La
fiebre del oro en California, a finales de 1849, atrajo de golpe a más de 40.000 personas [...] Algunos guerreros trataron de frenar aquella marea humana, pero su esfuerzo fue inútil. Los blancos les contagiaron enfermedades para las que no tenían defensas y la violencia y la hambruna hicieron el resto. La población indígena cayó en picado.
El gobernador de Oregón impulsó en 1855 el Tratado de Stevens para definir las fronteras del territorio de los indios nez percé (unos 4.000 individuos), que renunciaron a una parte de sus dominios para mantener la paz. Pero el descubrimiento de oro en la zona hizo que el Gobierno convenciera a varios grupos de nez percé para que aceptaran un nuevo tratado que reducía todavía más su territorio. Fue la gota que colmó el vaso.
Algunos líderes decidieron enfrentarse a los estadounidenses. Uno de ellos, el jefe Joseph, infligió severas derrotas a la caballería estadounidense, pero finalmente dio con sus huesos en una mísera reserva. Nunca volvió a su amado Wallowa Valley, en Oregón.
En 1866, el Congreso de Estados Unidos aprobó una Ley de Derechos Civiles que garantizaba la igualdad ante la ley a todas las personas nacidas en el país, salvo a los indios. Washington decidió que debían integrarse en la sociedad moderna, pero les negaron los derechos civiles. A esa humillación se añadieron otras. Uno tras otro, los tratados que firmó el Gobierno con las tribus indias fueron incumplidos (entre 1778 y 1871 se firmaron más de 300). Tras múltiples encuentros sangrientos, un grupo de sioux se entrevistó con
el coronel George Armstrong Custer. Le dijeron que el padre blanco (el presidente de Estados Unidos) tenía que retirar de sus praderas el “caballo de hierro” que lanzaba humo y corría encima de raíles, porque espantaba a las manadas de bisontes.
Últimas rebeldías
En aquel entonces (1867) se tendían las vías férreas de la línea Union Pacific a través de la Nebraska occidental. Algunos funcionarios de
Washington pensaron que la solución más sensata para el problema indio era dejarlos tranquilos en las Colinas Negras a cambio de una paz duradera. Tras vacilar durante varios meses, el Departamento de Guerra impartió la orden de abandonar aquellos territorios en julio de 1868, pero pocos años después comenzaron los rumores de que esas tierras contenían yacimientos de oro.
En 1876, Toro Sentado y Caballo Loco desenterraron el hacha de guerra cuando los burócratas de Washington les conminaron a irse de las Colinas Negras para vivir en la reserva que les habían asignado en otra zona más pobre de Dakota del Sur.
Cansados de guerrear contra el hombre blanco, Nube Roja y otros jefes sioux claudicaron y vendieron sus tierras. Tropas estadounidenses apoyadas por rastreadores indios, al mando del general George Crook, se lanzaron a la caza y captura de los sioux rebeldes.
Caballo Loco se rindió en la primavera de 1877 y pocos meses después fue acribillado a balazos en la reserva donde fue confinado. Por su parte, el legendario guerrero Toro Sentado fue apresado y enviado a la reserva de Standing Rock, en Dakota del Sur.