"Fueron pasando los días desde que Isabella Swan apareció en mi vida. La observaba aquella mañana desde el parking del instituto. Hacía un frío que traspasaba tímpanos y placas de hielo formadas al rocío. Era primavera. Qué extraño todo, una vez más; - ¡Que tierna! - pensaba al ver a Bella: como un perrito que mira la televisión que no sabe ni entiende nada, la hija del jefe policía se quedaba mirando extrañamente la rueda de su destartalada camioneta para intentar ponerle cadenas al neumático. Me reía. Me sentía un poquito mal. ¿La ayudo? Pero estar cerca de ella, me estremecía.
La chica nueva, que estaba en el peor sitio para lo que iba a pasar a continuación, levantó la vista confundida por el ruido del patinazo del neumático de un coche que había perdido el control dentro del parking. Bella, con ojos horrorizados, me miró directamente a mi. No sé por qué a día de hoy. Después, agachó la cabeza para ver como le llegaba la muerte. Fallecería a los dieciocho años; Era la visión de Alice vista hace unos meses, pero que estaba pasando en esa fría mañana de primavera. Las visiones de mi hermana se hacían realidad tarde o temprano. Salvar a esa chica a la que apenas yo conocía, era exponer realmente a mi familia. No salvarla, sería éticamente insoportable para el resto de mi vida."
Y así, Edward Cullen, tendía que tomar una decisión que le cambiaría la vida para siempre. Él no era humano desde hacía setenta años, ya no había remordimientos ni instintos de protección… ¿o si?; “¡Ella no, por favor!” gritaba en su interior. "Ella no."