotchka, también es muy tuya Atre.
 
Respuesta: Ernst Lubitsch

Anda... mirando la sinopsis de "Ser o no ser", veo que "Soy o no soy" (la de Brooks, que tampoco he visto) es remake de ésta.

Y Ninotchka estuve a punto de verla para el juego en su momento pero se me pasó y ya se me fue de la cabeza.

Apuntaditas las dos. Thanks.
 
La octava mujer de Barba Azul

Un antipático millonario con un largo historial de divorcios (Gary Cooper) conoce a una aristócrata francesa venida a menos (Claudette Colbert) que decide casarse con él por su dinero.

Un buen ejemplo de comedia romántica “años 30” y su temática sobre la guerra de sexos. De sobra conocido es el argumento, basado en la relación de amor y de odio entre sus dos protagonistas y en los múltiples líos que se dan entre ellos. Excelentemente llevada, tanto por su ritmo y dinamismo (esas puertas que se cierran y se abren) como por el aspecto interpretativo, con dos actores irradiando simpatía y buen rollo (incluso él en su repelente papel), amén de la infaltable química sin la cual nada funcionaría igual. Con Billy Wilder como co-guionista, estamos ante una sucesión de entretenidos y constantes enredos, diálogos cargados de ingenio, y algunos gags y situaciones memorables (la manicura a medio hacer, el tipo que duerme sin pantalones) entre los cuales destaca el primer encuentro entre los dos, con la famosa escena del pijama.

Una de esas películas que se pueden considerar un manual sobre cómo hacer comedia, es decir, donde destacan la elegancia y la ironía por encima de todo (con un ácido retrato del matrimonio, o sin ir más lejos, del mundo frívolo donde se desenvuelven los personajes). Sin embargo, parece como si estuviéramos ante un gran comienzo y un resto de la peli que no se encontrase al mismo nivel, o no diera tanto de sí. De cualquier manera, uno de esos títulos que hoy mismo serían impensables.
 
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El pecado de Cluny Brown
(Cluny Brown, 1946)

Último título de la filmografía de Lubitsch, pues falleció a los ocho días del rodaje de That Lady in Ermine y se la tuvo que terminar Otto Preminger.

Película de silencios incómodos, de peces fuera del agua. Todos los personajes deben intentar aferrarse a unas normas de comportamiento que aprisionan a una sociedad burguesa (la inglesa, en este caso) en unos tiempos de preguerra (la película está ambientada en 1938) que vaticinaban un completo cambio del panorama social. Cluny Brown es ese personaje salido de épocas mejores, libérrimo y soñador, obligado a aceptar unas pautas de comportamiento de una burguesía censora pero que, a su vez, se encuentra tan sola como ella. Lubitsch es un gran cirujano social, aparte de probablemente el mejor director de comedia que ha existido nunca. El control de los ritmos, tiempos, dobles sentidos y silencios es extraordinario. Una completa lección de cine donde toda esa elegancia y savoir faire amenazan con romperse con la inclusión de los dos adorables outsiders que son Cluny y Belinski. Pareja unida debido a la opresión de un entorno gris y mediocre (atención a ese patético farmacéutico o a esos niños de papá que no cesan en su intento de cortejar a la burlona dama). Al final todos acaban encajando en la estructura de los tiempos en un film que, aun plagado de momentos de comedia memorables, deja un regusto amargo, triste, aunque no exento de esperanza (esa huida en tren).
 
Última edición:
bueno, ayer ví la genial Trouble in Paradise, hace unos días El bazar de las sorpresas y hoy me reencuentro con la deliciosa Ninotchka, de nuevo el magnetismo de Garbo fundamenta el film pero aquí no es algo tan protagonista como en otras de sus cintas; tenemos un reparto más coral y otro guión de precisión;

sorprende como Lubitsch ya en una época tan temprana como el 39, con ironía, va desmenuzando el stalinismo al igual que hizo con los nazis en época cercana, todo con coñitas fabulosas, la ambientación es tan artificiosa y de cartón piedra como irresistible (tanto el París tópico como Moscú), y el resto del casting insuperable, con ese trío de funcionarios soviéticos siempre al borde de ir a Siberia :lol, todos los diálogos réplicas y contrarréplicas funcionan como un reloj.

viendo cintas de este tipo uno se da cuenta de la brecha histórica y social que hacen 75 añazos; es un gustazo ver a Lubitsch en su periodo americano

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Hace poco que volví a ver ser o no ser, seria la 3 vez, y sinceramente no le encuentro defectos. Simplemente perfecta tocando temas que a día de hoy siguen vigentes.La verdad es que es como el buen vino que con el tiempo mejora .Esa guerra de sexos es inigualable en el cine de hoy. Lo hace de manera sutil y muy acertada. Al menos a mi así me lo parece.
 
