La descripción minuciosa de un momento concreto en la infancia de una niña, que debe aceptar la pérdida de su madre y una situación familiar nueva y diferente para ella. Una búsqueda doble: la que emprende la niña, en pos de conocerse a sí misma y a los demás, y la de la directora, escrutando la materia informe de los recuerdos... ambas, un intento, antes que otra cosa, de comprender, de superar un cierto bloqueo emocional (lo de llorar, con lo que empieza y termina el asunto) y que dan pleno sentido a la película. El personaje de la madre sustituta es tal vez el más rico en matices, con sus dudas y recelos frente a la recién llegada. El resto más bien cumple una función de sombras y figurantes; me quedo con el detalle de la hermana cuyo papel es por completo intrascendente, como muchas cosas en la vida real que son puro azar y que carecen de guión (la enana como personaje mágico ya me chirría un poco). El punto de vista infantil y limitado nos pone en la piel de la niña, entendemos el mundo de forma intuitiva y no tan racional, captando al vuelo unas conversaciones de mayores muy reveladores y que ayudan a reconstruir la situación... digo “limitado” pero más bien es lo contrario, por lo que tiene de revelador de una realidad a menudo ignorada o menospreciada por los adultos.
He tenido mis dudas durante el visionado, pero ha sido llegar a esa catársis final, seguida de la dedicatoria, y encogérseme los huevos. Se intenta no idealizar ni demonizar la infancia, mostrándose las pequeñas crueldades (con la primita), las frustraciones... también los juegos (¿imitando a la madre?) y la inocencia habitual. Se intenta no conmover a toda costa, en una temática muy dada al peligro del melodrama, sino mostrar una realidad desnuda, si es que algo así es posible. Como trasfondo, una época de prejuicios asociados a una enfermedad que acarreba, además, un estigma social y moral (la generación de los abuelos frente a las formas de vida más abiertas y libres que vendrían después). Finalmente (aunque tal vez sea lo más importante), el envoltorio (anti)formal, compuesto por anécdotas y situaciones costumbristas, plasmadas por una cámara inquieta que sigue con interés las andanzas de la protagonista, creo que es una elección acertada, que puede gustar más o menos, pero que la directora aplica con rigor (prescindiendo incluso de banda sonora, aunque haciendo un buen uso de sonidos y músicas ambientales). Lo de la distinción entre la col y la lechuga, por ejemplo, un detalle que derrocha autenticidad (impensable en los niños de ahora, vaya).