Harkness_666
Son cuatro
Dicen los críticos que La muerte de Luis XIV es la renuncia de Alberto Serra a la heterodoxia en favor de una mayor accesibilidad, de ahí que la recepción haya sido en general tan positiva... y yo me digo, si esta puta cosa es accesible, no me quiero imaginar como será lo demás.
La propuesta es de una honestidad y de una coherencia absoluta. Su contenido no es ni más ni menos que lo que dice el título; nadie puede sentirse engañado, ni reprochar la menor falta de rigor. La descripción meticulosa, obsesiva y pormenorizada de un señor muriéndose, y ya. Quien espere reflexiones filosóficas, políticas, o lo que sea, no las va a encontrar. Ni eso, ni un mínimo desarrollo argumental más allá de la habitación donde un decrépito Leáud agoniza. La muerte, en el más banal, material, sentido de la palabra, descrita desde sus aspectos puramente fisiológicos, centrándose en las conversaciones entre los médicos y sus denodados esfuerzos por remediar lo irremediable.
El contexto histórico poco le importa a Albertito, es Luis XIV por lo que representa (el poder absoluto), pero podría ser cualquiera... aporta, eso sí, un barniz decadentista de cierto postín, y la metáfora de que los más grandes también acaban por los suelos, rodeados de aduladores cuya absurda pompa y reverencia no hacen sino agrandar el patetismo de los últimos días. Y bueno... no hay más. Una ocurrencia (poner a un icono espichándola como todo hijo de vecino) que comienza y termina en sí misma. Dos horas de tedio, de cazar musarañas, exquisitamente fotografiadas (en plan Rembrandt), eso sí, pero que visualmente no consisten más que en una sucesión de bustos parlantes.
La única decisión abiertamente vanguardista podría considerarse la inclusión puntual del réquiem mozartiano en un interminable plano fijo, como dando a entender que el rey ha comprendido el destino que le aguarda... o eso creo. Os leo con atención.
Todo terriblemente vacuo, terriblemente petardo, de un esteticismo muy hueco además. Leáud, eso sí, lo hace muy bien (una reliquia de la Nouvelle Vague haciendo de monarca moribundo y etc.). Si eso era lo que quería el Serra, pues enhorabuena.
La propuesta es de una honestidad y de una coherencia absoluta. Su contenido no es ni más ni menos que lo que dice el título; nadie puede sentirse engañado, ni reprochar la menor falta de rigor. La descripción meticulosa, obsesiva y pormenorizada de un señor muriéndose, y ya. Quien espere reflexiones filosóficas, políticas, o lo que sea, no las va a encontrar. Ni eso, ni un mínimo desarrollo argumental más allá de la habitación donde un decrépito Leáud agoniza. La muerte, en el más banal, material, sentido de la palabra, descrita desde sus aspectos puramente fisiológicos, centrándose en las conversaciones entre los médicos y sus denodados esfuerzos por remediar lo irremediable.
El contexto histórico poco le importa a Albertito, es Luis XIV por lo que representa (el poder absoluto), pero podría ser cualquiera... aporta, eso sí, un barniz decadentista de cierto postín, y la metáfora de que los más grandes también acaban por los suelos, rodeados de aduladores cuya absurda pompa y reverencia no hacen sino agrandar el patetismo de los últimos días. Y bueno... no hay más. Una ocurrencia (poner a un icono espichándola como todo hijo de vecino) que comienza y termina en sí misma. Dos horas de tedio, de cazar musarañas, exquisitamente fotografiadas (en plan Rembrandt), eso sí, pero que visualmente no consisten más que en una sucesión de bustos parlantes.
La única decisión abiertamente vanguardista podría considerarse la inclusión puntual del réquiem mozartiano en un interminable plano fijo, como dando a entender que el rey ha comprendido el destino que le aguarda... o eso creo. Os leo con atención.
Todo terriblemente vacuo, terriblemente petardo, de un esteticismo muy hueco además. Leáud, eso sí, lo hace muy bien (una reliquia de la Nouvelle Vague haciendo de monarca moribundo y etc.). Si eso era lo que quería el Serra, pues enhorabuena.