Harkness_666
Son cuatro
Bright future
Mamoru y Yuji son dos jóvenes que trabajan en una lavandería. Uno es un tipo taciturno, el otro, inestable. Cuando el primero es encarcelado por el presunto asesinato de su jefe, a Yuji le tocará cuidar de la mascota de su amigo… una medusa roja cuyo contacto físico puede ser letal.
Extraño drama con un punto mágico-fantástico, sin cruzar nunca esta barrera; retrato quizá de una crisis colectiva, del aislamiento que sufren unos individuos frustrados, un tanto misteriosos y sin rumbo aparente en la vida, cuyas relaciones familiares parecen hechas pedazos desde hace tiempo. Frente a un nihilismo destructivo que puede llevar a cometer las peores atrocidades surgen vínculos inesperados entre gente muy distinta, o intentos de acercamiento, cosa desde luego esperanzadora… sin embargo, se abre una gran brecha entre las nuevas generaciones que van muy a lo suyo, que necesitan algo más, y unos mayores encerrados en un trabajo, en unas rutinas más burguesas, haciéndose el entendimiento entre difícil e imposible… sobre este panorama planea, improbable, la idea de un “futuro brillante” con el que sueña, o soñaba, nuestro prota. El tal Mamoru es, por su parte, una figura insondable, principal víctima de los acontecimientos al parecer, pero que aparenta estar muy por encima del resto de los mortales, incluso convertido en una presencia que se manifiesta donde no debería estar…
Existen por cierto dos versiones, una de ellas más corta, ni idea de cual será superior.
Película sumamente masculina, además, aunque nada (homo)erótica, rodada en digital, de tonalidades descoloridas, tan interesante como frustrante, irregular (o estirada, pues se llega a reiterar una escena clave y esto hace que pierda fuerza), aquejada de una peculiar esquizofrenia visual; meticulosos encuadres que rozan lo kubrickiano (como los de la prisión), captando entornos físicos desasosegantes, figuras diminutas… pero también planos chapuceros, nerviosos, captados cámara en mano, con una visible intrusión del cineasta en sus imágenes incluso, por no hablar de decisiones tan gratuitas en apariencia como esas escenas del coche con la pantalla partida. La medusa se mantiene como un elemento de incierto significado. Una criatura igualmente inescrutable, etérea en sus movimientos y como fuera de lugar; lo mismo un objeto de fascinación, capaz de iluminar un panorama sumamente oscuro, que un peligro latente. Milagro o maldición según se mire, encerrado entre paredes de cristal, como los habitantes de una inmensa ciudad de Tokio, con sus calles y edificios, con sus apartamentos hechos polvo. ¿La diferencia? Que ellos, como la pandillita de adolescentes aburridos con pintas, son incapaces de encontrar el mar, abocados a un estado de rebeldía permanente y estéril (el Che reducido a imágenes fotocopiadas). Cabe preguntarse si, como los aparatos tecnológicos en un taller, somos “reparables” o no tenemos remedio.
Mamoru y Yuji son dos jóvenes que trabajan en una lavandería. Uno es un tipo taciturno, el otro, inestable. Cuando el primero es encarcelado por el presunto asesinato de su jefe, a Yuji le tocará cuidar de la mascota de su amigo… una medusa roja cuyo contacto físico puede ser letal.
Extraño drama con un punto mágico-fantástico, sin cruzar nunca esta barrera; retrato quizá de una crisis colectiva, del aislamiento que sufren unos individuos frustrados, un tanto misteriosos y sin rumbo aparente en la vida, cuyas relaciones familiares parecen hechas pedazos desde hace tiempo. Frente a un nihilismo destructivo que puede llevar a cometer las peores atrocidades surgen vínculos inesperados entre gente muy distinta, o intentos de acercamiento, cosa desde luego esperanzadora… sin embargo, se abre una gran brecha entre las nuevas generaciones que van muy a lo suyo, que necesitan algo más, y unos mayores encerrados en un trabajo, en unas rutinas más burguesas, haciéndose el entendimiento entre difícil e imposible… sobre este panorama planea, improbable, la idea de un “futuro brillante” con el que sueña, o soñaba, nuestro prota. El tal Mamoru es, por su parte, una figura insondable, principal víctima de los acontecimientos al parecer, pero que aparenta estar muy por encima del resto de los mortales, incluso convertido en una presencia que se manifiesta donde no debería estar…
Existen por cierto dos versiones, una de ellas más corta, ni idea de cual será superior.
Película sumamente masculina, además, aunque nada (homo)erótica, rodada en digital, de tonalidades descoloridas, tan interesante como frustrante, irregular (o estirada, pues se llega a reiterar una escena clave y esto hace que pierda fuerza), aquejada de una peculiar esquizofrenia visual; meticulosos encuadres que rozan lo kubrickiano (como los de la prisión), captando entornos físicos desasosegantes, figuras diminutas… pero también planos chapuceros, nerviosos, captados cámara en mano, con una visible intrusión del cineasta en sus imágenes incluso, por no hablar de decisiones tan gratuitas en apariencia como esas escenas del coche con la pantalla partida. La medusa se mantiene como un elemento de incierto significado. Una criatura igualmente inescrutable, etérea en sus movimientos y como fuera de lugar; lo mismo un objeto de fascinación, capaz de iluminar un panorama sumamente oscuro, que un peligro latente. Milagro o maldición según se mire, encerrado entre paredes de cristal, como los habitantes de una inmensa ciudad de Tokio, con sus calles y edificios, con sus apartamentos hechos polvo. ¿La diferencia? Que ellos, como la pandillita de adolescentes aburridos con pintas, son incapaces de encontrar el mar, abocados a un estado de rebeldía permanente y estéril (el Che reducido a imágenes fotocopiadas). Cabe preguntarse si, como los aparatos tecnológicos en un taller, somos “reparables” o no tenemos remedio.