Una del oeste americano pero ambientada en la Dinamarca del siglo XVIII, con la conquista de nuevas tierras desocupadas, en nombre de una autoridad ausente como es la del rey, frente al poder de facto que ejerce la despiadada aristocracia local, con muy pocas ganas de que nadie le haga sombra.
El “orden” que aplica un individuo férreo, que impone su voluntad ante los elementos, frente al “caos” de una autoridad despótica, arbitraria y privilegiada. Buena interpretación de Mikkelsen, un hombre misterioso y de una pieza, solo y con una obsesión, superviviente, desposeído, en un papel que no sorprendería ver hacer a un Robert Mitchum décadas atrás sin despeinarse. El ramalazo clásico es potente en un film que hace de su sencillez y de su saber hacer narrativo su mayor virtud, su condición de entretenimiento bien rodado que ofrece muestras de espectáculo visual, conflicto humano, épica, en definitiva, tan reivindicado en nuestros días.
Ambientación meticulosa, combinando una naturaleza de vastas extensiones, desbocada y amenazante, ante la cual el ser humano queda reducido a la insignificancia, un paraje hostil que se resiste a ser domesticado, a la manera de unos bandoleros (algo descolgados) que se resisten a obedecer autoridad alguna… y luego está, peor aún, y cómo no, la propia naturaleza humana; los interiores palaciegos de la clase privilegiada donde tienen lugar sus intrigas, un aspecto, el del abismo de las clases sociales, donde intervienen las dos féminas de la historia, tan diferentes, pero cuyos destinos acaban por confluir al ejercerse sobre ellas una violencia muy semejante.
Por lo demás, la película consigue hacer olvidar que la historia es bastante tópica y que suena a vista mil veces, que cae en un maniqueísmo considerable, los buenos y los malos, algo culebronesco. Tenemos a un malo malísimo con pintas que es odioso y despreciable como el que más, a la manera de un Calígula y hasta el punto de adueñarse del cotarro con su mera presencia; el film le reserva un desenlace atroz y retorcido para el vengativo deleite del espectador que ha estado esperando ese momento. ¿Simplón? Puede ser, pero si se trata de emociones, aquí están conseguidas.
A la odisea física se le suma un cuento moral, pues no se trata sólo de construir un hogar y una civilización de la nada, sino del hallazgo de unos lazos personales que son lo realmente importante; la familia como conjunto de desheredados que no encajan en ninguna parte, que sanan mutuamente sus heridas colaborando juntos y trasciende los vínculos de sangre… es la transgresión de esta norma lo que implica la corrupción del protagonista, obligado por las circunstancias y que aprende la lección demasiado tarde, o quizá no tanto. El componente de violencia aumenta a medida que crece la tensión entre los bandos, con un par de secuencias sin contemplaciones, aunque destaca la figura del sacerdote, que sería esa brújula moral, o mirada muy pura al conflicto que poco puede hacer en medio de semejante lucha despiadada. Está también la superstición popular, la marginación de quienes son diferentes, mujeres como víctimas directas de las injusticias… cuestiones, que en el fondo, son las de siempre, por mucho que nos hagan creer que son de ahora.