A mi tío abuelo
Francisco le engañaron, con apenas 17 años, para unirse al bando republicano, pues iba a ganar más dinero que de labrador con unas pocas tierras (su madre había ahorrado dinero de la República para comprarle una mula cuando volviera). Duró apenas 3 meses en Castellón porque le cayó una ¿bomba? y le llevaron muy grave a un hospital.
Su madre tuvo que dejar a sus dos hijos pequeños (la mayor estaba sirviendo en Madrid) con su suegra para ir andando desde Atanzón a Guadalajara, 19 kilómetros, para colarse en un tren militar. Cuando pasaban por las estaciones la gente la insultaba porque creían que era una puta de los soldados(la daban una parte de sus raciones a cambio de zurcir y lavar la ropa). "No llore, usted es como nuestra madre", le decían los soldados. Llegó allí y fue al hospital, donde estuvo ayudando a hacer vendas y lavar a los enfermos a cambio de un camastro y algo de comida (era la matrona del pueblo y ayudaba al médico en los partos). El personal médico le contó que no podían hacer nada más por su hijo e iba a morir en unos días.
Para empeorar la situación, más si cabe, la llamaron del pueblo para comunicarle el arresto de su marido, por un supuesto intento de robo en la iglesia (había interés en unas tierras suyas y fue la excusa perfecta). Tuvo que salir pitando del hospital, sin un duro encima, a la estación, por si acaso podía colarse en otro tren para volver a su casa. Se puso a llorar y, según contó siempre, se le apareció "un ángel." Un caballero, con traje y sombrero de copa, la preguntó qué le pasaba, escuchó su historia y la pidió que esperara allí, pues volvería en un momento. La compró dos billetes de tren, uno de Castellón a Madrid y otro de Madrid a Guadalajara (tuvo que volver andando, otra vez, los 19 kilómetros al pueblo).
"No me atreví a hablar con nadie en el vagón porque iban mejor vestidos que yo, me daba mucha vergüenza."
Su marido,
Paulino Machuca, estuvo entre un campo de trabajo, en la provincia de Guadalajara, y la cárcel casi cuatro años. El dinero que guardó antes de la Guerra Civil perdió todo su valor, se quedaron sin tierras de cultivo (un hijo de la gran puta las puso a su nombre y nunca se las devolvieron) y tuvieron que ser labradores sin tierras el resto de sus vidas. Además, su marido tuvo un tipo de demencia senil y murió con menos de setenta años.
Sus últimos años estuvo viviendo en el pueblo ayudando a los vecinos con pequeñas faenas de costura y ellos la daban comida y leña a cambio. Su hijo,
mi abuelo Luis, perdió a su mujer muy joven, con cuarenta y cinco años, y tuvo que irse a Alcalá de Henares, donde vive mi familia desde 1965, a ayudarle con sus cuatro hijas. Vivió allí dos años y murió tranquila entre sus seres queridos.
Casimira Ramos Ropero fue una gran mujer, hasta el final de sus días.