Trouble in Paradise (Ernst Lubitsch. 1932)
otra auténtica delicia del alemán, modélico y vitalista guión en una historia de ladrones, equívocos, romance y sofisticación; en apenas 80 minutos da una clase maestra sobre cómo presentar una comedia, emocionar, hacer reír, todo con elegancia hasta en el plano más insustancial; y lo mejor, aunque hable de un mundo muy artificioso, queda claro que detrás de todo el escenario y representación hay VIDA.

Es una auténtica barbaridad esta película, hoy la he recuperado, es puro Lubitsch es su máxima expresión, capaz de ser contenido y elegante y, a la vez, irónico y vorazmente sexual, y lo hace con un guión mucho más sencillo que en otra de sus maravillas como es Ser o no ser, cómo domina el tempo cómico, el gag recurrente, el lado romántico (aquí brilla especialmente), incluso el suspense de la situación y cómo cocina la preparación del clímax. Pero es que es de las redondas de verdad, atención a la introducción en Venecia, porque el berlinés, además, era un auténtico lujo visual, la planificación de esa introducción es sofisticadísima. Y algo que llama poderosamente la atención tanto en ésta como, sobre todo, en la del año posterior Una mujer para dos son los huevazos de sus resoluciones, algo sólo entendible en clave pre-Hays.
 
Hombre, ahí se definen los grandes, la verdad que hay en sus escenas por muy disparatado que pueda ser el argumento, y además ahí es dónde triunfa el género, que puede contar lo mismo que un dramón pero dándose al espectáculo.

Ah, y el gran Kaurismaki es muy, muy, muy Lubitsch.
 
La más conocida es Ser o no ser, que es inmejorable. Sus comedias en el sonoro es lo que le dio la fama y todas las que he visto son fabulosas:

Un ladrón en la alcoba
Una mujer para dos
La octava mujer de Barbazul
Ninotchka
En qué piensan las mujeres
El Diablo dijo no
El bazar de las sorpresas

Otras 2 muy buenas que no son comedias son:

Angel
Remordimientos

Su etapa muda no la conozco.
 
Revisadas El Diablo dijo no, que quizá es la menos brillante de las que voy viendo porque no consigue escapar del todo del regusto a fábula ñoña, aunque mucho más sutil y divertida que la caprada navideña por excelencia con Jimmy Stewart, tiene mucho sello de su director sobre todo en la dirección de actores, y la colosal Angel que es una obra maestra que lleva el uso del off hasta llegar a decir que puede ser cine experimental, curioso que, sin ser comedia, sea tan intransferible, la cantidad de detallitos que esconden miradas, silencios, objetos de la puesta en escena, imaginación desbordante para evitar censura y tiene un final que no puede ser más elegante.
 
Rulando por las estepas me acabo de encontrar con La princesa de las ostras, aún no la he visto, pero al parecer es una de las mejores de su etapa muda :)
 
Entrevista a Santos Zunzunegui.

A Revolta | Magazine Cultural Online | “HACER LA REVOLUCIÓN ES ACORDARNOS DE COSAS QUE ESTÁN OLVIDADAS”

"En una entrevista en 2013 en Radio Euskadi decía que “Un cineasta que compite con John Ford en mis gustos en la primera línea, si nos ponemos un poco mitómanos, sería Lubitsch. No creo que haya ningún cineasta más grande que Lubitsch en la historia del cine”.

Un solo ejemplo. Billy Wilder es considerado un gran cineasta por, digamos, un cierto sector de cineastas y críticos. No hay que perder de vista que Billy Wilder era muy consciente de que todo lo que sabía lo había aprendido con Lubitsch y su cine intentaba parecerse al de Lubitsch. Y reivindicar a Wilder para no hablar de Lubitsch me parece un error fundamental. Lubitsch, sin duda, es un cineasta mucho más importante, mucho más profundo y mucho más denso. Sobre todo hace algo que hacen los grandes cineastas, que es trabajar con la materia cinematográfica: el tiempo, el espacio, la planificación, la dirección de actores,… Obviamente, trabajan con estupendos guionistas que les proporcionan un material fantástico, pero hay una manera de hacer imágenes y sonidos, a partir de esos textos literarios de los guiones, que yo creo que es incomparable. Creo, sinceramente, que no hay ningún gag mejor en toda la historia del cine que el del apuntador cuando aparece Jack Benny en escena en Ser o no ser (To Be or Not to Be, Ernst Lubitsch, 1942) para decir el monólogo de Hamlet. En su extremada simplicidad es realmente genial. El cine de Lubitsch en los años ’30 no tiene parangón en Hollywood si no es con el cine de Ford o de algunos otros maestros. Los grandes, grandes, maestros. De hecho, en una ocasión, me ofrecieron hacer un libro sobre Lubitsch y dije que no estaba preparado. Renuncié. Era demasiado trabajo, una obra demasiado amplia, demasiado compleja,… y dije que no."
 
