Parece que no ha caído nominación ni siquiera para actor principal, pues una pena.
Schrader lleva décadas haciendo la misma película y no oculta para nada que ésta es una nueva reelaboración, insistiendo en contar la experiencia límite de unos individuos destruidos por dentro a través de una mirada al abismo, a lo peorcísimo. Esto es un noir contemporáneo en toda regla, con un protagonista que es uno de esos samuráis que se aferran a la ejecución meticulosa y ritualizada de un oficio, el cual le permite, con su rutina y con la escritura diarística, mantener bajo control las oscuras pulsiones que habitan su interior, los más intensos sentimientos de rabia, venganza y culpa. Igual de obsesiva es la relación del cineasta, guionista y teórico con "Pickpocket", aunque muchas cosas le distancian del referente bressoniano... quizá porque tiene mucho de asceta, pero también de hombre furioso capaz de estallar en cualquier mal rato, que te sometería a cualquier chifladura pero se detienen en el último momento. Aún así, se mantiene un tono de sobriedad, sin apenas arrebatos, en esa línea de contención que puede resultar hipnótica, metiéndonos de lleno en la experiencia y dejando como una desazón difícil de explicar, a lo que quizá contribuyen unas canciones que nos contagian de esa melancólica soledad y desesperación. Otra vez la imposible búsqueda del perdón, el destino que alcanza implacable al anti-héroe en cuanto se descuida o se abre a los otros; unos ciertos estereotipos que bailan a su alrededor, como la mujer que se apiada de él (difícil saber qué puede atraer a una fémina de semejantes seres, al menos sin cierto morbo de por medio) o el chaval impulsivo y desorientado que corre el peligro de caer en el mismo hoyo.
El amor no sé si divino, escenificado en un onírico jardín luminoso, es lo único que salva, si no nuestro cuerpo terrenal, al menos sí a ciertos espíritus torturados, como insinuaría un plano final sostenido que evoca el icónico detalle de la capilla sixtina. Cárceles físicas, cárceles del alma, difícil saber cuál de ellas es peor en un film que en su trama funciona como una gran partida o apuesta arriesgada, de ganar o perderlo todo. El peso entero se lo carga a sus hombros un Isaac que merece un elogio aunque sólo sea por su pura presencia, a quien le basta una mirada para expresar mucho. El submundo nómada de los casinos y de las apuestas se parece a un purgatorio de luces de neón, repitiéndose, describiéndose las técnicas de juego, la idiosincrasia de sus habitantes, y despunta algo de humor (pero vaya humor), como con ese fanático de América; insidiosa presencia que persigue a nuestro hombre cual reducción hasta la caricatura de los valores a los que antaño sirvió, por no hablar de esa muchacha llorando en la barra.
Se integra bien la crítica política y social como ineludible telón de fondo: el atroz acostumbrarse al horror y la imposible justificación del monstruo, las siniestras personalidades que actúan bajo cuerda, las atrocidades de Abu Ghraib, semejante a un conradiano corazón de las tinieblas o a un horripilante cuadro de Brueghel… y el desigual reparto de responsabilidades, que lo acaba pagando lo más bajo del sistema, los white trash, con el efecto colateral de la desintegración de los lazos familiares y las vidas arruinadas. Normal que todo lo cubran unas sábanas blancas, muy parecidas a fantasmas que no dejan descansar.