Vuelta a un cine de tipos duros, testosterona, lealtades puestas a prueba, el paso del tiempo… Nichols tira de western y cine de mafias (lo que es esto, en el fondo) para sumarse a una tradición; la crónica de la intra-historia de América (la del medio oeste, alejada de los grandes núcleos) a través del devenir de un club de moteros de los años 60.
Por entonces, estos clubs se forman como una manera de huir de la triste rutina por cuarentones frustrados que buscan la libertad sobre dos ruedas, con mucho alcohol, juergas y problemas con la ley; una familia paralela que se alimenta del sentimiento de rebeldía, con su propia cultura e idiosincrasia, vínculos de fidelidad y reglas propias que fomentan la cohesión del grupo. Con el tiempo esto se termina, a medida que el fenómeno se expande y la banda se convierte en una organización criminal en toda regla dedicada activamente a negocios ilícitos, por decirlo suavemente. Hay una ruptura generacional y los integrantes pasan a ser gente chunga de verdad, de vida desestructurada y orígenes humildes, que van a por todas, carecen de cualquier principio ético y sólo se rigen por la pura violencia, con la muerte que acaba presidiéndolo todo.
Cine de personajes, de aprendizaje, desengaño e inocencia que queda atrás, con un triángulo diríase que amoroso entre Hardy, Comer y Butler en el centro y en disputa; figura arquetípica la de este, ángel caído sin pasado ni futuro, cuya belleza física y aspecto frágil nada tienen que ver con un sujeto duro de pelar, al que se la suda todo y capaz de llegar en su audacia allá donde los demás no se atreven, que será por tanto el referente idealizado (impresionante presentación y definición, seduciendo a la moza sin apenas torcer el gesto).
De nuevo la eterna dicotomía entre la pertenencia al grupo, con desenlace previsible que no conduce a nada bueno, y un sentar la cabeza, personificado en el amor conyugal, una existencia burguesa y feliz pero exenta de emociones fuertes; impulsos contradictorios que están en él desde el inicio (ese incidente del bar con que arranca la trama y que desencadena el mal)… hasta llegar a un final que parece positivo, pero tras el que se puede percibir creo yo cierta ironía. Vuelve Shannon, fiel del cineasta, esta vez como secundario que encarna a esos cafres de la vida que ocultan su vulnerabilidad tras una coraza de virilidad y aparente estupidez.
El recurso de las entrevistas está al servicio de cierta dislocación temporal, ella como narradora, el periodista recogiendo su testimonio oral, contribuyendo a agilizar el relato; claro homenaje a “Godfellas” con esa frase de apertura y ese plano congelado. Referencias también a “Salvaje”, de Brando y a “Easy rider”, en un estimable film al que le falta, creo yo, precisamente ese punto de locura y desmelene en consonancia con lo que nos están contando, que se mantiene quizá en unas coordenadas de pulcritud que no le permiten alcanzar del todo esa libertad y expresividad narrativa.