Última edición:
Un ladrón en la alcoba

Gaston Monescu (Herbert Marshall) se queda prendado de quien será su esposa en Venecia, cuando descubre que ella, al igual que él... es una astuta ladrona. Su tranquila (y delictiva) felicidad conyugal será puesta en entredicho cuando se proponen robar a una rica heredera malcriada... y se forma un trío amoroso.

Comedia de los tiempos de la depresión, puro escapismo en torno a unos personajes sofisticados y aristocráticos incluso siendo unos refinados artistas del engaño, capaces de dar golpes maestros sin perder esa clase. Una película que nos transporta a otro mundo, a un ambiente muy especial, pero también con mucha picaresca dentro, mucha habilidad para engatusar como lo hacen los dos protas, vender la moto y salir de situaciones complicadas. Combinación irresistible, así pues, concebida para aliviar las penas diarias del espectador sin por ello perder la cercanía, pues estos mangantes no dejan de ser unos seres muy terrenales pese a vivir en su “paraíso” particular. El microcosmos en que se mueven, de gente regia que esconde demasiado, encubre una sutil crítica de unos pudientes que aparecen retratados como bichos bastante peores, más egoístas y materialistas en su acomodamiento que nuestros dos ladronzuelos; su estilo de vida aventurero acaba por parecer más íntegro y honrado (tiene narices el asunto...), su vínculo es más una forma de camaradería, de admiración y respeto mutuo (incluso podrían ser dos tíos y poco cambiaría del guion), en lo que sería una conclusión en absoluto moralista y sí un tanto maliciosa.

Pero es que la parte romántica, ese enamoramiento del rufián que es como una trampa para él, resulta muy creíble y funciona muy bien a modo de canto nostálgico y con un punto tristón a los amores efímeros, irrealizables, marcados por el instante (ese reloj, ejemplo de las famosas elipsis del cineasta alemán que sugieren los “puntos calientes”), por aquello que pudo ser y no fue… Esto es una peli de risas que, no obstante, se toma en serio a sí misma, logrando equilibrar tonos sin caer en lo pasteloso.

Así a botepronto diría que funciona como un mecanismo de notable precisión, no únicamente en lo que respecta a trama, actuaciones, diálogos, sino visualmente, echando mano de todo tipo de recursos y nunca de modo impostado o grandilocuente; travellings ágiles, montaje rítmico, puntual manejo de sombras y efectos, mucho peso de los espacios interiores, la decoración, mobiliario, etc. con puertas que se abren y se cierran, escaleras que suben y bajan. Y ciertos objetos (bolsos y joyas, el teléfono, el espejo, una estatuilla que trae determinado recuerdo…) que impulsan la acción. Los gags a veces son idiomáticos, de cruce alocado de lenguas, y se aporta incluso algún toque de suspense, con esa caja de caudales. Geniales secundarios, empezando por la parejita de pretendientes patéticos, o la sacrificada servidumbre, sometida a los constantes caprichos de los de arriba y diciendo que sí a todo (“quiero que la luna se refleje en el champán…”). Venecia, con esa fenomenal secuencia de apertura, su carácter de ensueño y su basura (literal) también.


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Muchas veces el humor puede ser un arma afilada e infalible para dejar en evidencia el ridículo de los sistemas de pensamiento que se toman demasiado en serio a sí mismos. Film muy político Ninotchka, que con la excusa de la sátira y de la tontería larga una diatriba anticomunista con no pocas diferencias respecto de las que se realizarían años después durante la guerra fría. Aquí los comunistas no son demonios con forma humana, más bien son gentes tristes que no expresan sus emociones (se mezcla un poco el carácter ruso y el cachondeo hacia el célebre “alma eslava”), fanatizadas cual robots, sin cortarse tampoco al mostrar la característica imagen negativa de la vida soviética, rodeada de miseria, mal clima, privaciones de las cosas más elementales, hacinamiento y también censura y autoritarismo. Por contraste, un París igualmente de topicazo intencionado, el de la alta sociedad hedonista y aburrida de aristócratas exiliados, pero la crítica no es tan severa (se ve que allí no había pobres).

