Me acaba de caer un gato en la cabeza. Literalmente, además. Y no es coña.
He salido al jardín a cerrar el sistema de goteo de los setos. Se cierra por una llave que está en el suelo. Me agacho y... lo primero que pienso, por absurdo que sea, es que me ha caído una piedra en la cabeza. Y no, no era una piedra, era un gato, un gato vivo, ha aterrizado en mi cabeza y ha salido corriendo, y me ha dejado un tajo de 5 cm en la cabeza. Por suerte, no profundo.
Llevo ya semanas intentando inútilmente ahuyentar a dos gatos que han elegido mi jardín como casa para el invierno. Uno negro y uno gris, este último es el que casi me descalabra. Por la noche, si salgo, normalmente se asustan y se van saltando los setos, pero ya una noche a oscuras estuve a punto de pisar a uno y me dio un susto de cojones; se ve que este al verme no ha podido largarse, o ha querido volver y en cualquier caso, aquí estoy oliendo a Betadine.
Que le den las gracias a mi tortuga rusa, el hecho de que mi tortuga habite en ese jardín, es lo único que me impide abonar el jardín mañana mismo con veneno.