Kiyoshi Kurosawa

Bright future

Mamoru y Yuji son dos jóvenes que trabajan en una lavandería. Uno es un tipo taciturno, el otro, inestable. Cuando el primero es encarcelado por el presunto asesinato de su jefe, a Yuji le tocará cuidar de la mascota de su amigo… una medusa roja cuyo contacto físico puede ser letal.

Extraño drama con un punto mágico-fantástico, sin cruzar nunca esta barrera; retrato quizá de una crisis colectiva, del aislamiento que sufren unos individuos frustrados, un tanto misteriosos y sin rumbo aparente en la vida, cuyas relaciones familiares parecen hechas pedazos desde hace tiempo. Frente a un nihilismo destructivo que puede llevar a cometer las peores atrocidades surgen vínculos inesperados entre gente muy distinta, o intentos de acercamiento, cosa desde luego esperanzadora… sin embargo, se abre una gran brecha entre las nuevas generaciones que van muy a lo suyo, que necesitan algo más, y unos mayores encerrados en un trabajo, en unas rutinas más burguesas, haciéndose el entendimiento entre difícil e imposible… sobre este panorama planea, improbable, la idea de un “futuro brillante” con el que sueña, o soñaba, nuestro prota. El tal Mamoru es, por su parte, una figura insondable, principal víctima de los acontecimientos al parecer, pero que aparenta estar muy por encima del resto de los mortales, incluso convertido en una presencia que se manifiesta donde no debería estar…

Existen por cierto dos versiones, una de ellas más corta, ni idea de cual será superior.

Película sumamente masculina, además, aunque nada (homo)erótica, rodada en digital, de tonalidades descoloridas, tan interesante como frustrante, irregular (o estirada, pues se llega a reiterar una escena clave y esto hace que pierda fuerza), aquejada de una peculiar esquizofrenia visual; meticulosos encuadres que rozan lo kubrickiano (como los de la prisión), captando entornos físicos desasosegantes, figuras diminutas… pero también planos chapuceros, nerviosos, captados cámara en mano, con una visible intrusión del cineasta en sus imágenes incluso, por no hablar de decisiones tan gratuitas en apariencia como esas escenas del coche con la pantalla partida. La medusa se mantiene como un elemento de incierto significado. Una criatura igualmente inescrutable, etérea en sus movimientos y como fuera de lugar; lo mismo un objeto de fascinación, capaz de iluminar un panorama sumamente oscuro, que un peligro latente. Milagro o maldición según se mire, encerrado entre paredes de cristal, como los habitantes de una inmensa ciudad de Tokio, con sus calles y edificios, con sus apartamentos hechos polvo. ¿La diferencia? Que ellos, como la pandillita de adolescentes aburridos con pintas, son incapaces de encontrar el mar, abocados a un estado de rebeldía permanente y estéril (el Che reducido a imágenes fotocopiadas). Cabe preguntarse si, como los aparatos tecnológicos en un taller, somos “reparables” o no tenemos remedio.


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Kairo

Terror nipón dosmilero que recoge los miedos de aquella época con el surgimiento de las nuevas tecnologías y el recelo que generaba internet, poco menos que una puerta de acceso a otros mundos, presidida por el sonido siniestramente viejuno del enrutador. Ofrece una visión ingenua de algo que hoy tenemos absolutamente normalizado, en buena parte fruto de la ignorancia supina que tenía el usuario medio en cuestiones informáticas; poco menos que un acto mágico, de jugar con fuerzas que escapan a la razón humana… pero también ofrece el esbozo de una lógica digital y viral que sólo se aceleraría hasta lo que tenemos ahora mismo.

La película huye de lo convencional, apenas propone explicaciones de lo que está ocurriendo más allá de una hipótesis, la de la superpoblación o colapso del mundo sobrenatural que produce una invasión del mundo de los vivos a través de los dispositivos, que en el fondo podría estar hablando de nosotros mismos. Nuestro mundo, dicho sea de paso, no se diferencia demasiado del de ultratumba, pues lo habitan unos seres igualmente tristes, silenciosos y de tendencias suicidas, puntitos blancos que se aniquilan al tocarse, que se conectan a la red sin conectarse, por puro aburrimiento antes que por buscar la interacción. Incapaces de relacionarse y con tendencia al aislamiento, la muerte no es para ellos un final, sino la condena a una soledad ya definitiva. La compañía de los otros es lo único que puede salvarnos, o al menos, como se sugiere de manera harto naif, lo único que nos blinda ante el miedo a morir.

Los espacios desoladores (calles sin gente, fábricas, apartamentos desastrados, entornos como el supermercado, la biblioteca, el metro o la sala de juegos…), la estética permanentemente ocre y apagada, desprenden una angustia sólo superada por unas apariciones espectrales que constituyen un prodigio de mal rollo, de puesta en escena capaz de remover un temor primario que avanza más allá del susto para adentrarse, al igual que lo haría un Lynch, en los límites de la pesadilla; la habitación sellada con cinta, un factor críptico ¿Un umbral que no debe ser profanado? La dirección prescinde de primeros planos y observa a los actores desde la distancia, con encuadres rígidos de profundidad considerable, travellings precisos y sólo algún recurso a la cámara en mano, incluso al glitch que perturba la pantalla (aunque el factor “meta” no lo explora mucho). Abundan elementos como plásticos, cortinas, telas, parte indivisible de un único no-lugar que introduce el frío en el cuerpo (sólo se salvaría ese invernadero donde curran los protas). Los personajes, por su parte, no transmiten gran cosa, con algunos diálogos horrendos en su artificiosidad, en lo burdo de sus explicaciones; la acción se mueve un tanto gratuita en dos tramas paralelas, se alarga quizá en exceso y parece que no termina nunca, quizá porque la fuga hacia ninguna parte queda como única opción ante un fenómeno que nos lleva nada menos que al género de catástrofes apocalípticas y a unos insertos de efectos digitales que han envejecido, por decirlo suavemente, regular.


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En su momento me fascinó y me acojonó como pocas...pero lo cierto es que a día de hoy no recuerdo mucho más allá de detalles como lo de la puerta precintada. Debería revisarla en algún momento a ver cómo aguanta...
 
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