Comedia romántica hasta el tuétano donde un libertino desilusionado recupera el entusiasmo gracias a una rígida agente soviética, una bellísima (y me quedo corto) Greta Garbo enviada para deshacer un entuerto diplomático y devolver al redil a unos delegados comerciales descarriados por los placeres del capitalismo. No tardará demasiado este sujeto en derretir el helado corazón de la camarada y recuperar a la tierna e ingenua reina que toda mujer déspota, amargada e ideologizada lleva en su interior, revelándole lo bonito de la vida, de los placeres y del amor.


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Como comedia, no decepciona un guion construido al milímetro en su presentación y desarrollo, los secundarios, esa malvada que es la princesa zarista; una fuerza reaccionaria frente a cierta tolerancia y reconocimiento que se ha establecido hacia la URSS (Francia sería pues un territorio “neutral”). Con diálogos y réplicas incesantes y una realización limpia, sin artificio, que nos lleva de un lugar a otro y nos introduce en la acción con un elegante travelling en un hotel. Chistes de nazis tratados como algo cotidiano, o como el fenómeno contemporáneo que era durante los años 30, algún juego visual muy Lubitsch con el fuera de campo (los tres agentes pasándoselo en grande)… o la ejecución sumaria más romántica que nunca se haya podido concebir.

Magnetismo absoluto de Greta llenando la pantalla, seria o riéndose, tanto da. La ideología del amor que, cándidamente, supera a las demás; lo que mejor representa al pueblo es precisamente su gente y no su “sistema” (los cuatro amigos compartiendo lo poco que tienen), pero que viva el libre mercado en forma de restaurantes típicos, con una última, ahora sí, pullita; los despidos. En última instancia, esto es una historia de seres puros, pese a sus diferencias, atrapados por los avatares políticos del momento; de la carta tachada sólo queda una declaración de amor rebosante de nostalgia. El mismo amor que resiste, mejor o peor, contra el irreparable paso del tiempo… pues nada hay más valioso para los amantes que lo que nadie puede arrebatarles; el instante presente.
 
Por muy política que sea sobre el papel, lo otro lo arrasa, la historia de amor y LOS SECUNDARIOS! Esos 3 rusos son mis padres, jajajaja

Es una de las cosas en las que Lubitsch es mucho mejor que Wilder, en Wilder cuesta mucho más desprenderse de la crítica social y de las ideas a priori, por eso su mejor peli es la de Sherlock Holmes, que es en la que hay menos de eso.
 
Debió de ser Remordimiento incómoda para la época (1932), un melodrama de más que claro posicionamiento antibélico con el que Lubitsch se aleja de la comedia para mostrar la crueldad y el absurdo de una guerra devastadora cuyos efectos aún eran recientes, que tras la patria y la bandera solamente había traído muerte y pérdidas irreparables, familias destrozadas y sociedades heridas por el odio. Examen del sentimiento de culpa de un soldado que ha matado a un completo desconocido, tan sólo otro joven igual que él, y a quien no le sirve la expiación que le ofrece la iglesia, aliada con el estado para justificar los crímenes cometidos. Un alma sensible que busca la salvación y un perdón tan difícil de pedir como de ofrecer, que se verá enredada en una situación imprevista cuando decide conocer a la familia del difunto, aún en proceso de duelo y con una ausencia aún muy presente.

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La culpa, sin embargo, no es sólo de él, sino de todo un pueblo; frente a un patriotismo hipócrita, al descargar responsabilidades en otros, un auténtico humanitarismo sin diferencias nacionales, son las víctimas quienes enviaron a sus propios hijos al matadero. Alemania (una Alemania hollywoodiense, angloparlante y de sets discretos, como es lógico, por otra parte) está hecha una ruina y se recupera lentamente, cunde el miedo al extranjero, en concreto hacia el vencedor francés, y aquí es donde entra el “malo” de la película, que de algún modo es un precursor del nazismo; un miserable que, para obtener sus fines, juega con el resentimiento y la paranoia de sus compatriotas.

Se hace necesaria pues una mentira piadosa que pueda sostener los vínculos y reparar las heridas, el triunfo de lo humano para superar un pasado traumático y seguir adelante; es una auténtica lección de historia sobre la reconciliación de los pueblos, pero reducida a escala familiar, que por desgracia, el propio devenir histórico de los años 30 desmentiría fatalmente.

