- Maravilloso saludo final de un gran actor ¿De qué va? de todo y de nada. Me ha recordado un poco en algunas secuencias a
"El sueño de Arizona" de Emir Kusturika y es que hay algo mágico y surrealista en el desierto, en esas poblaciones apartadas a punto de desaparecer, pequeños oasis entre cactus gigantes, polvo y dunas donde confluyen el final de la cultura de Norteamérica y el principio de la latina. En ese espacio, una comunidad de lo más variopinta en la que sobresale el anciano Lucky. Asistimos a sus rutinas diarias, levantándose a ritmo de clásicos melódicos latinos, haciendo yoga, afeitándose, poniéndose su viejo traje de vaquero, lustrosas botas y raido sombrero incluido, caminando largas distancias para tomar su café matutino y al anochecer su Bloody Mary en el bar con los colegas, escuchando las mismas anécdotas una y otra vez. Entre los parroquianos, David Lynch, que muestra su talento como actor en uno de los papeles más entrañables de la película, el dueño de la centenaria tortuga... perdón galápago,
"Presidente Roosevelt".
Que un actor de 90 años como Harry Dean Stanton llegase a rodar esta película es ya de por sí un prodigio. La trama es invisible, como de hecho lo es la vida. No hay nada especial en ver al quebradizo Lucky prender cigarrillo tras cigarrillo al ritmo de un paquete diario, tocar la armónica, visitar a su médico (el rubio Ed Begley, Jr. treinta años después de vestir también la bata de médico como el simpático doctor de las camisas de colores con corbata Victor Ehrlich en la icónica serie
"St. Elsewhere" ¡Ay! ¡Ay! cómo pasa el tiempo), completar sus crucigramas o disfrutar de los concursos en la televisión. Se trata de momentos, instantes de una vida que se apaga pero que se resiste a someterse y que todavía tiene tiempo de marcarse un momento precioso como es cantar la canción
"Volver, volver" acompañado de mariachis en un español más que digno (después para mi sorpresa he encontrado que Stanton ya había interpretado temas en castellano con anterioridad y de manera más que competente) y un estupendo mano a mano con Tom Skerritt, ¡Ay! octogenario también... el tiempo pasa, recordando sus vivencias en la Segunda Guerra Mundial.
Un pedazo del camino, las páginas finales de una vida, un tributo en menos de 90 minutos a la rutina diaria, a los anónimos, a los secundarios, a nuestros vecinos y colegas. Cuando ir a comprar tabaco a la tienda del barrio se convierte en el postrero viaje a Ítaca de un vaquero irreductible.