Es muy “Rocco y sus hermanos”. El punto de vista se centra en uno de ellos para contar una tragedia en el sentido más puro y más irónico del término, la de una familia que se ha creado su propio microcosmos moral para enfrentarse al mundo, pero que está afectada por una “maldición”, y cuanto más intentan huir de ella, radicalizándose en esa ética autodestructiva, más se hunden en la perdición.
Mientras que ellos no se enteran de nada (plano del protagonista rebotando contra las cuerdas del ring, como atrapado), te das cuenta de lo que pasa, que es bien obvio. El ambiente fraternal idílico encubre una paternidad represiva, la de quien intenta suplir frustraciones propias y cumplir metas mediante sus hijos; un padre tiránico, manipulador y autoridad incuestionable que no escucha para nada ni atiende necesidades, sólo enseña la fuerza y reprime sentimientos. La famosa técnica de la “garra”, ese ahogo y sumisión del rival, en cierto modo es un poco lo que hace el señor con sus hijos. A este se suma una madre pirada religiosa que otorga con su fe cierta cobertura a los delirios del progenitor, ayudando a asumir esa supuesta fatalidad del destino, reprimiéndose a sí misma también… parece que la película no es todo lo dura que podría ser con estas figuras, de hecho hasta se contagia ella misma de esa mirada religiosa, santificada, como de un Malick; planos en la naturaleza, de la vida familiar, del hogar… el “reencuentro” final de los hermanos, por si quedaba alguna duda, es probablemente lo más excesivo y cercano al empalago.
Es en Efron, convertido en el Mickey Rourke decadente, en quien recae el peso dramático; un pobre tipo sin muchas luces, con carencias, pero que se va dando cuenta de su situación. Termina por ser una oda a los valores familiares, americana hasta la náusea, aprender a llorar si hace falta, a hablar, romper con la maldición y alcanzar una independencia personal con lo bueno de la familia y sin lo dañino. Se toman muy en serio el ¿espectáculo, deporte? de la lucha libre, que tiene una parte de clara teatralidad, de apariencias y fanfarronería, de farsa grotesca… pero también, y por lo que parece, una parte muy real, de desgaste físico, cuerpos malheridos y almas igualmente quebradas; es decir, es el escenario sin el que se entiende la vida de esta gente, de una violencia representada, pero también de otra contenida, que es peor y acaba por emerger tarde o temprano.
El tal Durkin quiere a sus personajes y muestra esos primeros tiempos, que sabes que acabarán, de inocencia, rock and roll, primeros escarceos, nostalgia de la América profunda; esto es material de un PTA o incluso de un Scorsese, con ambición visual, amago de planos-secuencia, montajes varios y fugas musicales con Rush y otros grupos de la época… pero teniendo en cuenta la crudeza de dicho material, se opta por la elipsis, mostrando las causas y las consecuencias antes que el hecho.
Y un detalle, el del boicot a los juegos olímpicos de Moscú por la guerra afgana, o un pedazo de historia y geopolítica que condiciona una vez más el devenir personal, insignificante, de la gente concreta.