(
Les couloirs du temps: Les visiteurs 2, Jean-Marie Poiré, 1998)
Era lógico que una de las comedias francesas más taquilleras de todos los tiempos tuviera su consecuente secuela. El final, aunque bien podría haber quedado cerrado como el último golpe de gracia de todos los que ya llevábamos, podía utilizarse perfectamente para una continuación. Pero por desgracia todo lo que había salido bien en la primera entrega cuesta mucho volverlo a contemplar o conseguir en esta segunda parte. Para empezar dos horas de metraje es excesivo desde cualquier punto de vista por la razón de que en sí la trama versa sobre los contrastes temporales, culturales y sociales. Cuando estos se agotan estirar el metraje para llegar a las dos horas acaba convirtiéndose en un más de lo mismo, en repetir una y otra vez los mismos chistes (y ya se sabe lo que pasa cuando esto sucede) y en notarse la falta de ideas.
Pero ahí no radica el problema. Está que el guión es todo demasiado monótono, demasiado forzado y muy poco interesante. Porque se fuerza a que la locura con la que ya cuentan de por sí las comedias francesas se torne, por desgracia, en algo chirriante y muy recargado, incluso para ellos mismos. Además, todo está rodado como con prisas, sin pararse a tomar su tiempo ni dejar que los gags respiren. Es el querer darle un tono frenético constante para darle mayor ritmo cuando la película ya cuenta con un ritmo bastante acelerado (más aún cuando los personajes y los actores en conjunto suelen ir cargados de energía excesiva). Otro de los mayores peros que se le puede achacar dejando a un lado que la trama cojea por muchos sitios y que los gags (en su mayoría) son bastante flojos y no todos cumplen con su cometido es el mal enfoque de los personajes y la ausencia absoluta de Valérie Lemercier, uno de los pilares absolutos de la primera entrega, sustituida por una Muriel Robin que no está a la altura del personaje (mucho menos de su trascendencia en la historia).
Su ausencia de química es más que patente en la gran mayoría de metraje. Encima le damos mayor protagonismo a Marie-Anne Chazel haciendo que todo haga aguas por todos lados. Aquí su historia está forzada a ser parte importante en el entramado y descoloca (haciendo, además, que su rol desaparezca sin más dejando su parte totalmente coja). Una vez más vuelven a ser los dos actores protagonistas (Clavier / Reno) los artistas absolutos de la función y a pesar de que sus roles no acaban de congeniar tanto como en la primera parte (sin ir más lejos se le da mayor protagonismo a Clavier con varios registros distintos dejando a Reno en un rol un tanto secundario) siguen demostrando que sus películas funcionan cuando comparten plano y escena como sucede en el primer encuentro en la Edad Media.
Tristemente es una película que no es que cuente con un mal entramado pero lo que quizás funcionase en el papel no resulta así en movimiento. Demasiadas idas y venidas, demasiadas subtramas y demasiados cambios que le hacen mucho daño a la comedia en sí. Gags como la aparición del sarraceno una vez más o el viaje en coche sin freno a través del bosque, Clavier cogiendo el micrófono en la boda para que Reno haga lo propio momentos después, la tortura con el agua con el chascarrillo a costa del Lange Rober haciendo que el personaje vaya meándose por las esquinas, la televisión confundida con un objeto de brujería o creyendo que ser un dentista es una especie de torturador, el taller mecánico donde destrozan por completo una furgoneta o la escena de la manguera que recupera un poco el humor slapstick.
Son momentos puntuales que hacen que sean válidos como tales pero por desgracia están muy desperdigados, no hay tanta chispa en los diálogos, ni hay tanta ocurrencia en las frases al igual que no hay golpes de humor tan potentes y válidos por sí mismos, donde todo es mucho más forzado y la soltura no es uno de sus adjetivos. Una entrega que se convierte en una secuela mal engrasada y muy floja a su pesar. Y aunque es cierto que la idea de trasladarse a la Revolución Francesa es un buen golpe final se (me) antoja algo tarde cuando uno ha tenido que tragarse 2 horas largas.