Posibles SPOILERS
Son más de dos horas (demasiado) largas en las que destacan las secuencias de competición, el indudable amor por el mundillo del automovilismo y el enfoque de cineasta clásico que adopta Mangold (aunque uno duda de si realmente estamos ante alguien “personal” o un simple imitador o fan de unos referentes). Es todo americanísimo y sin salirse de lo esperable, una oda al individualismo, o elegía sobre una estirpe de tipos especiales, un poco locos, capaces de llevar al límite su pasión y de jugárselo todo, gente un poco disfuncional e imprevisible, cuya obsesión (que roza lo infantil) les lleva a romper las normas (una vez más, Bale demostrando lo bien que se le dan los papeles de tío raro) o incluso a poner en riesgo su propio pellejo (su destino en cierto modo está sellado). El maniqueísmo me parece bastante relativo: tenemos a Henry Ford II como la evidente caricatura del empresario sin escrúpulos, pero no es objeto de denuncia directa, habiendo bastante comprensión (y compasión) hacia su figura, la de un hombre mediocre que siempre ha estado a la sombra de un padre a quien no puede superar… en el fondo no es mala gente, pero se ha rodeado de pelotas que le dicen lo que quiere oír, en lugar de gente crítica que le ponga a prueba y le ayude a mejorar y a innovar. La crítica al corporativismo sí que es feroz. Es el eterno relato del héroe americano que abre caminos para quienes vienen detrás... quienes acaban acomodándose y ablandándose por encontrárselo todo hecho.
Luego está el Damon, mezcla de empresario-constructor y de amante del motor, uno que un día sintió ese entusiasmo, esa pulsión primaria, alguien que se relaja con el puto ruido de la máquina, que tuvo que abandonar pero que se redescubre a sí mismo, la razón por la que se hizo piloto… en cuanto a Ferrari, pues un villano con pintas (y encima europeo), pero revestido de una dignidad y unos principios, un caballero insobornable que entiende bien al prota (ese gesto del sombrero al final), más un artesano que un empresario, que entiende las carreras como una cuestión de honor y de prestigio antes que como pura estrategia comercial (como contraste, el momento de la tuerca, del todo sobrante, que si que se ríe y humilla al rival). La cuestión de la ideología que rodea a los vehículos y lo que representan más allá de lo puramente técnico tiene su interés, aún no siendo lo principal de la historia. La esposa y el niño son con diferencia lo más cliché, con la constante admiración de un crío que funciona como trasunto del espectador… mientras que la mujer no deja de ser un florero que le apoya en todo: la escena en la que se le va la olla al volante parece que estuviera para darle cierto carácter y disimular lo plano de su papel (¡cómo son estas mujeres, ¿eh?!). Prosigue la cosa con humor de colegas y peleitas, mucha camaradería masculina y esa deferencia final de la llegada conjunta a la meta, seguida de la derrota que es en realidad una más valiosa victoria moral.