No quería estar en aquel pueblecito de apenas tres mil habitantes. Sólo lo hacía por su caprichosa, atolondrada pero cariñosa madre. Se quedó mirando a través del ventanal de su nueva habitación, tan fría como un tempano de hielo, tan poco acogedora, salvo aquella manta violeta que le había comprado su padre. "Gracias, es genial, papá." le dijo a Charlie.
Bella no observaba otra cosa desde que llegó que un paisaje de cuento lúgubre que ahogaba, con una neblina, viento y lluvia que le helaba el corazón, pero que se entremezclaba con un verde celestial e inabarcable que irradiaba desde el otro lado de la carretera: el musgo, las plantas, los árboles, el bosque, las montañas en el horizonte, las raíces que asomaban por el asfalto. Parecía una lucha de dos tonalidades que tenían que convivir. El fuego y el cielo. Forks parecía un planeta alienígena. Una ciudad esmeralda quizás, teñida para ella de tristeza y soledad. Solo quería llorar frente a la vieja ventana.
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