Me ha hecho gracia la crítica que dice lo de Aaron Sorkin, mejor descripción imposible.
Conversaciones interminables en despachos, y entre medias, Godzilla haciendo de las suyas. Como en la cinta original, apenas hay personajes individualizados, propiamente dichos, sino que el protagonismo recae en la colectividad de la nación japonesa. Interesa mostrar las repercusiones económicas, humanitarias y geopolíticas, más que al monstruo en sí. Hay un mensaje crítico muy explícito sobre la necesidad del país de controlar sus propios asuntos y ser independiente de injerencias externas… la relación con EEUU es complicada y tampoco es que la gran potencia sea demonizada, más bien diríase que son aliados incómodos y molestos, pero aliados al fin y al cabo. El trauma nuclear y la metáfora siguen ahí, pero ahora parece haber una actitud resignada; el tema va a estar siempre ahí y lo que toca es asumirlo con cierta naturalidad.
¿Godzilla aparece menos que lo que debería? Tal vez, pero he disfrutado como una perra de todas y cada una de las apariciones del saurio radioactivo, desde que es un engendrito hasta la fase final. El nuevo diseño y sus poderes (incluso lo de lanzar rayos discotequeros) acojona lo suyo. Y la destrucción, al no haber demasiada recreación pornográfica en torno a ella, resulta sobrecogedora (con la ayuda de la grandilocuente banda sonora). Me sobran los constantes cartelitos indicando el nombre de tal sitio y el cargo de nosequién (cosa extremadamente japonesa, como todo). Con una fluidez narrativa ejemplar, otra cosa es que interese más o menos ver a gente hablando de política casi constantemente. Pero es que es todo tan notarial, con tanto gabinete de crisis y rollo burocrático, que cierto cachondeo es inevitable. Y Hideaki Anno lo sabe.
Muy buen reboot, o lo que sea. Con lo bueno que tenía la de Gareth Edwards, pero sin guion hollywoodiense de telefilm.