Imágenes del estadio a media tarde. Un organismo florentiniano metalizado al lado del cual el sol del atardecer parecía una cosa antigua, caduca, en vías de superación e incapaz de patrocinio.
Tras el recuerdo a Miguel Ángel, portero de los Generación-X mayores, el partido comenzó con un tonillo, por presumible no menos sorprendente, de pretencioso aburrimiento en el Girona, que salió al campo como si fuera el Manchester City. El Madrid no sufriría con algo así, pero por si acaso, Vinicius mató el mosquito de un manotazo con un tiro lejano y muy ajustado. Un golazo.
El Madrid jugaba con Kroos de pivote originador, con los interiores Valverde y Camavinga y los extremos muy pegados a la banda. Parecía una parturienta patiabierta en la camilla de un ginecólogo. El gol debería salir, como un logro de obstetricia, por el centro, por la feliz aparición de Bellingham.
Se sumaba al ataque Lucas, con su aire frío y muy profesional de hombre de la organización, y Camavinga rompía líneas que era un primor, incontenible como un chorro de géiser...
Jugaba bien el Madrid pero apetecía que le hicieran más caso a Bellingham, que parece tener una jugada pensada. Cada vez que la coge, controla, la pasa, da la sensación de que conoce el curso hasta el gol.
Por fin llegó el acto de generosidad hacia él, en el 35, un pase colosal de Vinicius desde la banda, con el exterior, para el desmarque de Bellingham, que con un toque regateó al portero y con otro marcó. Era, por fin, la combinación eléctrica de las dos figuras del campeonato.
Vinicius había marcado un gol con un efecto y había dado el 2-0 con otro, cóncavo y convexo, como los dos trazos del pez religioso.
A partir de ahí, el Madrid tuvo muchos contragolpes, no del todo bien llevados. Los ejecuta con algo de ansiedad. Debe mejorarlos. Ponerse vídeos de aquel año de Mourinho.
El Girona empezó la segunda parte con bonitas internadas de Miguel, que lució su elegante zancada, pero duraron poco. Muy poco después, Vinicius cogió la pelota en su zona predilecta y se la fue llevando a un lado con pisadas hasta que, muy rápidamente, como en un juego de manos, se la llevó para siempre con un uno-dos, el regate del año, que dejó al rival desolado y a él cerca del portero; lo intentó y el rechace lo aprovechó Bellingham, en llegador obstetrícico.
Tras marcar, pidió el cambio, afectado su tobillo por una torcedura puñetera antes del Leipzig.
Vinicius había marcado un gol, dado dos con acciones olímpicas, y originó el cuarto robando la pelota. Rodrygo se fue con potencia directo al gol y chutó con fuerza. Lo celebró enrabietado y en la celebración le acompañó Carletto, que lo había comparado con el gato, pero no como Mou a Benzema.
Vinicius había robado al lateral, a esas alturas del partido ya su lateral, Yan Couto, destrozado por el extremo. Otro más para la Clínica de los Laterales Derechos Devastados. Con su pelo rosa quedó doblemente señalado, parecía un cursor sospechoso vagando por el campo...
En el saque de una falta, Kroos y Valverde miraban la cosa y charlaban como en una reunión de oficiales a caballo.
Hubo cambios. Entró Fran García, por ejemplo, que al fallar una ocasión, otro contragolpe malgastado, tuvo la humildad de levantar la mano y pedir perdón a todo el frente de ataque. El único.
Falló también Brahim. El Madrid pudo marcar varios más y Arda Guler, un poco harto y muy hambriento, cogió la pelota lejos del área, condujo con la mirada fija en la portería, entró en el área y regateó allí con finura al defensor (Yan Couto). Fue penalti claro (por más que la narración dazonera pareciese una concurso de miopía) pero el sistema de jerarquías se lo dio a lanzar a Joselu, que la mandó con sonora tosquedad al palo.
Está a nada Guler de liarla.
El Madrid deja la Liga ordenada antes de la Champions: líder a distancia, máximo goleador, Bellingham de pichichi destacado y Vinicius como estrella dominadora indiscutible, incuestionable e intransferible.
Una de sus víctimas, Yan, el lateral del pelo rosa, lloraba en el centro del campo bajo la techumbre inclemente de la catedral florentinesca.