Si bien no me convencen mucho las actuaciones, exageradas, lo demás es colosal. El toque visual del germano, con la agudeza que lo caracteriza, se despliega esta vez al servicio del drama, en unas imágenes iniciales (un discurso sobre la paz con todo el mundo armado hasta los dientes) semejantes a gags cargados de ironía, o bien en una secuencia que muestra los cotilleos vecinales que se propagan. Pues sigue habiendo toques cómicos, cotidianos (las dos señoras en el cementerio)… en detalles tan sencillos como una silla, elocuentemente vacía a la hora de la comida, o el simple plano de una mano, tan bressoniano en su concepción. O esa habitación del hijo vacía, cubierta de sombras cual cámara mortuoria. El retrato de éste, el violín, el vestido. Imágenes, sonidos fantasmales, que vuelven para atormentar a los vivos. Movimientos de cámara, encuadres, todo muy ajustado, condensado al máximo, hasta llegar a un desenlace de gran fuerza emocional, con la música como protagonista (de los lúgubres tonos iniciales de la tercera de Beethoven a la ingenuidad schumannesca), que podría haber caído en lo edulcorado si no fuera por lo enormemente significativo de la escena.
 
Lubitsch y su guionista utilizan un argumento poco original sobre el papel, el de un romance a tres bandas, para llevar al límite un juego del gato y del ratón, que se ubicaría entre una de sus comedias elegantes y un drama romántico sobre un amor idealizado y obsesivo que se oculta bajo el simple y abstracto nombre de Ángel.

Quien le pone rostro a este ser angelical es una Marlene Dietrich que viene volando desde Londres hasta París para vivir una de esas historias para contar en salones; una de amor fugaz, y por eso mismo, puro, instintivo y sexual (¿Y ella cómo era, rubia, morena?)... el amor del instante presente, sin nombres, ni pasado, ni futuro, el del placer, como surgido de un sueño, el de atesorar minuciosamente cada minuto, cada segundo. Amor como fuga del tiempo, como opuesto a aquel otro, atado a las obligaciones, que vive de nostalgias, racional y económicamente estable, pero también insatisfecho. Negar la mayor, como lo hace el mayordomo que dice que hace buen tiempo... mientras afuera está lloviendo a mares.

El marido, eminente diplomático y valedor de la vieja Europa de entreguerras, con su delicada geopolítica, no tiene tiempo, porque no vive en el tiempo de los individuos sino en de la Historia, esa historia que, como la de Antonio y Cleopatra, como la de la revolución rusa, puede cambiar, modificarse tal vez por azares humanos. Y hablando de Rusia, sólo alguien como Ernst sería capaz de hacernos pasar por una gran dama a una decadente aristócrata exiliada, que sobrevive en la capital francesa como dueña de una sórdida casa de citas para gente bien, la cual solicita sus servicios para desahogar sus frustraciones, y lo hace sin que apenas nos enteremos… presentándola mediante un virtuoso plano-secuencia de aire voyeur.

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Manipulador nato, creador de algo que por momentos se asemeja sospechosamente al suspense, el alemán ofrece una trama de enredos, un baile de máscaras, de personajes en la inopia que tienen muy cerca unas realidades que creen novelescas. El misterio del encuentro entre dos extraños dará paso a un duelo verbal por sostener las apariencias, apenas rotas por una melodía de piano interrumpida que se apoderará del film. Perspectivas que cambian, como una lámpara de distinto color según quien la mire. Miradas, en fin, de duda (ella al llegar al hotel), de amor (ellos junto al violinista), de temor… detalles, como que te enciendan el cigarro (el estatus social), o gags idiomáticos (el taxista listillo). Nombres, identidades, como los de ellos dos durante la guerra. Y desde luego, la gran herramienta expresiva; la elipsis, para aportar, sugerir información, a modo de broma, o todo a la vez. Un primer plano de un teléfono, flores tiradas en el suelo y recogidas, platos de comida sin tocar, los restos de una habitación deshecha… los puntos de inflexión del relato, que contados convencionalmente son efectistas, se vuelven sugestivos en forma de paréntesis.

Pero hay más: la ópera (Wagner, “Cavalleria rusticana”), el servicio y sus pequeñas mezquindades, una mirada que también cuenta y aporta. Muebles, espejos (incomunicación), retratos, notas y telegramas, y por supuesto, puertas, las de un palacio cual jaula dorada. Una, la que el marido debe abrir o no como prueba de fe, de amor desinteresado. El final, de espaldas, personajes reducidos a puros bustos; un modo de preservar el desenlace edificante de la época... pero añadiendo cierto margen de ambigüedad para el espectador.
 
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