El problema de raíz no es tener los hijos.
A los hijos se les observa. Desde la distancia. Desde el fondo de la mesa.
Con la mirada torcida, y el hastío y rencor en la mueca.
Evaluando los escombros de los que iban a ser los mejores años de tu vida.
Rebuscando algo de sabor en el alpiste asiático postmodernístico que te han hecho encargar como cena.
Calculando cuánto te costará el próximo plan logístico de aproximación a la fornicación de ese par de inútiles.
E intentando discernir si ese leve pulso en los bajos sigue siendo la ciática, o es que por una miserable fracción de segundo tu pito ha vuelto a la vida.