Tiene la gracia de ver a un actor de primera línea metido en una zetosidad de cuidado, aprovechando su desmejoramiento físico para hacer un papel grotesco. El prólogo un poco críptico se alza como una de las escenas más potentes y malrolleras, mientras que los créditos iniciales hablan de un contexto de crisis insostenible, de gente a punto de estallar y mandarlo todo al carajo entre tanta crispación, del colapso como sociedad. Pues bien, la película deja todo esto de lado en favor de ser una pura experiencia adrenalítica sin salirse apenas del asfalto, con mucha acción, tensión y una pobre pringada que es puteada hasta la saciedad por un enemigo implacable. En el empeño, no hace falta decir que se traspasan todos y cada uno de los límites del absurdo y la verosimilitud… otra cosa es que, como espectadores, nos prestemos a abandonar por un momento a nuestro cerebro para meternos en un juego que contiene ciertas dosis de moralismo, en forma de venganza desorbitada del destino dirigida a nuestra sufrida amiga y su hijo (sobre el estrés laboral planea además la sombra del divorcio y de las relaciones filiales problemáticas, con una distancia cada vez mayor entre padres e hijos).
Crowe no es ni más ni menos que Walter de El gran Lebowski, pero en versión oscura y teniendo un muy, pero que muy mal día. Lo “mejor” del asunto es que sus tropelías van mucho más allá de lo que un loco cabreado cualquiera es capaz de hacerte en la carretera; lo suyo es una gymkana descabellada, digna de Saw o del Joker (te lo pensarás dos veces antes de pitarle al coche de delante después del visionado), con un par de gags que son de aplaudir fuerte, como el de la despistada conductora que recibe su merecido por ir maquillándose al volante.
Muy divertido, o todo lo contrario, el bueno de Russell, capaz de sorprender con sus salidas y llevándoselo todo por delante. Lamentablemente no se profundiza nada en el potencial humano de semejante monstruo, o mejor dicho, en la insana empatía que podría habernos transmitido un tipo que es un fracaso tanto individual como colectivo, que sólo quiere que alguien sea amable con él y que ha perdido definitivamente la chaveta… mejor convertirle en el típico villano indestructible y a correr (nunca mejor dicho), y lo cierto es que uno olvida por un instante los caminos trillados que sirven de base a la peli.