Othon (
Les Yeux ne veulent pas en tout temps se fermer ou Peut-être qu’un jour Rome se permettra de choisir à son tour, 1970)
Esta película debería emitirse antes de cualquier proceso electoral, como advertencia de que los tejemanejes de las estructuras de poder están condenados a repetirse una y otra vez.
Othon toma la política y la convierte en un teatro de espaldas al pueblo. Examinemos el dispositivo: una obra de Pierre Corneille de 1664 sobre la Antigua Roma es representada en la Roma moderna en lo alto del Monte Palatino, con todo el tráfico humano y de vehículos del más estricto presente. El travelling que abre la película termina en una gruta en la que los comunistas solían esconder sus armas durante la guerra. He ahí la clave de
Othon, hacer ver, como queda expuesto en el título mismo.
Una serie de enrevesadas intrigas que tienen lugar en el seno de la clase política romana es la base de la obra de Corneille, densa y de una retórica que los Straub ejecutan a una velocidad alarmante. Es en la ejecución donde se encuentran los detalles, pues el mismo Straub ha afirmado que la literatura es lo que menos le interesa. En esos textos recitados por los "actores" tras un largo proceso de trabajo, llega un punto en el que conquistan su propia libertad. Y es ahí donde reside la belleza de gran parte de la obra de esta pareja, en ese gesto que se introduce por el resquicio menos previsto, en la solemnidad y la dignidad que respiran sus personajes (no muy lejana del cine de Ford, al que los Straub admiran como al que más). En
Othon, probablemente una de las películas más políticas de la historia, los personajes adoptan un tono desafiante y los discursos se escupen, pero no con el objetivo del distanciamiento (los Straub quieren que la gente se pierda en sus películas), sino para servir de espejo y llamada de atención al pueblo (el verdadero receptor de esta obra, los campesinos y obreros que nunca accedieron a Corneille): esa clase política envuelta en sus intrigas y tejemanejes, atrapada en un bucle que no hace más que perpetuarse, gobernando de espaldas al pueblo, probablemente sea lo más alejado que exista de la
política verdadera. El único personaje honesto en este film es la princesa Camille, cuyo amor sincero se ve violado y despedazado. Atención a ese plano final, tras un último acto que de pura desesperación parece una parodia, con ese personaje solo en el encuadre, dándose cuenta de todo el vacío que le rodea y de cómo está atrapado en el medio de la nada.
Pocas películas más bellas, relevantes y necesarias que esta.
Como complemento os dejo un estupendo texto de Tag Gallagher (autor del, casi con total seguridad, mejor libro de John Ford) hablando del cine de esta pareja y sus conexiones con Ford o Mizoguchi.
Lacrimae Rerum Materialized