Entre los contadísimos cultivadores del cine de género que se han atrevido a emplear procedimientos más propios de lo que podríamos denominar arte y ensayo (despojado de sus connotaciones pelmazas o injuriosas) podríamos citar a maestros como Edgar G. Ulmer o Riccardo Freda; pero la genialidad de sus propuestas sólo fue comprendida varias décadas más tarde, cuando sus películas de apariencia paupérrima, descabellada o bodriesca fueron reivindicadas por cinéfilos perspicaces. El último representante de esta estirpe maldita de cineastas es Albert Pyun (1954) una especie de Godard de la serie Z que se ha distinguido por aplicar al cine de género más desinhibido o casposo tratamientos vanguardistas, ganándose así la animadversión de los aficionados más obtusos.