Al interior, de Alexandre Bustillo y Julien Maury
Una mujer a punto de dar a luz recibe en su casa a altas horas de la noche a una extraña que parece conocerla, con unos planes un tanto extravagantes para el niño aún no nacido. De los dos directores, tan prometedores entonces, poco o nada más se supo. Ha sido interesante repescar ésto, de entre lo más ilustrativo de la ola de cine gore francés de la década pasada, y ver en qué ha quedado. Las animaciones del bebé dentro de la barriga son innecesarias del todo y han envejecido pésimamente, al igual que algún recurso videoclipero. La idea era perpetrar una salvajada: objetivo conseguido. A destacar el buen empleo de un espacio reducido (todo ocurre en la misma vivienda) y la apuesta firme por el disparate absoluto e imposible de creer, ya no sólo porque la puta casa pase a convertirse en el camarote de los hermanos Marx, o por la estupidez de todo el mundo, sino por el nivel sobrehumano de resistencia física de una pobre embarazada capaz de dejar a John Rambo a la altura del betún.
El comienzo, con una presentación eficaz de la situación y la consecuente invasión doméstica, muy bien, con una actriz (Beatrice Dalle) de presencia y físico por completo perturbadores (su presentación encendiendo un cigarrillo en medio de la oscuridad), muy bien aprovechada y lo mejor de la función. Tan palpable es la influencia del giallo cuando empieza la carnicería, con mutilaciones y sangre a raudales, con preferencia (al menos al principio) por los objetos punzantes… que la parejita no olvida el fetichismo por la ropa negra y los guantes. Ayuda que haya cierto humor (la pareja de polis con el delincuente metido en el ajo), aunque el tema de las revueltas callejeras como marco de la trama no sé muy bién qué aporta, más allá de que la policía esté muy ocupada. Horripilante secuencia de la “cesárea”, pornografía pura, y lo de la traqueotomía tampoco es que se quede muy atrás. Al menos saben compensarlo con un final ¿feliz? cargado de poesía grotesca. Madre coraje, al fin y al cabo.
Bliss, de Joe Begos
Locurote psicodélico y demencial con la estética retro puesto de moda por gente como Refn y Cosmatos, aunque se aleja de la aureola un tanto relamida y de la contención de éstos para parecerse más a un Abel Ferrara en su primera época (diría que hace hasta alusión directa de su “asesino del taladro”, o lo que habría querido hacer el italoamericano entonces y no pudo o no fue capaz de hacer). Me ha parecido una digna aportación a un subgénero del fantástico cuando poco podía esperarse de él a estas alturas, desprendiendo autenticidad y mugre una cámara amateur que tan sólo es uno de los muchos recursos que el tal Bezos despliega para crear una experiencia hipnótica: montaje desquiciado, uso excesivo del color y de luces parpadeantes (aviso justo al principio sobre la epilepsia fotosensible), banda sonora metalera… me imagino al director dándolo todo, igual que una joven y maravillosa actriz que desprende carisma, te enamora con sus paseos en coche por L. A. y lo que es más importante; se pasa media película soltando tacos a diestro y siniestro y metiéndose todo lo metible por la nariz.
Mitad cuento gótico a lo Dorian Gray, mitad macarrada de género sin contemplaciones, la cuestión de la droga y de lo onírico ayuda a disimular las posibles inconsistencias de la trama (que al final no importa tanto), pero el proceso de descenso a los infiernos y la inmersión progresiva en la locura creo que están bastante bien logrados. Al final nos queda un retrato literal (o autorretrato) del artista autodestructivo y de su difícil proceso creativo, semejante a un frenesí irracional, en el que tampoco faltan paralelismos (se me ocurre) con Arrebato de Zulueta (cambiando cine por pintura). El cuadro incompleto viene a ser una obra en marcha; su elaboración, una búsqueda de la siguiente pincelada como a tientas, a través de un oscuro submundo donde el artista no puede fiarse de nadie… pero éste es capaz de todo, de ir cada vez más lejos con tal de hacer su obra maestra y dar forma a una oscura pulsión creativa que acaba devorando al propio individuo… el estallido hemoglobínico final recuerda de hecho, entre tanta modernez, a cierto clásico del cine mudo.